Caballos y caballeros con capa reavivan la tradición medieval de Atienza
Los nobles caballos llegaron ayer hasta Atienza con el sonido agudo de la dulzaina de fondo. A muchos les resultaba familiar. A los nuevos, al principio, les extrañó, algo que viene sucediendo ya desde 862 años. A lomos de sus caballeros, su estampa recordó la época medieval atencina.
FOTOS:JUAN JESÚS ASENJO
La Caballada ha vuelto a recordar la tradición un año más, son ya 862 años desde 1162, cuando un grupo de arrieros valerosos de Atienza salvaron mediante una ingeniosa treta al Rey Niño Alfonso VIII, a quien pretendía arrebatar Fernando II de León de las manos amigas de los atencinos.
La bandera ondeando en el balcón principal de la casa del Prioste, al sol del amanecer, celebraba el Domingo de Pascua de Pentecostés, de Pascua Florida, el Día de la Caballada.
El campo era un impresionante lienzo de verdor, de cientos de flores y un cielo azul, limpio, era el telón de fondo de Atienza cuando se oían relinchar los caballos que iban descendiendo de los camiones, ensillados y puestos en manos de los cofrades previo sorteo de los nobles brutos.
Nobles y fieles, con nombres evocadores (Río Tinto, Bandolero, Ciriaco…) y con una perfecta memoria de otros años. Los caballos llegan relajados desde Buitrago porque conocen el destino y hasta el sonido agudo de la dulzaina les resulta familiar. Los nuevos sí que ponen pinas las orejas al escuchar tambor y gaita.
Son las 10 de la mañana. Los dulzaineros ya han tocado la diana por las calles y han acudido a recoger a la seisa y mayordoma para terminar en casa de la priosta. Las mujeres acompañarán toda la jornada a los cargos principales.
Los hermanos, al lado de la casa del prioste, montan a la voz de “¡Señores hermanos, a caballo!” Treinta cofrades al unísono se alzan sobre las cabalgaduras. Se pasa lista. Se leen las multas pagaderas en libras de cera que por otro lado no son multas sino precio de entrada de tres muy jóvenes nuevos hermanos de chaquetilla, los de capa son los seises que ya sirvieron la vara. Jorge, Mario y Manuel son los neófitos de la Cofradía.
Doscientos un cuartillos de vino ha sido la puja final y recibe una festiva exclamación “¡Buen chico la lleva!” y adelante la comitiva.
En la casa curato de la Trinidad, ante la portada de gótico isabelino y rejería del siglo XVII, se recoge al abad y se inicia la romería en sentido estricto, clero, arrieros cofrades, músicos en sendos borriquillos caminan ordenados y despaciosos hasta la ermita bajo el monte Calvario y la Peña Martín, donde el río canta sin cesar alrededor de la ermita.
Decenas de personas acompañan la procesión con la preciosa imagen barroca de una Inmaculada con Niño de escuela sevillana. El llevar a la imagen se paga en celemines de trigo, los banzos, el llevar las andas ha rondado el precio de más de ciento veinte celemines por alzada de cada uno de los cuatro brazos. Al cambio el celemín se valora en un euro. Tras la procesión, la misa de Pentecostés con los cofrades en el presbiterio y la ermita repleta de personas es el momento de reconocer y agradecer la cortesía de visitantes del sector político que desde años y años han apoyado siempre la fiesta tradicional.
Finalizada la misa, la subasta de roscas del ramo, plantado el sábado de las “siete tortillas”, en recuerdo de las siete jornadas de la ruta hasta una salvadora Ávila para el Rey Niño, ha tenido muy buen nivel, con subastas entorno a los quince celemines de trigo.
El baile a la Virgen, se hace en jotas castellanas en honor de la Patrona, la Cofradía es de la Santísima Trinidad y de la Madre de Dios, además de San Julián el Hospitalario y San Isidro Labrador. Los hermanos alargan con cariño las jotas hasta que el campanillo de la ermita convoca para “El trago de la bandera”. Los hermanos brindan en vaso de cristal por sus compañeros con vino de la subasta por llevar la bandera.
Mientras la gente da cuenta de las roscas con buen vino en porrón para desplazarse a los corros familiares para hacer una comida campestre, los hermanos en rigurosa clausura, en el comedor de la casa del santero, van a dar cuenta de un delicioso asado de cordero o cabrito, ensalada y postre de almíbar. En la comida el seis principal (hermano que fue prioste el año anterior) guarda el orden y los hermanos deben dirigirse entre ellos con un riguroso “Usted, señor seis, señor hermanos, señor prioste…” el mayordomo sirve la mesa.
Tras la comida los hermanos bailan más jotas y al toque del campanillo son convocados a cantar una salve que resulta musical, varonil y elegante para ir despidiendo a la imagen de la Estrella que monta a caballo hacia Atienza. Al pasar por dos peñas, llamadas de la bandera, rezan a los patronos por los difuntos y por el primer hermano que fallezca. Este año los fallecidos han sido hermanas. Carmen, Milagros y Juanita. Atraviesan la villa entre aplausos y complicidad de los vecinos y en la corredera, en el Camino de las Cuevas, compiten en carreras de dos en dos y cuando la paz, los hermanos, el abad y las insignias lo indican, se vuelve a la población para en la plaza del Trigo ser obsequiados con un vaso de limonada, a caballo, por el abad y luego un trago de vino en porrón, será la previa manera de prepararse a descabalgar, al grito del manda “Señores hermanos, a pie!”. Ha finalizado la Caballada.