Belenes

29/12/2018 - 13:50 Jesús de Andrés

El Concilio de Trento se convocó para atajar el daño causado por la Reforma y en él, a falta de lectura y formación, se decidió educar en la fe a través de los símbolos, de las imágenes y los rituales.

Lo material determina la conciencia, pontificó Marx. Según su concepción materialista de la historia, lo espiritual emana de las condiciones materiales de vida. Unas décadas después llegó un sociólogo, Max Weber, y dio la vuelta al argumento con algo que hoy denominaríamos un zasca, con un caso práctico que demostraba que hubo una relación causal entre la religión y la formación de un sistema económico: la ética protestante dio lugar al espíritu del capitalismo. El protestantismo, siguiendo a Weber, llevaba en la mochila creencias y comportamientos que facilitaron el ahorro y la acumulación de capital en la Europa del XVI, sentando las bases del capitalismo mercantil. Gracias a la doctrina calvinista, el trabajo dejaba de ser un castigo divino para ser un servicio al Señor; un servicio al que dedicarse sin buscar otro disfrute, un fin en sí mismo que fomentaba la laboriosidad y el ahorro, pilares del capitalismo.

Si superponemos un mapa en el que aparezcan las zonas en las que la Reforma protestante triunfó (norte de Alemania, Holanda, países escandinavos, Reino Unido…) con otro donde se vean los países en que la revolución industrial y el capitalismo tuvieron mayor éxito, comprobaremos que ambos territorios coinciden. El protestantismo exigía a los creyentes leer la Biblia e interpretar la palabra de Dios por sí mismos. En el catolicismo eso estaba reservado al mediador, al miembro del clero que leía –e interpretaba– lo allí escrito, en un rito en latín, para más inri. De esa forma, en las zonas protestantes, desapareció el analfabetismo y creció el nivel cultural, aumentó el intercambio económico y se desarrolló la industria. Por el contrario, en las zonas católicas se apuntaló la ignorancia, se censuró y reprendió a quien buscaba aumentar sus riquezas, se despreció el progreso económico y se aplazó el capitalismo.

El Concilio de Trento se convocó para atajar el daño causado por la Reforma y en él, a falta de lectura y formación, se decidió educar en la fe a través de los símbolos, de las imágenes y los rituales. La Semana Santa es hija suya. También la representación del nacimiento de Cristo en el pesebre y el belén navideño. Es difícil acumular tanto simbolismo en tan poco espacio: dos animales mansos y estériles (una mula y un buey) escoltan a un hombre y a una mujer para indicarnos que también estos son estériles –por voluntad propia en este caso–; en el centro se sitúa un niño recién nacido que en realidad es un dios, tal y como anuncian la figura del ángel, los reyes magos y la estrella. Una suerte de antigua instrucción religiosa, una catequesis gráfica ideada en el siglo XVI. Hoy es motivo de tradición que intenta resistirse al cambio, entretenimiento para maquetistas y, ¡ay!, motivo de confrontación política. Al menos algunos, siempre en los extremos, están empeñados en que lo sea.