La desesperada lucha de un alcalde para que su pueblo sobreviva
La vida rural es dura. El mayor problema en los pequeños pueblos, es el social, como dice el alcalde de Riba de Saelices, Carlos Loscos, que lleva cuatro legislaturas como concejal y esta es su primera como regidor municipal. “Menos gente, queda cada vez menos gente”, lamenta. Antaño era la actividad resinera la que movía la vida del pueblo. Proporcionaba empleos y riqueza, con todo tipo de comercios.
Sin embargo, desde 1978 esta actividad, que el primer edil quiere recuperar –su padre y su abuelo fueron resineros- desapareció. Para mantener lo poco que tiene intenta atraer nuevos vecinos para que no cierren el colegio y desarrollar, al menos, una actividad cultural o lúdica al mes.
Riba de Saelices está a 100 kilómetros de Guadalajara lo que hace que el efecto “arrastre” haga que el pueblo se vaya apagando. “Nuestra comarca siempre ha tenido fuerza, gracias a una actividad maderera que ya no existe”, señala. Un empuje que el alcalde intenta mantener a duras penas, a través de actividades de dinamización.
En una localidad que tiene un centenar de habitantes, contando los de las pedanías de La Loma y Ribarredonda, “los recursos desaparecen y los servicios también”, a lo que se suma que “la administración es cada vez vas farragosa, cada día cuesta más hacer las gestiones, cuando debería ser cada vez mas sencillo”. Loscos habla de un municipio que “se convierte para muchos en segunda residencia y es duro para los que intentamos seguir a flote”.
En la Ribarredona viven unas 40 personas “todos jubilados que, mientras hace buen tiempo, se quedan, pero al final se van a la capital que pueden salir a tomar café”.
Los que se quedan “son bohemios, aventureros, y aguantarán lo que esté en sus manos”. En la Loma hay “dos o tres que van y vienen; en Riba 30 ó 40 personas, en edad laboral y que al final son los que mueven la sociedad, hay un centro social donde nos vemos las caras echamos partida y tomamos café, Es un servicio social que sobrevive porque hay una persona enamorada del entorno, pero al final se apaga la vela”. Es un pequeño núcleo que aguanta el día a día, “pero la gente mayor muere y el joven se busca la vida, no se planeta una vida de pueblo”.
A esta situación se suma otra que hace que el futuro no sea demasiado halagüeño. “El colegio este año, a no ser que ocurra un milagro, tocará echar el cerrojo, después de varios intentando mantenerlo a flote”, asevera el primer edil. Sin embargo, no cesa en su empeño en que sus augurios no se hagan realidad: “Estamos intentando construir un apartamento para lanzar una oferta de empleo público a mediados de primavera para que llegue una familia con niños, porque de los cuatro alumnos se van dos que se marchan al instituto y habrá que dar carpetazo”. Se trata de un apartamento de 3 habitaciones, 60 metros cuadrados, cuya adecuación se hará a partir del antiguo salón de plenos. “Se le daba uso cuatro veces al año, hemos decidido acondicionarlo y utilizar la secretaría para desarrollar los plenos”, señala.
No es la primera vez, ya que ha habido tres intentos anteriores. “Alguna vez ha salido bien, se estabiliza la población escolar y, en cuanto surge una oportunidad de irse, se han ido, quitando un matrimonio de cubanos que llegaron hace ocho años, que se ha enamorado del pueblo”, describe Loscos.
A esta situación se suman las secuelas que ha dejado el incendio de julio de 2005 que ha acabado con el único que recurso que han tenido estas tierras, “la madera y los montes, porque a día de hoy, si no se hubieran quemado los pinos, habría 10 familias viviendo de su resina y otras tantas de gestionar el monte”, cuenta. Recuerda que en 1978 cerró la última industria resinera, “porque la del petróleo vino a suplir este mercado ya que era más rentable, pero, a día, de hoy, que su precio es una locura, resulta que, ironías de la vida, la resina de los pinos vuelve a ser rentable”.
En Cobeta, que ha conservado sus pinares, ya hay entre cuatro y cinco familias viviendo de la resina, “que si no son del pueblo, han acudido a él, han alquilado sus casitas al Ayuntamiento y mueven la rueda; hay servicios, hay tiendas y se ha reabierto el colegio después de más de 20 años”. Lo mismo sucede en Iniéstola, Luzaga, Luzón, y, en general, “todos aquellos pueblos que han conservado pinares tienen recursos para seguir siendo fructíferos y que haya un mercado laboral vinculado a la gestión de sus recursos”, aporta. “Aquí, por desgracia, el incendio se llevó ese sueño, porque si tuviera los pinares de hace 20 años sacaría petróleo y me dejo la piel porque vuelva lo antes posible a florecer ese mundo forestal que está ahí”.
Las hectáreas afectadas por el incendio están resurgiendo a buen ritmo. “Han nacido una auténtica barbaridad de pinares nuevos”, indica. “En Nochevieja convoqué a los vecinos para una hacendera y subimos 15 ó 20 chavales con tijeras y motosierras a podar los pinitos que van naciendo para que, en vez de 40 años, quizá en 20, si funcionaran las herramientas administrativas y pudiéramos utilizar nuestros recursos, pudiéramos también explotar nuestra resina”, anhela.