La estupidez humana es inagotable
Entre las memeces individuales que recuerdo está la de aquel espécimen humano que permaneció bajo la ducha –abierta, por supuesto- 82 horas, 40 minutos y 15 segundos. (Artículo publicado el 29 de noviembre de 1978)
El hombre se autocalifica de Rey de la Creación, y ésa es su primera tontería, porque suele suceder que es el ser más desgraciado. Por lo menos es el único que tiene conciencia de que ha de morir. Pero no va por ahí este comentario.
La estupidez humana a que me refiero está basada no en juicios más o menos subjetivos, sino en hechos totalmente objetivos. Mi afirmación está basada en esa inútil serie de récords tontainas que con frecuencia leemos en los periódicos o vemos en la televisión. Voy a citar algunos clasificándolos en dos grupos, según que la memez sea individual o compartida.
Entre las memeces individuales que recuerdo está la de aquel espécimen humano que permaneció bajo la ducha –abierta, por supuesto- 82 horas, 40 minutos y 15 segundos. A lo mejor no ha vuelto a lavarse. Otro que tal, fue un pianista alemán, Heioz Artnz, que aguantó dieciocho días aporreando las teclas. Y es que no iban a exigirle encima que interpretase la Novena Sinfonía. Hazaña idiota entre las idiotas es la de aquel equilibrista francés que estuvo seis meses sobre la cuerda floja en el más literal de los sentidos, lo que tiene mérito, desde luego. Un record más práctico, aunque tonto también, es la marca mundial de fumar en pipa, que estableció un belga al conseguir fumar 3’5 gramos de tabaco a lo largo de tres horas y siete minutos sin que se le apagara la pipa en ningún momento.
De las hazañas pantagruélicas, mejor no hablar, porque la reseña sería interminable, y porque las más importantes, o sea las más bestias –lo mismo en comida que en bebida-, luego no pudieron disfrutarlas sus protagonistas. Y es que hay muertes verdaderamente tontas.
Entre las estolideces colectivas, o compartidas, figura por derecho propio la de dos rusos, Bezbordny y Goniusch, que se abofetearon mutuamente durante treinta y seis horas seguidas. Eso sí que es pegar hasta cansarse. Tampoco es manca la marca de dos estudiantes norteamericanos, Jim Holloway y Sonnia Bosck, que estuvieron besándose sin interrupción durante trece horas y cuarenta y cinco minutos. Es de suponer que la chica merecería la pena.
Famosas son también las cretinas hazañas, generalmente entre estudiantes, de meter el mayor número posible de individuos en una cabina telefónica, en un automóvil o en cualquier otro habitáculo. Cuando es en televisión, casi siempre hay truco.
Pero para mentecatos los animales racionales que apoyan sus éxitos en animales irracionales. Por ejemplo, las carreras de caracoles, los concursos de saltos de pulgas y ranas (cada especie por su lado, claro), etc. En las olimpiadas de batracios sus propietarios los incitan a saltar haciéndolo ellos mismos en cuclillas. Allí es de ver a orondos señores haciendo el sapo por el suelo, con papada y todo. La capacidad para el ridículo es ilimitada en el hombre, como se ve. Aquí, al contrario que en el lema olímpico, lo recomendable es no participar, porque quien lo hace se descalifica por necio. Aunque siempre hay estultos y tochos que les ríen sus gracias, quizá, como dice Oscar Wilde, porque les gusta que haya otros más estúpidos que ellos.