.jpg)
La Caballada de Atienza galopa firme con historia, emoción, juventud, oficio y recuerdo eterno
Siete y ocho de junio del año de gracia de 2025. Atienza ha vuelto a cumplir con su cita más antigua y más sentida: la 863ª edición de La Caballada. El viento soplaba con mansedumbre por la sierra, y bajo el cielo limpio de Pentecostés, todo se alineó para que la celebración resplandeciera: el clima, el paisaje y el paisanaje.
FOTOS: JUAN JOSÉ ASENJO / MARI PAZ DELGADO / JCCM
He tenido la suerte de vivirlo en primera persona. He sentido la emoción que se derrama al alba cuando los cofrades se agrupan en la casa del prioste. El sonido de los cascos sobre el empedrado, la chaquetilla corta reluciente, el desfile sobrio y orgulloso de los treinta jinetes atravesando las calles hasta la ermita de la Virgen de la Estrella. Allí donde todo comenzó, hace más de ocho siglos, cuando los arrieros atencinos salvaron al Rey Niño Alfonso VIII de las garras de su tío Fernando II de León. No es solo una fiesta. Es un acto de resistencia histórica, un testamento de fidelidad y memoria.
Este año, la jornada venía precedida por el Sábado de las Siete Tortillas, una tradición tan sabrosa como simbólica. En la ermita, la junta directiva peregrinó para honrar los siete días que tardaron los arrieros en alcanzar Ávila. Aquel día, los Gaiteros de la Pinocha pusieron banda sonora a los recuerdos. Tocaron en la Plaza del Trigo y en el corazón de muchos, evocando a José Mari Canfrán o a Felipe Nicolás, cuyos hijos y nietos continúan esa misma melodía de raíz y pertenencia. El tiempo se detuvo al oírlos, como si el pasado se asomara a ver qué tal íbamos.
Y fuimos bien, aunque con algunas ausencias que dolieron más que otros años. Durante la comida ritual se rezó por seis hermanos fallecidos, entre ellos Santiago Arias, hombre bueno, caballista elegante y querido en todo el pueblo. También por Agustín González, que fue durante 45 años sacerdote y Hermano de la Cofradía, en una coincidencia poco habitual. Y es que aquí, en Atienza, el afecto no se improvisa.
La misa en la ermita acogió a más de cuarenta hombres y a tres mujeres: la seisa, la priosta y la mayordoma. En el comedor, donde se sirve el asado de fraternidad, convivían cuatro generaciones. Una escena conmovedora: nietos pasando el porrón a sus abuelos, brindando por la hermandad. Este año, tres hermanos celebraban sus bodas de oro como cofrades, rodeados de jóvenes de apenas veinte años que portaban por primera vez la chaquetilla corta. Esa es la fórmula de la eternidad.
Entre los caballos -con nombres como Campeón, Thor o Borbón, y pelajes que iban del alazán al tordo-, la comitiva cabalgaba con orden y solemnidad. Las galopadas de la tarde, las llamadas “corridas”, en el camino de las Cuevas, pusieron el broche de oro con la vieja alcazaba de Atienza como testigo de piedra.
Las autoridades no faltaron. El presidente de la Diputación, José Luis Vega, encabezó la representación institucional, junto al delegado de Agricultura de la Junta, Santos López Tabernero. También asistieron los diputados provinciales Mariano Escribano, Raúl de la Fuente y Octavio Contreras. Con ellos, muchos alcaldes de la zona quisieron mostrar su respaldo. Su presencia no fue solo simbólica: la implicación de Junta, Diputación y Ayuntamiento es tangible en cada detalle. Ayudan, financian, acompañan. Y eso se nota.
Todo ello ha confluido con la 13ª edición del Concurso Fotográfico “Santiago Bernal”, que reunió a decenas de fotógrafos deseosos de captar lo inefable: una mirada, un gesto, una estampa detenida entre siglos. Como los celemines de trigo —miles de ellos— que se pujan en las subastas de andas y roscas. Porque en Atienza, el trigo sigue siendo devoción. Lo recuerdan los viejos trojes bajo el coro de sus iglesias.
Al caer la tarde, tras la limonada ofrecida por el abad y el trago final en casa del prioste, uno entiende por qué esta fiesta está declarada de Interés Turístico Nacional, Regional y Provincial. No es por la vistosidad -que la tiene-, ni por la historia -que la hay-, sino por lo invisible: por esa emoción que te agarra el pecho cuando los cofrades bailan ante la Virgen, cuando cantan la Salve, cuando miran al cielo y recuerdan a los que ya no están.
Atienza no representa el pasado. Lo cabalga.