Katherine Switzer: la mujer que cambió el rumbo del maratón


El impacto de lo que logró Switzer en 1967 no tardó en sentirse. En 1972 el maratón de Bostón abrió oficialmente sus puertas a las mujeres.

 A veces, un pequeño acto de valentía puede convertirse en un gran paso hacia el cambio. Eso es exactamente lo que logró Kathrine Switzer cuando corrió el maratón de Boston en 1967. 

Lo que parecía ser simplemente una prueba deportiva terminó desafiando las normas de género y derribando barreras que durante años habían limitado la participación de las mujeres en deportes de larga distancia. 

De ese modo, la hazaña de Switzer, más que un logro atlético, fue un símbolo de resistencia y perseverancia. 

En la década de los 60, la idea de que una mujer corriera un maratón era vista como algo impensable, incluso peligroso. Los argumentos en contra oscilaban entre mitos absurdos, como que el esfuerzo extremo podría afectar su fertilidad y prejuicios que las consideraban demasiado frágiles. En ese contexto, Kathrine decidió demostrar que estaban equivocados.

Cuando llenó el formulario de inscripción para el maratón de Boston, lo hizo usando sus iniciales: K.V. Switzer. No se trataba de una estrategia calculada, sino de algo que hacía habitualmente. 

Sin embargo, esta simple decisión terminó siendo clave para sortear las restricciones y obtener un dorsal que le permitió correr de manera oficial. A pesar de las críticas y dudas que recibió de su entrenador y otros corredores, Kathrine estaba decidida a cumplir su sueño de completar los 42 kilómetros.

Apenas unos kilómetros después de la salida, la presencia de Kathrine fue descubierta por los organizadores del evento. Jock Semple, uno de los directores de la carrera, reaccionó de forma tan agresiva como simbólica: intentó detenerla físicamente y quitarle el dorsal mientras le gritaba que abandonara la competencia.

Ese instante, capturado en una fotografía que dio la vuelta al mundo, se convirtió en una muestra de la resistencia a los cambios sociales de la época. Sin embargo, Kathrine no estaba sola. 

Su novio, Tom Miller, corrió a su lado y logró apartar a Semple con un empujón, mientras otros corredores la escoltaban para evitar que fuera retirada. Este apoyo colectivo fue crucial para que Kathrine continuara y llegara a la meta.

El impacto de lo que logró Switzer en 1967 no tardó en sentirse. Aunque inicialmente la Unión Atlética de Aficionados respondió prohibiendo a las mujeres participar en carreras mixtas, la semilla del cambio ya estaba plantada. 

En 1972, gracias a la presión de activistas como Kathrine y otras corredoras, el maratón de Boston abrió oficialmente sus puertas a las mujeres.

Pero el alcance de su lucha no se limitó a esa carrera. Kathrine trabajó incansablemente para elevar la visibilidad del atletismo femenino. 

De esta forma, su esfuerzo culminó en 1984, cuando el maratón femenino fue incluido por primera vez en los Juegos Olímpicos. Además, fundó 261 Fearless, una organización que utiliza el running como herramienta para empoderar a las mujeres en todo el mundo.

La historia de Kathrine Switzer es inspiradora y nos invita a reflexionar sobre las barreras, visibles o invisibles, que enfrentamos hoy. 

Su valentía para desafiar un sistema que parecía inamovible demuestra que el cambio comienza con actos individuales y decisiones firmes, aunque estas parezcan pequeñas o insignificantes al principio.

El legado de Kathrine nos recuerda que nunca debemos subestimar el poder de una idea clara y una voluntad inquebrantable.