Benito Pérez Galdós y Guadalajara

28/02/2020 - 20:08 Tomás Gismera / Historiador

Memoria del escritor que escribió sobre la provincia, a los cien años de su muerte

Quizá, si lo pudiese hacer, don Federico Carlos Saínz de Robles que conoció, además de los entresijos de Madrid, algún que otro detalle de la vida de Pérez Galdós, nos daría cuenta de cuál fue el motivo que llevó al gran escritor a fijarse con tanto detenimiento en la provincia de Guadalajara para, sin ser nativo de ella, sacarla a relucir en sus obras a través de sus pueblos cuando la ocasión le fue propicia.

Pudiera ser el primer motivo el que don Benito, recién llegado a Madrid por aquellos tiempos en los que España se debatía entre República y Monarquía, al filo de la mitad del siglo XIX, fue a aposentarse en una de aquellas pensiones madrileñas en las que se podía llevar vida hogareña con trato familiar, como anunciaban. Pensión situada en la calle de la Abada esquina a la del Olivo regentada, casualidades del destino, por una paisana, natural de Bujalaro, Melitona Mula de nombre, quien llevaba el negocio en compañía de su marido, Jerónimo, con la asistencia de una sobrina mocetona, también de Bujalaro.

Pensión en la que recalaban, y recalaron, algunos conocidos escritores, médicos y cronistas de nuestra tierra y que quizá, alguno de ellos, fuese el más que afamado “Doctor Centeno”, al que Galdós dio vida en la referida pensión y al que puso a vivir, nueva casualidad, en el entresuelo derecha. Justo donde vivía un conocido médico natural de Maranchón, don Laureano Bueno. Novela que reposaría casi veinte años en el cajón antes de que viese la luz en 1883. Dicho sea de paso que la pensión le costaba a nuestro hombre ocho reales diarios, todo incluido. Por espacio de casi diez años vivirá en ella don Benito.

Aunque canario de nacimiento, bien podría decirse que fue madrileño de corazón, de sentimiento y de raigambre, puesto que en  Madrid pasó la mayor parte de su vida y a Madrid dedicó lo mejor de su obra siendo, por antonomasia, el escritor-cronista de la historia del Madrid del siglo XIX, mucho antes de que comenzase aquella labor que lo llevaría a ser quizá el más prolífico autor de su tiempo, con permiso de don Manuel Fernández y González.

 

Los episodios Nacionales
Antes de que el Doctor Centeno fuese conocido por el público, ya había dado a la imprenta alguno de los primeros capítulos de sus Episodios Nacionales, referidos a la primera parte que nos contaba los inicios históricos, y guerreros, del siglo XIX, y en donde, principalmente a través del personaje protagonista, Gabriel Araceli, nos irá reseñando las venturas y desventuras de alguno de nuestros pueblos durante la Guerra de la Independencia, principalmente a través del libro dedicado al “Empecinado”, al que se asoman una y otra vez, porque la historia así lo requería, los pueblos de la provincia de Guadalajara por los que Juan Martín persiguió en unas ocasiones y fue perseguido en otras, desde Jadraque a Cogolludo y desde Atienza a Guadalajara pasando por Brihuega o Cifuentes.

Y si bien en esta primera serie ya se nos cruzan las poblaciones de la Alcarria con las serranas, ha de ser en la cuarta serie en la que nos cuente la historia que comienza por el año de gracia de 1848, en donde la provincia, y alguna de sus villas y ciudades principales adquieran protagonismo, dos por encima de todas las demás, la ciudad de Sigüenza y la villa de Atienza, puesto que natural de Sigüenza será el protagonista de la serie, Pepe Fajardo, marqués de Beramendi a quien, quizá conociendo el hermanamiento que entre ambas poblaciones hubo sobre todo a lo largo del siglo XVIII, le dio como solar natal de la familia la villa de Atienza, y en Atienza comenzarán las venturas y desventuras de Pepe Fajardo antes de que llegue, tras la celebración de sus esponsales madrileños, en viaje de novios, a la castillera Atienza en el glorioso episodio que lleva por título Narváez; en los anteriores ya se nos traza la figura del castillo de Atienza, como se nos trazan las calles, los paisajes y los personajes.

