El amor hacia los coches antiguos tiene su explicación y nos la dan en Sigüenza
La pasión por los vehículos clásicos es algo muy particular. Objetivamente no se puede decir cuál es el más bonito, porque la belleza es subjetiva y atiende a infinidad de sentimientos y razones. Un centenar de personas, entre amigos y socios de Clásicos Sigüenza Club, sacaron sus tesoros de los garajes, coches y motos, impolutos, deslumbrantes, como recién salidos del concesionario, y los pasearon con el mismo mimo, o más, que a su pareja. Con ellos bailaron con el acelerador bajo sus pies y desfilaron por las carreteras fronterizas de Soria.
Seat 600, Renault 8, Volkswagen escarabajo, todo tipo de Mercedes, Triumph, Saab, el famoso Tiburón, Porche, etc., acompañados de motos clásicas, invadieron esas travesías, aportando al bello paisaje una pincelada pintoresca, que es una realidad gracias al tesón en mantener vivas estas bellezas del pasado.
El secretario del Club, Ramón Álvarez, recorrió con un SEAT 600 del 74 que adquirió hace 11 años la ruta que les llevó por Alboreca, Yelo y Medinaceli, donde tomaron tortilla, chorizo y torreznos en la cafetería Mopal. De allí a Sigüenza, lugar en el que degustaron una paella. Él siempre encabeza la comitiva desde hace más de una década que llevan saliendo, ya que en su coche lleva todos los regalos que reparten al final y logística, en general. “Lo tengo muy bien, se lo dejé a unos recién casados en sus Bodas de Oro, me lo pidieron porque de jóvenes tenían uno igual”, presume.
“Mi pequeño 600 me recuerda mi infancia”, comenta satisfecho. Su corazón está dividido, porque para este tipo de eventos, y para moverse por Sigüenza, hace uso de una Vespa del mismo año, “cuando cumplí –dice- los 18”. Su veterano utilitario le consume más que el BMW y, sin embargo, lo adora, de la misma forma que las antigüedades, a las que es aficionado.
El presidente del club es José Antonio Arranz, que, junto al difunto Santos, que falleció en 2013 a consecuencia de un accidente de moto, fue el creador del colectivo, allá por 2011. Arranz era el dueño del bar Alameda. El mejor –para muchos- que había en la Ciudad del Doncel. Ahí empezaron a hablar sobre la creación de la asociación. “Oye Ramón, tú que tienes una Vespa, te he apuntado al Club de Clásicos”, le dijo. “Me fui metiendo y no hubo manera de salir; José Antonio se quedó al frente y, desde 2013, me uní a la directiva como secretario”, recuerda como si fuera hoy.
José Antonio conduce un Citröen Tiburón. “Para cada propietario su coche es el más especial”, apostilla Ramón. “Para él es el preferido, para mi, también es el 2 CV que tuve en su momento, para otros el Triumph…”, comenta, “pero de lo que no hay duda –prosigue- es que la mecánica era más sencilla, porque la de hoy en día no se entiende”. En Sigüenza y Guadalajara hay varios talleres, entre ellos el de un socio y amigo, que atienden con el mimo que merecen estos coches, todos ellos con más de 25 años, algo que depende, añade, “de la habilidad del mecánico o de un manitas”. Por ejemplo, durante la salida que realizaron el pasado domingo, se soltó el escape de un Porsche. “Gracias a Miguel Bernal, que siempre lleva de todo en su Vespa, pudimos sujetarlo con una llave, una cincha y unos cables”, indica. “Sonaba de maravilla, era un gusto para los oídos”, dice.
En la actualidad, Clásicos Sigüenza Club tiene 60 miembros, siempre con el ánimo de admitir a gente nueva apasionada de los clásicos y dispuesta a disfrutar con ellos de las cinco o seis salidas que tienen al año, una oportunidad para compartir experiencias y confraternizar. En esta ocasión, el pasado domingo, al acabar la ruta se sentaron en un kiosco en la seguntina Alameda y degustaron una paella, tras la cual hubo sorteo de camisetas, vasos térmicos y una bota de vino de Jesús Blasco (JB), hecha en Sigüenza. ¿Se puede pedir más?