Bitcoin, virtual/real/cadáver


Sólo hay dos tipos de personas que desean los bitcoins, una, las que resultan inoculadas por la fiebre del oro. Las otras las que desean una privacidad absoluta de su tenencia”.

Difícil tarea es explicar este juguete, aunque sea un regalo envenenado o el bote del Euromillones. Lo malo es que lo que físicamente no existe, requiere de grandes dosis de fe, imaginación, intuición, y sobre todo clarividencia.
Empecemos desde el catón. El oro se cotiza en los mercados, baja y sube, o en los chiringuitos donde se compran anillos de boda, pendientes, brazaletes, lingotes, etc, y cuyo valor por onza ha oscilado entre los 580 € de 2008 y los actuales 1.170 € de 2019, con un máximo de 1.378 € en 2012, lo que implica que no hay grandes ganancias ni grandes fiascos, pero lo importante es la primera enseñanza, y es que cuando alguien compra oro de forma sencilla, por ejemplo lingotes, al menos los tiene en su poder y pueden servir como instrumento de cambio en un futuro.
Cuando alguien compra acciones de entidades financieras en los mercados bursátiles, ya no se acredita mediante grandes resmas de papeles, sino anotaciones en cuenta, lo hace según la cotización del día, y de qué depende la cotización? De gran cantidad de factores, si estamos o no en crisis, de las políticas de los bancos centrales ( BCE o FED ), de una situación política estable o anárquica, en fin, infinidad de condicionantes, pero el sustrato del valor del título reside en los activos que atesoran los bancos en sus balances.
De los dos ejemplos expuestos se desprende que, en ambos casos, su valor intrínseco, al margen de su cotización en los mercados, viene respaldado por activos tangibles susceptibles de ser enajenados.
Ya podemos entrar en explicar la naturaleza del bitcoin sin riesgo de perdernos. En términos técnicos es un activo financiero, una criptomoneda, lo que ya introduce una cierta complejidad, por lo que precisamos retornar al catón. Quedémonos con que el bitcoin no existe, no pesa como el oro, es una anotación en cuenta encriptada con contraseña única sólo conocida por su poseedor, es simplemente una idea, una start up que atrae inversores, un marketing de ordenador que se apoya en el anonimato y en las redes, hasta hace poco con pingües plusvalías. 
Dicen las leyendas urbanas no confirmadas que su creador es Satoshi Nakamoto, quién en 2009 realizó la primera transacción, valor cercano a 0 $, pasó a 0,29 $ en 2011, a 4,38 $ € en 2012, 13,41 $ en 2013, 817,12 $ en 2014, 302 $ en 2015, 855,18 € en 2016, llegando a un máximo de 20.000 $ a finales de 2017.$. Traducido al cristiano, quién hubiera invertido 1.000 $ en 2009 y hubiera vendido en 2017, tendría una fortuna en millones de dólares. Vaya jueguecito lucrativo¡¡¡
Es lo malo de la ambición, bien pones un límite o caes por un largo precipicio hasta que súbitamente la caída se interrumpe y respiras con el corazón a 180 pensando que empieza la recuperación; error, era un tiempo muerto para prolongar la caída hasta el abismo.
El JUMANJI lo diseña el presunto japo, un juego en el que el número de bitcoins que pueden adquirirse o transaccionarse tiene un límite, 21 millones de unidades, ni uno más ni uno menos, de las que casi 17 millones ya tienen dueño. La tecnología utilizada es la cadena de bloques (mejor ni explicarlo, “blockchain” ), un lugar inaccesible donde se registra quién es el titular, y a quién se le otorga una dirección y una contraseña privada, nadie sabe quién es quién, todo secreto, en términos locales cabría decir que la hasta ahora ministra de hacienda, o, el que venga, se quede mirando para una Coria invisible.
Vamos llegando a terreno minado, sólo hay dos tipos de personas que desean los bitcoins, una, las que resultan inoculadas por la fiebre del oro, cogen pico, pala y batea, se arman de fe y escrutan las arenas del lavado en búsqueda de una pepita que ilumine sus ojos e inunde sus bolsillos, que piensan que es una versión delicada de Fórum Filatélico, o Terra, una de las primeras burbujas puntocom de Telefónica, que salió a Bolsa en el año 1999 a 11,81 €, el primer día subió un 213,30% y siguió subiendo, y subiendo hasta su máxima cotización 157,60 €, hasta hacer bueno el dicho de los parquets “ todo lo que rápido sube, bajará a parecida velocidad “. Lo que nadie esperaba, y menos los que entraron en máximos es que se alcanzara en 2005 un mínimo de 2,75 €. Aquello no fue pánico: la gente huyó antes que las ratas de un barco que se hunde y todavía se escuchan los ecos de los juramentos.
El otro tipo de personas son los que desean una privacidad absoluta de su tenencia, bien por tratarse de ciberdelincuentes o encontrarse los orígenes de sus inversiones en territorio ajeno a las obligaciones tributarias, o al código penal. Hace un par de años se produjo a nivel internacional un ataque de ramsonware a través de hackers especializados ( señalados como coreanos del norte ) con un objetivo bien preciso, secuestrar ordenadores de empresas mediante un bloqueo de su acceso, y pedir rescate a través de una criptomoneda, se imaginan cuál? Tienen razón, el bitcoin. Bastaba transferir a una dirección señalada por los secuestradores, su dirección de bitcoin y su clave de acceso. A partir de ahí, fácil para los delincuentes, transfieren lo que haya a otra dirección bitcoin, sólo por ellos conocida, y se acabó la historia, los perdedores sin bitcoins aunque con los ordenadores disponibles, y los listos con el botín a buen recaudo.
La incorporación del bitcoin a los mercados de futuros de Chicago representó un espaldarazo inesperado, un escenario con publicidad a gran relieve, aunque expertos vaticinaron entonces  que el futuro era más bien sombrío, pues había mucho interés de reguladores y bancos centrales en tener una solución congruente para poner coto a las criptodivisas que escapan a los controles clásicos del sistema financiero y a las haciendas locales.
Las predicciones llevan camino de cumplirse, la cosa no pinta bien, hoy cotiza sobre los 3.500 $, y los tenedores de oro frotándose las manos. Quedan aún 4 millones de bitcoins pendientes de dueño. El pánico el libre.