Esperanza


El primer aspecto natural de la esperanza es el desarrollo  de la persona. El segundo es cómo los individuos viven la esperanza en sus respectivas etapas o edades.

Tristes para todo el mundo, me siento obligado a vivir de la esperanza e invitar a los lectores a la misma actitud: ¡Esperanza, esperanza! Fr. Luis de León, en su primera égloga, desea un confinamiento que le permita vivir “a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”. La esperanza es una de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y una “pasión”, asociada con el miedo (el recelo), porque muchas veces no conseguimos lo que esperamos. Fr. Luis, el poeta religioso, rechaza la esperanza-pasión, pero no la virtud. Antes que virtud o pasión la esperanza es un rasgo fundamental de la vida humana. Uno de los aspectos más visibles de la persona es el desarrollo desde la generación hasta la muerte: el hombre como viajero (homo viator). La persona camina, ordinariamente unas veces por sendas ya trazadas, como la asistencia regular al puesto de trabajo, pero otras por vericuetos inseguros. Las decisiones fundamentales de la nuestra vida: sentido de la vida misma, religión, profesión y amor, no se toman en un camino pavimentado, como conclusiones de un razonamiento, sino como un salto, siempre inseguro y a veces erróneo. El poeta Antonio Machado plasmó esta condición en sus versos: “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más. Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”. No somos plenamente conscientes de los resultados de nuestros saltos; la vida es un drama que se representa sin ensayos previos.

El primer aspecto natural de la esperanza es el desarrollo de la persona. El segundo es cómo los individuos viven la esperanza en sus respectivas etapas o edades. La vida humana se realiza en una sociedad y entre dos fechas: la del nacimiento y el día de la muerte. En cada etapa de nuestra existencia nos afectan distintos factores y, por tanto, esperamos de manera distinta. Un niño querido dentro de su familia es pura esperanza confiada. Las únicas amenazas que experimenta son las prohibiciones y las correcciones a su conducta, todas sugeridas “por su bien”. En cambio, el niño que vive en un ambiente de violencia o abandono, aunque la violencia solo esté presente en su entorno y él no sea víctima directa, normalmente queda traumatizado, al menos hasta que su propia reflexión le permita comprender y superar la experiencia de su niñez.

El adulto que se ha independizado aspira a casarse o permanecer soltero, vivir de una profesión, de una empresa propia o de su trabajo en una empresa de otros. Aquí las amenazas son el fracaso en el amor y en la profesión. Esa amenaza se da en la sensación de miedo o en problemas psíquicos como la depresión, la ansiedad, la enfermedad, la conciencia de la constante amenaza de la muerte y el miedo del riesgo que pueden correr los hijos, el resto de la familia y las víctimas de catástrofes naturales y de regímenes tiránicos. Por eso la supresión de la propiedad privada, que hace al individuo dependiente del Estado en cualquiera de sus instancias, es un arma contra la esperanza. En la vejez, desde el momento de la jubilación, desaparece para muchos la posibilidad de aspirar a ninguna experiencia profesional nueva; en cambio, los que han vivido de una vocación continúan aprendiendo en su actividad fundamental, aunque estén ya fuera de los escalafones oficiales. De todas formas, frente al niño, puro porvenir, el viejo es básicamente memoria: presencia de una larga trayectoria en cuyo extremo nos encontramos. Sin embargo, todavía el deseo de asistir a la vida de hijos y nietos explica también la esperanza en la persona de edad avanzada.

La esperanza es también compromiso libre. En su mejor sentido, es compromiso con la creación de futuro: el empeño del empresario creador y de todo profesional plenamente dedicado a ejercer su oficio de manera excelente. El compromiso libre se funda y acompaña de la ilusión, que es la forma de vivir el presente de manera plena, de forma que los proyectos creadores sean un factor de ese presente lleno y denso. La ilusión es, por tanto, afirmación de que la vida en cada momento tiene sentido. Está en una relación viva con el compromiso: por una parte, le sirve de incitante, y por otra se alimenta con el éxito, ya que todo lo que se nos da en la existencia tenemos que saber asimilarlo de manera consciente. Incluso para recibir los recursos que se nos regalan necesitamos trabajar en actitud comprometida. En 1965 tuve una conversación entrañable con Jorge Guillén, admirable poeta y persona. En el poema “Beato sillón” de su libro Cántico, Guillén había escrito: “el mundo está bien hecho”. Jaime Gil de Biedma había citado este verso con ironía, como ignorancia ingenua del mal. Pero la postura de Guillén no demostraba ingenuidad, sino el empeño de trabajar para corregir el mal y fomentar la esperanza.