Esta tierra es de nosotros

23/11/2018 - 14:00 Natalia Díaz

Una inversión no aportará a la repoblación si no genera apego.

A muchos de los que, o bien nos hemos criado en el ámbito rural, o bien hemos estado en estrecho contacto con nuestras raíces rurales, nos afecta profundamente constatar el estado de abandono y desolación de nuestros pequeños pueblos. Queremos hacer algo por darles vida, por que no mueran. Queremos sentirlos, quizás de otro modo a como una vez fueron porque la sociedad y su cultura evolucionan y cambian, pero sabemos que no queremos perderlos. No queremos perder el campo y sus habitantes. 

Sin embargo, nos topamos con una cuestión con demasiada frecuencia invisible o menor para la gente, algo que debemos reivindicar desde ya, y trabajar a conciencia en ello: nuestro compromiso con el medio rural nos está exigiendo empezar prácticamente de cero, para luego reforzar al máximo, el principio de cohesión comunitaria. Este principio ha de aplicarse tanto desde aquellos que viven en los pueblos como desde los que decidan venir a vivir a ellos.

La gente puede querer instalarse en el “campo” como parte de una iniciativa individual o como parte de un grupo que desea llevar a cabo su propio proyecto o agenda: salir del agobio de la urbe, recolonizar municipios abandonados, volver a la naturaleza, comenzar un proyecto empresarial… Pero si falta un empeño de presencia a largo plazo, seguirán faltando también resultados óptimos a largo plazo. Nada de lo que se haga con vistas a un bien inmediato puede durar mucho en el tiempo.

 

El apego al lugar

Hacerse con unas pocas cabras o con un pequeño huerto de consumo propio familiar, abrir un barecito o una panadería, son pequeños pasos para comenzar la nueva repoblación rural. Pero un huerto no da de comer a una provincia y difícilmente será la solución de subsistencia, aún cuando vinieran a repoblar los pueblos miles de personas. A las cabeceras de municipio llegaron personas en las últimas décadas a trabajar en los servicios públicos: comercios, banco, bares o restaurantes, oficinas... Pero ni las pequeñas iniciativas de cultivo local ni los servicios mencionados están dando el resultado esperado. Los nuevos colonos están desarrollando una forma de estar nueva, diferente a la de nuestros antepasados ¿Es esto bueno o negativo? Un trabajo y perspectivas de progreso económico ¿son suficientes para asentar el territorio y su población?

No son las tierras ya de quien las cuida. Roturar, sembrar, irrigar, segar… forma parte de un trabajo mecánico, que hace alguien venido de fuera. No hay implicación personal, una relación personal con la Tierra, con mayúscula. Lo rural hoy en día ya está asociado, realmente, con la explotación industrial a gran escala, y cada vez lo estará más.

Y aquí es cuando aparece la palabra olvidada: arraigo. Las personas que en el futuro vivan en los pueblos han de sentirse afectivamente arraigadas y ha de ser de un modo que no sea sólo el económico. La cuestión es que estos nuevos pobladores no serán, en general, quienes trabajen la tierra. Las canciones que cantemos no serán las de la tierra. Los vocablos tampoco. Las fiestas y las tradiciones no estarán -no lo están yaligados a la tierra, al espacio, al lugar.

Hace falta insistir: Sólo los afectos y las emociones anclan a los espacios. Sólo las experiencias vividas.

Es necesario que el nuevo asentamiento sea para algo más que ganar dinero. Es necesario que se instale un sentimiento y una incidencia en la relación con el campo. Este reto que nos atañe a todos no funcionará si cada uno vive en su propio círculo familiar y económico, buscando un beneficio propio, a corto y medio plazo. La amenaza que pende sobre nosotros es que los nuevos habitantes no tienen lazos de ningún tipo con las tradiciones culturales. Los “colonos” no aportarán en la preservación de la cultura ancestral, aunque eso sí, serán portadores de una nueva cultura. ¿Cuál?

 

La defensa del territorio es una defensa integral

No se trata aquí de volver a ser campesinos, esta no es la clave para devolver la población a los pueblos. Los tiempos, en nuestra sociedad occidental europea, han cambiado. Pero, ¿por qué la gente que lucha por que su pueblo no quede abandonado, o que siente nostalgia por lo que fue antaño, se siente tan afectada por la despoblación? Porque iban todos juntos al río a bañarse. Porque tras la Romería, se compartía comida en el campo. Porque se participaba en trilla, la siega, la vendimia, la molienda… actividades donde la gente sentía que había conseguido algo: un producto que todos disfrutaban y celebraban juntos.

Esto es lo que nosotros, los “nuevos habitantes del campo”, tenemos que entender. Si no tenemos en cuenta el valor del apego a la hora de programar estrategias y objetivos, estamos construyendo la casa sobre refuerzos de arena. Debemos dar continuidad a la noción de cultura ancestral. Aportando la nuestra, conservando la que nos dejaron. Saliendo de esa absurda asunción moderna y ombliguista que dicta que nosotros somos los primeros, pioneros salidos de la nada, pasajeros que cruzan un paisaje en el que no dejarán huella humana. Ese es nuestro legado, dejar huella que recojan los que vendrán detrás. Una inversión económica e industrial únicamente no aportará a la repoblación de nuestros pueblos si no genera apego y una visión de futuro en la que seamos protagonistas humanos, no sólo inversores en una potencial mina de oro.

Esta es la solución para el futuro de nuestros pueblos. Somos parte de un todo que ni empieza ni termina con nosotros. Obviarlo, será el más grande error que podamos cometer.

 

*Natalia Díaz es responsable de la Secretaría ADSC Guadalajara

     Asociación para el Desarrollo de la Serranía Celtibérica