Gestión sentimental

25/01/2021 - 12:34 Jesús Fernández

 Lo que pasa es que  hemos convertido el poder en un nuevo Dios, a lo que hemos llamado en otras ocasiones una teocracia civil.

Se ha escrito mucho sobre la crisis de las ideologías. Pero a medida que descienden en importancia las ideologías en los partidos, crece la gestión sentimental de la democracia por parte de los mismos. Lo importante son los sentimientos del pueblo  entendido como la masa amorfa que hay que reeducar y conducir hacia las propias posiciones. La educación escolar es una reeducación. La democracia va unida a la economía y al derecho. El llamado “jusnaturalismo” (la base natural de leyes y códigos) hace ya tiempo que se ha abandonado a la hora de construir las normas  de la democracia. Más aún: algunos de nuestros contemporáneos creen que la democracia como exaltación de la libertad, termina con las normas limitadoras y necesarias para la convivencia.

En la filosofía política se observan dos tendencias. Las leyes como corrección de las tendencias agresivas y naturales del hombre (“el hombre es un lobo para todo hombre” de Hobbes) y la teoría  del ”contrato social” de Rouseau, como continuación y acuerdo en la defensa de los intereses de cada ser humano, sobre todo de los más vulnerables. El buenismo en el hombre no existe y la antropología optimista tampoco. Se necesita una antropología correctora y complementaria que puede encomendarse a la sociología, a las Constituciones, al derecho. Sin embargo, las leyes nacen hoy del poder de las mayorías como un acuerdo convencional. Hemos convertido el derecho en unas matemáticas sociales y a la  voluntad del pueblo en una ingeniería favorable a los intereses de los partidos. Por eso son tan caducas, derogables y hasta prescindibles. Hemos pasado de un Estado legislador, constitucional, a un Estado juez y dictador en el sentido más literal del término. (Gesetzesstaat y richterstaat como  titula el pensador croata Rene Marcic su conocida obra).      

El jusnaturalismo o la naturaleza de las leyes tienen que elevarse a una especie de ontología. La esencia de las leyes positivas, escritas, consiste en mostrar la esencia interior de la naturaleza del hombre y de las cosas. Si existe una sociología del poder ¿por qué no va a existir una teología del poder? Todo poder en la tierra, toda fuerza y autoridad  viene de Dios incluido el poder del pueblo y ante Dios hay que rendir cuentas de su uso y ejercicio. Lo que pasa es que  hemos convertido el poder en un nuevo Dios, a lo que hemos llamado en otras ocasiones una teocracia civil. Ni siquiera las leyes escritas tienen fuerza en sí mismas o en virtud de quien las dicta sino en cuanto expresan y desarrollan la fuerza o el poder de la naturaleza del hombre.

  Ahora se entiende la mal llamada “presión social” que ejercen las masas, hábilmente manejadas por los grupos políticos, sobre los sistemas jurídicos de un país y de sus hombres. La democracia, además de ser una mentira en sí misma, se llena de mentiras y falsas promesas para hacer ver a la gente que alguien cuida de sus sentimientos a cambio de poder y de dinero, de despachos y de nóminas.