José de Creeft regresa a Guadalajara para quedarse

04/02/2018 - 12:50 Jesús Orea

El verdadero regreso artístico del escultor a su ciudad natal se produjo en 1981 cuando se expusieron 25 piezas escultóricas suyas en la sala de arte de la añorada Caja de Guadalajara.

Con muy buen criterio y de forma oportuna y acertada, el Ayuntamiento de Guadalajara ha inaugurado recientemente en el Palacio de la Cotilla una sala dedicada al gran escultor José de Creeft, nacido en Guadalajara en 1884 y fallecido en Nueva York en 1982, ciudad en la que residió desde 1936 tras exiliarse allí al inicio de la Guerra Civil española. Esta sala dedicada a De Creeft en el antiguo palacio de los marqueses de Villamejor viene a sumarse a la que el consistorio ya dedicó en 2016 a Buero Vallejo, con ocasión de la celebración del centenario del nacimiento del extraordinario dramaturgo alcarreño. Con paso lento, pero parece que decidido y firme, la ciudad se va dotando progresivamente de espacios expositivos permanentes en el Palacio de la Cotilla para dar contenido y forma al futuro Museo de la Ciudad, un proyecto necesario, no solo para ofrecer una nueva e importante opción de visita cultural a los turistas que lleguen a Guadalajara, sino, especialmente, para contribuir a que los propios guadalajareños conozcan y valoren el relevante pasado de su urbe pues únicamente desde el conocimiento se puede llegar a la consideración, el afecto y el compromiso. Y la vieja Wad-al-Hayara está muy necesitada de estos tres valores pues, como bien dice el mejor guadalajareño que he conocido, Javier Borobia, “esta ciudad no se gusta a sí misma”.
    La nueva exposición permanente dedicada a José de Creeft en La Cotilla, inaugurada el pasado 20 de diciembre, afortunadamente ha mostrado pronto evidencias de que no va a petrificarse, es decir, a ofrecer siempre el mismo fondo, algo que va en contra de cualquier espacio museístico que se precie pues merma su número de visitas y las rotaciones de sus visitantes. Digo esto porque, cuando aún no se ha cumplido un mes de su inauguración, el Ayuntamiento ya ha incorporado una nueva y valiosa pieza a la exposición: “Mujer sentada”, escultura realizada en granito de Portugal, en el año 1916, durante la estancia del artista alcarreño en París. Esta gran obra ha sido donada por Lorrie Goulet, viuda del artista, “en agradecimiento a la ciudad de Guadalajara por el esfuerzo realizado para crear un espacio dedicado a la memoria del escultor”. Sin duda, este espacio parece haber nacido con muy buen pie y si lo unimos al ya existente en el Museo Francisco Sobrino, podemos afirmar sin complejos ni localismo exacerbado que muy pocas ciudades de nuestro tamaño han sido cuna de dos grandes escultores del siglo XX y de los que, además, se guarda y ofrece memoria viva de ellos y de su obra.
    José de Creeft nació en Guadalajara el 27 de noviembre de 1884, en una vivienda situada justo enfrente de la puerta principal del hoy Instituto Liceo Caracense, entonces Instituto de Segunda Enseñanza y antes y desde el siglo XVI Palacio de don Antonio de Mendoza y Convento de la Piedad. La casa natal del escultor hace esquina entre la calle del Doctor Benito Hernando -popularmente conocida como Museo, porque ese uso tuvo también en la segunda mitad del XIX el viejo palacio mendocino- y la calle de San Gil. Una placa, instalada en 1977 -año en el que el Ayuntamiento le nombró “Hijo predilecto de la ciudad”-, recuerda el nacimiento de De Creeft en esa vivienda, aunque no se trata de la original pues fue demolida y después construida de nueva planta a principios del XXI. La placa sí es la original.
    Como otros importantes creadores, entre los que podríamos destacar a Leopoldo Alas “Clarín”, José Ortíz-Echagüe e, incluso, Antonio Buero Vallejo -aunque su madre era de Taracena su padre era gaditano-, nacidos o residentes temporales en Guadalajara, el padre de José de Creeft vivió un tiempo en esta capital con su familia por causa de su destino militar en la Academia de Ingenieros. Mariano de Creeft i Masdeu, padre del escultor, era barcelonés y destacó por ser un militar liberal revolucionario que hasta llegó a ser degradado y encarcelado en el castillo de Montjuic tras la revolución de 1868, la llamada “Gloriosa”, que provocó el destronamiento y el exilio de Isabel II.
