Julio César y Gregorio XIII esperando a Jano

03/01/2021 - 16:27 María y Laura Lara

El calendario juliano estuvo vigente en Europa durante 16 siglos, aunque arrastrando error con respecto al año solar.

2020 fue un año bisiesto.También lo fue 1936. Y lo sería 1992. De hecho, el almanaque que hemos usado en estos 12 meses es una copia exacta del empleado aquel fatídico año en que se inició la Guerra Civil, e igualmente un calco de la agenda del año de la Expo de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona. 

Con independencia de las creencias de cada uno, oficialmente la cuenta de los años se inicia con el nacimiento de Cristo y, más adelante, en la Edad Moderna, fue un papa, Gregorio XIII, el que reformó el sistema organizativo de los meses que venía de Julio César. 

El calendario juliano estuvo vigente en Europa durante 16 siglos, aunque arrastrando error con respecto al año solar, una incidencia que ya se advirtió en el Concilio de Nicea (325 d.C.), en tiempos del emperador Constantino, y que no se corrigió hasta 1582, en que se adoptó el calendario gregoriano. 

 

Ayudado por el científico italiano Luis Lilio y el jesuita alemán Christopher Clavius, viendo que el equinoccio de marzo llevaba un adelanto de 11 días desde que el calendario juliano, Gregorio XIII decidió reformularlo. A la Iglesia le preocupaba especialmente este fallo que afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y a otras fiestas movibles que dependen de ella. 

Para poner en marcha el trascendental cambio, el papa promulgó el 24 de febrero de 1582 la bula Inter gravissimas, en la que establecía que al jueves 4 de octubre de 1582 lo seguiría el viernes 15 de octubre. Esto supuso que Teresa de Jesús, fallecida justo el 4 de octubre de 1582, figure como enterrada 11 días después, cuando en realidad recibió sepultura en la jornada siguiente al óbito. 

Desde esta reforma, la Resurrección de Jesús es fijada por la Iglesia católica en el siguiente domingo al primer plenilunio después del 20 de marzo. El cráter más grande de la Luna hoy lleva el nombre de Clavius; su compañero, Lilio, ostenta la “propiedad” de otro, aunque en vida no pudo ver aplicada su reforma pues murió en 1576.

No obstante, el calendario gregoriano no fue adoptado de inmediato en Occidente en pleno. Turquía lo asumió en 1917; Grecia y la Iglesia ortodoxa lo harían en 1923. Después de haberlo aceptado inicialmente en 1918 y de haber probado otros cómputos desde 1923, Rusia lo aplicaría de modo permanente desde 1940.

Y tampoco el inicio de año se ha celebrado siempre en enero. En Mesopotamia, en el 2000 a.C., se organizaban banquetes y se intercambiaban regalos para recibir el nuevo ciclo, pero ese festejo no tenía lugar en enero, sino en marzo o en abril, vinculado con el renacer de la naturaleza. Pasarían las décadas. 

En el 64 a.C., en Roma, el tribuno Servilio Rullo propuso una ley de reforma agraria. Los romanos depusieron a Antíoco XIII Asiático, siendo considerado este hecho como el fin de la dinastía seléucida, cuya capital era Babilonia. Por su parte, Cicerón presentó la candidatura para el consulado. Parecía un año corriente, pero Julio César ya debía de ir dando vueltas al desfase del calendario. Es más, mientras mantenía su idilio con Cleopatra, encargó un estudio cronológico al astrónomo Sosígenes de Alejandría y, así, en el 46 a.C., quedaría fijado el 1 de enero como comienzo del año. El primer mes, Enero, January (en inglés) o Janvier (en francés), todavía recuerda al dios Jano, con dos caras, una que mira hacia el pasado y otra hacia el futuro. 

Así estamos también los ciudadanos de este tercer milenio aquejado por la pandemia de coronavirus. Enfocando el presente con dosis de melancolía y raudales optimismo.