Buenafuente no se vende
Artículo publicado el 28 de marzo de 1978 en Nueva Alcarria.
Se vende un monasterio del siglo XII en el Alto Tajo”. Así titulaba yo hace seis u ocho años una crónica en ABC sobre el convento de Buenafuente del Sistal. Recogía en ella la preocupación de la exigua comunidad ante la soledad y pobreza en que se encontraba. Tanta, que hasta incluso había pensado poner en venta el antiquísimo monasterio ante las dificultades materiales y espirituales que para su permanencia encontraban. La crónica tuvo un gran eco, y, junto a otros trabajos periodísticos y, sobre todo, con la enorme voluntad del capellán del convento, don Ángel Moreno, se suscitó un movimiento de apoyo a Buenafuente, dentro y fuera de la provincia, que puede ser la salvación de este monasterio cisterciense.
Por lo pronto, parece que la Comunidad ya no piensa ni remotamente en abandonar el noble edificio. He estado unas horas en Buenafuente –las suficientes para desear volver más reposadamente- y mi impresión personal es optimista. Por haber ido en Semana Santa tal vez la imagen que advertí no responda exactamente a la realidad. Es seguro que el resto del año los fines de semana no estarán tan concurridos en Buenafuente como el pasado Sábado Santo. Pero la soledad que ahora se vive allí ya no es tan desamparada como la de antes. A Buenafuente se acude ahora a hacer turismo y a hacer oración. O, simplemente, y ya es bastante, a disfrutar de la maravillosa paz del lugar, de la agreste solemnidad de su paisaje, del silencio absoluto que allí impera.
Esta presencia de visitantes y huéspedes supone ya una ayuda moral. La amistad y el amor se inician con el conocimiento, pues no se confraterniza con lo desconocido.
Afortunadamente, Buenafuente comienza a ser un centro espiritual al que se acude cada vez con mayor frecuencia. Fruto de ella son los aires de renovación que allí me pareció que se respiran. Ya no es un monasterio muerto, o a punto de extinguirse, como la primera vez que estuve en él. Se han hecho pequeñas obras de restauración y adaptación en el recinto monacal. Y al dar vista al monasterio el visitante queda sorprendido ante un edificio prefabricado, de aire nórdico, que se despega un tanto del entorno. Es la residencia de tres hermanas de la Caridad de Santa Ana –dos de ellas enfermeras y la tercera maestra- que se entregan a la actividad que dio nombre a su Orden. Ejercen la caridad –en el sentido activo de dar- en los pueblos comarcanos. Principalmente se dedican al cuidado de los ancianos, remediando en lo posible el desamparo en que se encuentran. Es una labor ingrata, penosa, que redime de los intereses y comodidades materiales que en otras situaciones pueden tener las órdenes religiosas.
Pienso que este ejemplo de las tres hermanas de la Caridad de Santa Ana debería verse repetido y multiplicado por ésta y otras congregaciones religiosas excesivamente urbanas. Bien está atender las necesidades ciudadanas, pero sin olvidarse totalmente del medio rural, que es el más abandonado.
El espíritu de Buenafuente ha salido fortalecido de las dificultades pasadas y transciende ahora totalmente a toda la comarca. Hay que procurar que llegue a toda la provincia, porque, aunque algunos no lo crean, son necesarios centros espirituales de esta clase para compensar el desbordante materialismo moderno. Buenafuente puede llegar a convertirse en el monasterio de moda. Su romántica lejanía, la riqueza de su paisaje, la autenticidad de sus piedras, y su sugestiva arquitectura hacen de él un centro turístico-religioso al que ya acuden periódicamente visitantes de la región central y de Cataluña. Con un poco de propaganda y un mucho de infraestructura hotelera, el futuro de Buenafuente –contemplado desde un punto de vista material y humano- puede ser muy halagüeño.