Decadencia y resistencia
Todos los partidos que luchan por llegar al poder buscan la hegemonía de los mismos.
Todos los partidos que luchan por llegar al poder buscan la hegemonía de los mismos. Nadie quiere quedar en minoría. Los líderes prefieren el poder absoluto. Cuado hablan de su voluntad de pactos, mienten. Nadie quiere la necesidad de pactos para gobernar pues prefieren hacerlo en solitario, por mayoría llamada absoluta. La democracia se encuentra hoy entre la decadencia y la resistencia. Los grandes partidos son cada vez más rechazados. Unos se alegran mientras que otros se asombran. De momentos se benefician los radicales de uno y otro extremo.
El sistema democrático necesita no sólo una reestructuración sino también una reconversión. Podríamos hablar, incluso, de una fusión. Cuesta mucho mantener tantos partidos y voluntades políticas que llamamos pluralismo. Con el sentimiento democrático cayendo y con la moral de la población decayendo, se impone una gran reflexión. La cultura democrática necesita nuevos caminos. ¿Cuáles son las expectativas del ciudadano ante nuestra situación de decadencia? La democracia necesita más gestores morales, un procesamiento más eficaz y menos ímpetu ideológico o ambición personal. No hay otra solución: sólo cuando se cambia la conciencia se cambia la sociedad.
Si existiese la democracia no existirían las guerras. Sólo han existido tres formas de gobierno: dictadura, anarquía y democracia. Con la democracia se hace frente a las otras dos formas. La democracia nace en Grecia como lucha contra la hegemonía porque el “demos” o pueblo tiene que controlar el “kratos” o poder que hay en la hegemonía personal. Con ello, no se termina con la jerarquía. Pero hay una constante común a todas las formas de gobierno: todos los partidos quieren lo mismo, quieren el poder, todos quieren gobernar. Es muy difícil cuadrar o encajar esta teoría con la práctica: ¿quien tiene que tomar decisiones en democracia? La decisión democrática, la tome quien la tome, tiene que salvaguardar tanto la libertad como la igualdad de los ciudadanos.
Por ello, la razón en democracia tiene que dejar paso a la conciencia. Los ciudadanos, en política, no son expertos intelectuales sino jueces formados que deben discernir, optar y votar por valores no por ideas. La democracia de los valores nos dice “cómo” se debe gobernar, no “quién” debe gobernar. Frecuentemente, ambos extremos van unidos pero pueden separarse. La fórmula ya la hemos indicado y escrito otras veces: libertad, la mayor posible, mientras que autoridad, la mínima necesaria. Son dos planos diferentes, lo necesario y lo posible. Conjugar ambos extremos es el proceso entre decadencia y resistencia. Tanto libertad como posibilidad (máxima) y autoridad como necesidad (mínima) son cosas diferentes y no tienen que confundirse con la democracia.