    José de Creeft residió muy poco tiempo en Guadalajara pues siendo aún muy niño su familia se trasladó a Barcelona, donde vivió de forma bastante precaria pues su padre falleció cuando él apenas contaba con seis años de edad y dejando a los suyos en una situación económica realmente difícil, al borde de la miseria. Precisamente para tratar de aportar algunos recursos en casa -incluso antes de aprender el oficio de escultor, lo que hizo siendo aún adolescente en el taller del gran imaginero catalán, Josep María Barnadas- De Creeft se dedica a modelar figuras de belén, que vende en la típica feria navideña barcelonesa de Santa Lucía, y a pintar a destajo soldaditos de plomo en una cadena industrial.
    Con dieciséis años de edad la familia del escultor se traslada a Madrid. En la capital española consigue entrar como alumno en el taller de Agustín Querol, un escultor de prestigio mundial, aunque el artista alcarreño pronto deja de ser su pupilo pues no comparte con el maestro su comercialismo académico. Dos años después de llegar a Madrid, De Creeft monta ya su propio estudio y comienza a esculpir con la técnica llamada de “talla directa”, de la que llegaría a ser uno de sus referentes y estandartes a nivel mundial. Esta técnica escultórica consiste en trabajar directamente sobre los materiales finalistas de la obra, sin modelado previo en elementos blandos. La talla directa une a José de Creeft con el más grande escultor de la historia, Miguel Ángel Buonarotti, pues si éste afirmó tras acabar “La Pietá” con apenas 23 años de edad que “la escultura ya estaba dentro de la piedra; yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba”, el artista guadalajareño aseveraba que “entiendo la escultura como una creación de vaciado de piedra haciendo salir las formas que he visto ocultas en el material. Esculpir consiste en eliminar el exceso de materia que cubre las formas”.
    Tras un paso de apenas un lustro por Madrid, José de Creeft marcha a París en 1905 que, en esos momentos, vive un momento de especial ebullición en el ámbito artístico, tanto pictórico, como escultórico y, por supuesto, literario. Allí, en ese período previo a la Gran Guerra, eclosionan y conviven tendencias como el fauvismo, el expresionismo, el cubismo y el futurismo. José se instala en el barrio de la creación por excelencia, Montmartre, y se incorpora al conocido grupo de “Bateau-Lavou”. Conoce a pintores como Picasso, Juan Gris, Modigliani, Matisse, Braque… y a escritores como Apollinaire, Cocteau o César Vallejo. Su tendencia creadora le acerca al gusto por las culturas orientales y arcaicas y su línea escultórica, partiendo de la tradición figurativa y realista, se inserta plenamente en la modernidad.
    Después de su larga y decisiva estancia en la capital francesa, como ya hemos adelantado, José de Creeft se traslada a vivir a Nueva York en 1936, donde fija su residencia hasta su muerte en 1982, cuando apenas le restan por cumplir dos años de vida para llegar a ser centenario. En la gran urbe americana, además de alcanzar la nacionalidad estadounidense, el escultor alcarreño se consolida como un artista de auténtica talla y expande su prestigio por todo el mundo. Estos datos avalan ese hecho: hay expuestas obras suyas en 28 museos y fundaciones de todo el mundo -entre ellos el prestigioso MOMA de Nueva York-, realizó 40 exposiciones individuales y 70 colectivas.
    Aunque De Creeft es “Hijo predilecto” de Guadalajara desde 1977, tiene una plaza a su nombre desde 1981 y ahora dispone de una exposición permanente en el Palacio de la Cotilla, su verdadero regreso artístico a su ciudad natal se produjo en 1981 cuando se expusieron 25 piezas escultóricas suyas en la sala de arte de la añorada Caja de Guadalajara, en una magna muestra que llevó por título “La aventura humana de José de Creeft”, que también recorrió importantes ciudades españolas, entre ellas Madrid y Barcelona.
    Como hemos dicho, la aventura humana y, por ende, artística de ese gran escultor de categoría internacional que fue José de Creeft, nació en Guadalajara, y es una extraordinaria noticia que en ella quede su huella permanente. Mi reconocimiento y aplauso por este hecho al alcalde de la ciudad, Antonio Román, al concejal de Cultura, Armengol Engonga, y a ese sobresaliente técnico de Patrimonio del Patronato de Cultura que es Pedro J. Pradillo, “alma mater” del “regreso” de De Creeft a la ciudad, como lo es de tantos otros proyectos más.