Ciudadanos sensacionales: Juan García Serrano, un inventor de otra época


Un anuncio en Nueva Alcarria le cambió la vida y su perfecta caligrafía le trae hasta sus páginas

 

El cuaderno escolar de Juan García Serrano es digno de admirar. Llama la atención de todos aquellos que tienen la oportunidad de verlo, y no es de extrañar que Juan lo muestre con orgullo. Podemos calificar su caligrafía de perfecta, sin ninguna duda, con un trazo preciso y elegante, en armónicas proporciones, no hay una ‘l’ que sobresalga más que otra, o una ‘g’ o ‘j’ que rompa el equilibrio de una líneas limpias y rectas. Y todo ello teniendo en cuenta que lo escribió cuando era un chaval, cuando todavía estaba aprendiendo, y lo hizo, además, utilizando la plumilla de pata de gallo. Es la ejemplificación de la definición de caligrafía, “el arte de escribir con letra bella y correctamente formada”, según la RAE, y no tiene nada que envidiar al tan de moda lettering. En él recoge apuntes de todas las materias que estudiaba cuando iba al colegio, matemáticas, historia, religión, aritmética, etc. y va combinando esa elegante caligrafía con cuentas, figuras geométricas, algún dibujo y títulos sutilmente coloreados.

Así conocimos a Juan, a través de ese cuaderno que escribió cuando tenía unos 14 años. Una lectora de Nueva Alcarria, admirada por su perfección, nos lo hizo llegar pensando que era digno de darlo a conocer. Nos pusimos en contacto con él y del cuaderno derivamos a otros aspectos de su vida que igualmente nos sorprendieron. Descubrimos que Juan es inventor y que la búsqueda de la perfección que refleja en su escritura es una característica que le define, igual que lo es su afán de aprendizaje.

“Esto era una obligación, porque el profesor que teníamos era muy exigente, a lo mejor yo no tendría vocación ni voluntad de hacerlo bien, pero nos daba coscorrones en cuanto metías la pata y había que poner todo el interés posible en hacerlo bien”, nos explica sobre su cuaderno; “luego me he alegrado”, continúa, porque “en mi trabajo he sido también muy exigente conmigo mismo, y he intentado hacer todo lo mejor que sabía, aunque me llevara tiempo”.

Juan García Serrano ya está jubilado, tiene 86 años. Nació en Mesones, su padre era el guardés de una finca y siendo él muy joven, con 10 años, toda la familia se trasladó a un pueblo de Burgos, a Villarcayo. Su carrera profesional comenzó allí, en un taller de bicicletas. “Empecé como mecánico a los 14 años reparando bicicletas, de ahí pasé a una empresa de transporte que tenía taller propio y ahí aprendí la mayor parte de lo que sé, luego fui perfeccionando... Aparte de mecánico, he hecho soldadura, tornero y electricidad del automóvil”.

 

 

   

Un anuncio en Nueva Alcarria

Sus últimos 25 años de trabajo los pasó como responsable de mantenimiento en una fábrica. Y aquí hacemos un alto en el camino, porque Juan saca un recorte de periódico y nos cuenta que “gracias a Nueva Alcarria me enteré de que en una fábrica de Azuqueca necesitaban mecánicos de mantenimiento”, y aquí se vino.

Nos enseña el anuncio en cuestión que guarda cuidadosamente en un álbum con otros recortes y fotos. Porque Juan guarda cosas, libros, papeles y objetos que son como puntadas con las que va hilando su vida y da forma a sus recuerdos. Como el cuaderno de su infancia o la pluma de pata de gallo con la que lo escribió, o un antiguo compás y la enciclopedia de Dalmau Carles que bien podría haber llevado a ese colegio al que desde Mesones llegaba caminando un buen trecho y se tenía que descalzar para cruzar un arroyo piedra a piedra.

