El síndrome de Salieri
He conocido a muchos alcaldes de Sigüenza y Latre responde a la seriedad y al rigor como el que más y así lo ha valorado su electorado.
Cualquiera que recuerde la gran película de Milos Forman entenderá lo que aquí quiero transmitir. La genialidad de Mozart, por su propia naturaleza, generó en Salieri una indigestión vital que le llevó a odiar a Dios, a quien le reprochó la causa de todas sus envidias. Digo envidias, porque al fin y al cabo Salieri envidiaba en la misma medida con la que admiraba a Wolfang Amadeus Mozart. Eso lo transformó en algo injusto, un oprobio, algo ingnominioso. Pero implícitamente llevaba el reconocimiento. De ahí la gran paradoja. Odias porque la envidia te impide querer lo que más valoras, el talento de su prójimo que Salieri no tuvo a pesar de todos sus sacrificios.
Dicen que el gran pecado capital de los españoles es la envidia. Lo absurdo es envidiar por lo material, al menos en mi opinión, pero es más complicado no hacerlo por el talento. Muchos de mis amigos conocen mi confesión de que padezco la mayoría de los pecados capitales, pero también saben que, con la misma sinceridad, les reconozco carecer el de la envidia. Si es por lo material me regocija ver al amigo disfrutarlo. Si es por lo intelectual me regocija reconocer al amigo y admirarlo. Y en lo posible aprender de él. Por no contentar a los que me pudieran envidiar -en su caso, ignoro los motivos- no voy a abundar en mis defectos, que son muchos, y que se refugian en el resto de los pecados capitales. Pero esa circunstancia de la naturaleza me permite disfrutar del libre albedrío.
Al hilo de una fotografía publicada en este mismo periódico, en la que aparecía el alcalde de Sigüenza en una postura similar a la del Doncel en su magistral escultura, han surgido algunas reacciones de los de siempre desaprobando la escena. Probablemente a ellos nunca se les hubiera ocurrido, probablemente carecen del humor -aptitud equiparable al de la inteligencia- del retratado. Pero lo peor es intentar convertir algo divertido en una rasgadura inopinada de lo intranscendente, o algo así. Que no, por favor, que la cosa es mucho más sencilla y divertida. Y creativa. Y amable. Adjetivos de los que muchos carecen. He conocido a muchos alcaldes de Sigüenza y Latre responde a la seriedad y al rigor como el que más. Y así lo ha valorado su electorado. El que por una petición del fotógrafo por educación acceda a un determinado posado, insisto, sin que suponga ningún tipo de irreverencia, dice mucho de él. Y sospecho que lo hizo por satisfacer las inquietudes de composición del fotógrafo, lo que le agradezco.
Salieri se lo curraba bien y tras días y noches de trabajo se daba cuenta, sin reconocerlo, que Mozart había compuesto algo mucho mejor, muchísimo mejor, en dos horas de resaca. Así es la vida. Lo de Wolfang era genial, lo suyo, simplemente laborioso. El síndrome Salieri se traduce en la más recóndita, pero tormentosa, de las envidias. Busquemos el talento propio y dejemos de fijarnos en el prójimo, salvo para admirarle o quererle. O si no, ignorarle. Pero nunca despreciarle por lo que careces.