Ya contamos, a través de Nueva Alcarria, la otra casualidad que llevó, tal vez, a que Galdós se fijase en la villa de Atienza por aquellos años –corrían cuando la cuarta serie de los Episodios comenzaba a ver la luz los primeros años del siglo XX-, la casualidad no era otra sino que dos mocetonas, naturales de Atienza, asistían en su casa. De ahí que Galdós hiciese el viaje a Atienza y se alojase en la casona que todavía al día de hoy conserva su primitiva estructura, del atencino Calixto Lázaro Chicharro.

 

Un primer viaje a Sigüenza
Fue en el mes de octubre, década de 1870, cuando como corresponsal del periódico Las Cortes cubrió el viaje triunfal del general Serrano desde Madrid a Zaragoza, con parada obligatorio en la ciudad de los obispos, donde el general Serrano se detuvo a saludar a su amigo, el obispo seguntino don Francisco de Paula Benavides y Navarrete.

Aquel viaje en tren hubo de durar varios días, pues si bien las paradas eran escasas la velocidad era muy limitada para que no volaran del tren las banderas y gallardetes con que iba engalanado, ni se apagasen los flameros que durante la noche iluminaban su paso.

Fue entonces cuando Galdós conoció por vez primera sobre el terreno, la campechanía de los hombres y las tierras de Guadalajara.

A Sigüenza retornó en alguna ocasión, en los largos viajes que en unión de su sobrino, José Hurtado de Mendoza, y en calesa, lo llevaron a conocer no sólo los alrededores de Madrid, también muchas de las poblaciones de Guadalajara, pues era, don Benito, un viajero empedernido.

En numerosas ocasiones se anunció su visita a Guadalajara capital, sobre todo desde que su sobrino opositase a un puesto en la Academia de Ingenieros Militares, y aunque no dudamos de que en alguna ocasión hubo de visitar la capital de la Alcarria, no hay constancia de su estancia; a pesar de que fue asiduo colaborador del semanario Flores y Abejas a través del que se dieron a conocer, sobre todo en el primer decenio del siglo XX, sus obras. En el semanario firmó una docena de artículos que son al día de hoy bandera de la devoción que Galdós sintió por Guadalajara.

 

Jadraque
Tampoco escapó Jadraque a la mirada de don Benito. Sobre todo cuando a Jadraque se retiró, a reposar de sus males, don José Ortega y Munilla. Como Galdós, ilustre pluma en la prensa y la novela. A Jadraque se retiró Ortega Munilla tras sufrir una caída de caballo que lo tuvo postrado durante algunos meses. Ambos, Ortega y Galdós mantenían amistad de antiguo. Corría el año de 1884 cuando Ortega Munilla buscó el reposo de Jadraque, en donde trazó las líneas de su exitosa novela Cleopatra Pérez y, quizá, la que centró en Atienza, Nuño Pérez. Desde Jadraque, Ortega Munilla escribe a Galdós para invitarle a pasar unos días en la tranquila localidad en la que se siente, al poco de llegar, totalmente integrado entre un vecindario que le recibe con los brazos abiertos, y atiende solícito a todas sus necesidades, sabedores de la alta personalidad que tienen entre ellos. En la carta, llena de consejos y elogiosa hacía la población que le acoge,  le envía el horario de trenes y diligencias, así como un pequeño plano con la ubicación de la casa, en la calle Mayor.

 

El Caballero Encantado
Numerosas, son las poblaciones de Guadalajara, al margen de las arriba señaladas, que pasean por las páginas de la obra de Pérez Galdós, al que ahora se recuerda al cumplirse, en unos días, los primeros cien años de su ausencia.

Y si en muchas novelas y obras de teatro sacó Galdós a relucir el nombre de Guadalajara, fue en una de sus últimas obras, El Caballero Encantado, en donde desfilan nombres que a todos los oídos suenan, comenzando por Zorita de los Canes, y siguiendo por Taravilla, Molina, Maranchón, Sigüenza, o Atienza, antes de adentrarse en tierras sorianas por Barahona.

Cien años se cumplen de la ausencia del escritor por excelencia de Madrid, un escritor que también llevó a las páginas de su obra la provincia de Guadalajara que, como sus pueblos, no deben dejar de recordar al hombre y su obra. Quizá, una de las más prolíficas de un autor con nombre patrio, admirado más allá del tiempo que le tocó vivir.

Tal vez, volver a leer su obra sea el mejor homenaje que le pueda dedicar. Ello significa que sigue entre nosotros.