Junto a estos objetos, llama nuestra atención un aparato que no sabemos identificar. Es uno de sus inventos que nos explica al final, después de contarnos que diseñó, entre otras cosas, una máquina para hacer perchas; que cuando tenía poco más de 20 años ideó un sistema de calefacción para calentar la fría casa familiar aprovechando el fuego de la chimenea; que años más tarde, en una empresa de embutidos en la que trabajó, hizo lo propio para aprovechar el vapor de agua sobrante de un generador de vapor para alimentar la calefacción de las oficinas, y que, en un terreno con árboles frutales que tiene en Zarzuela, creó un curioso mecanismo que acopló al pozo para automatizar el riego. 

 El aparatejo en cuestión sobre el que le preguntamos lo hizo para su amigo Sebastián, un residente del CAMF en silla de ruedas al que visita desde hace años. Sebastián tiene muy poca movilidad en los brazos y no podía ponerse y quitarse las gafas. Ante este problema, Juan se paró a pensar e ideó este sistema que facilitó la vida a su amigo, aunque “ahora ya no lo necesita porque le operaron de la vista”, matiza.

 “Me gusta un poco la inventiva, pero se necesitan los conocimientos, no puedes meterte a ciegas”, reconoce. Él, como otros muchos niños de su época, no tuvo la oportunidad de estudiar, pero ha sido siempre muy curioso y se ha preocupado de aprender por su cuenta. Dice que aprovechó la mili para estudiar mecánica y nos enseña un antiguo libro, una enciclopedia sobre mecánica que se leía en los ratos de espera que tenía como conductor de un coronel.

 También nos muestra los cuadernillos de ejercicios, y las buenas notas que le ponían sus profesores, de un curso de electricidad del automóvil que realizó a distancia allá por 1960.

 Conocedores de sus habilidades, allí donde ha estado trabajando sus jefes sabían que podían recurrir a Juan cuando necesitaban solucionar alguna cuestión de mecánica. Y ahí estaba él planeando nuevos sistemas, dibujando esquemas y haciendo piezas en el torno. Es lo que le ocurrió cuando, en el taller de camiones, su jefe acudió a él para arreglar el sistema de frenos de un camión después de que una empresa especializada hiciera una chapuza al cambiar el sistema hidráulico que utilizaban antes por uno de aire comprimido. Juan arregló el desaguisado “con mucho esfuerzo y poco dinero”, “y duró años, nunca tuvo una avería más”, concluye con satisfacción.

 

Una máquina de perchas

Ahora, nuestra vista se detiene en un esquema que tiene enmarcado y colgado en la pared de la habitación donde guarda todos sus recuerdos. Es su máquina para hacer perchas. Una solución que ideó para la empresa de unos familiares. Hacían perchas de las que se entregan con la ropa de las tintorería y un día le plantearon que tendrían que dejarlo porque requería mucho esfuerzo físico –lo hacían todo a mano– y no podían continuar así. Antes de que acabaran, Juan ya había empezado a darle vueltas a la cabeza. En cuatro meses, trabajando a destajo los fines de semana y compatibilizándolo con su trabajo, tenía lista la máquina que 37 años después sigue haciendo perchas.

 También ha hecho incursiones en el dibujo técnico. Podemos observar su buen pulso y lo detallista que es en todos los diseños y esquemas de sus inventos, pero el colmo es un mapa que hizo para su yerno, agricultor, de todas las parcelas de su pueblo, todavía sin parcelaria. Todo empezó porque “un día vi que estaba trabajando con unos mapas viejos y desgastados (...). No lo había hecho nunca, pero en la fábrica había visto trabajar a los delineantes técnicos que hacían planos y un poco de idea tenía”. De ahí salieron ocho grandes y pulcras hojas en papel cebolla, llenas de parcelitas perfectamente identificadas con sus números y los nombres de los parajes.

Tras su jubilación, Juan Serrano, comenzó a escribir todos estos recuerdos en cuadernos. Ya ha completado seis, va contando “lo que se me ocurre”, sin ningún orden cronológico, y los va ilustrando con dibujos y esquemas de máquinas y arreglos que hizo en el pasado, todos de memoria, y con fotos o recortes. Ahora escribe con bolígrafo y su letra sigue siendo perfecta. Aunque dice que ya le cuesta, “ahora me tiembla el pulso, escribo despacito y apretando el bolígrafo para que no me tiemble tanto”.