La planta alcarreña que tiñó los telares de la Real Fábrica de Paños de Brihuega
En los montes del entorno de Budia, donde la Alcarria se abre en laderas cálidas y suelos pedregosos, crece desde hace siglos una planta de aspecto humilde, tonos rojizos en otoño y una memoria profunda: el zumaque. Lo que para cualquiera puede parecer un arbusto más, para los vecinos de Budia fue, durante generaciones, una fuente de trabajo y un vínculo directo con una tradición artesanal que marcó a toda una comarca. El Ayuntamiento de Budia lo recordaba recientemente en una publicación divulgativa, acompañada de documentos en PDF que recuperan su memoria histórica y etnobotánica —material que ha puesto a disposición de los vecinos a través de sus canales públicos— (Ayto. Budia).
El zumaque (Rhus coriaria) es una especie rica en taninos, una propiedad que convirtió sus hojas, corteza y frutos en un recurso esencial para las tenerías y oficios del cuero. Su uso está documentado en toda la cuenca mediterránea, pero en La Alcarria adquirió un significado especial: aquí alimentó el curtido de pieles y, sobre todo, aportó color y consistencia a los tejidos que salían de los telares de la Real Fábrica de Paños de Brihuega, uno de los complejos industriales más relevantes del siglo XVIII en Castilla. La historia de esta fábrica, su arquitectura y su impacto social están ampliamente recogidos en la bibliografía institucional sobre el patrimonio industrial de la región (Cultura Castilla-La Mancha).

En Brihuega, la presencia del zumaque fue algo más que un recurso natural: fue parte de un engranaje económico que enlazaba campos, manos y oficios. Los artesanos lo recogían en verano, lo secaban, lo trituraban y lo transformaban en un polvo fino que actuaba como tinte y curtiente. Ese color terroso, resistente, profundamente ligado al paisaje alcarreño, impregnó durante décadas los paños que salían de los batanes brihuegos. Hoy aún pervive la memoria visual de esos tonos en reportajes dedicados a la tradición local, como los recogidos por la televisión regional en su visita a los zumaques de Brihuega, donde se explica su uso histórico y la importancia que llegó a tener en la economía del territorio (CMMedia).
En Budia, la planta fue también un pequeño motor social. Las hojas de zumaque se recogían de forma estacional y, según recuerdan los documentos divulgados por el Ayuntamiento, la actividad implicaba a familias enteras. Hombres, mujeres y niños colaboraban en la recolección y secado, un esfuerzo comunitario que aseguraba ingresos cuando las tareas agrícolas disminuían. Ese vínculo entre paisaje, economía y comunidad es precisamente lo que hoy se intenta rescatar: la historia de cómo un arbusto común sostuvo, silenciosa pero decisivamente, a un pueblo entero.
Los estudios etnobotánicos sobre el Rhus coriaria confirman ese valor histórico. La literatura especializada, como las investigaciones publicadas en repositorios culturales y académicos, recoge su doble función como curtiente y tinte, y su papel en economías rurales preindustriales (Cervantes Virtual). El mismo origen científico de su nombre —coriaria, “relativo al cuero”— evidencia cuánto se asoció esta planta a los oficios del curtido.

Hoy, cuando los taludes de Brihuega se enrojecen en otoño y los vecinos de Budia recuperan los documentos que explican su antiguo aprovechamiento, el zumaque vuelve a ocupar un lugar simbólico. No es ya un recurso económico, sino un puente entre generaciones: una forma de narrar el pasado, de comprender cómo pequeñas plantas moldearon oficios, paisajes y modos de vida enteros en la Alcarria. Su legado -económico, cultural y humano- permanece en la memoria de quienes todavía recuerdan haber visto a sus mayores recogerlo, secarlo y convertirlo en color.
Un color que salió de los montes de Budia para teñir los paños que dieron fama a Brihuega.