La poesía de Suárez de Puga

22/10/2017 - 12:40 Ciriaco Morón Arroyo

¿Qué grado de educación, refinamiento personal y anhelo de perfección puede darnos la gran poesía con la exigencia de lectura lenta y goce en el castellano más original y elegante?

José Antonio Suárez de Puga (*1935), nuestro paisano y admirado amigo, es un gran poeta. Sus poemas, tan centrados en nuestro entorno alcarreño, presentan rasgos de la mejor poesía universal. Escribir sobre poesía es muy difícil. Si analizamos las primeras líneas de este artículo, vemos solo elogios: “gran poeta” y “rasgos de la mejor poesía universal”. Ahora bien, los elogios expresan mi aprecio personal del poeta y mi buena intención como crítico, pero no nos ayudan a lo esencial: entender los poemas y apreciar su calidad. Por de pronto, la biografía del poeta es marginal a su poesía; los datos sobre fecha y métrica de cada composición y el resumen del contenido de cada poema son marginales; la pregunta central en el estudio de la poesía es: en qué consiste lo poético de cada poema. Mientras no se penetre en esa pregunta no entramos propiamente en la poesía. Delante de mí tengo el libro Cancionero de lugares y compañías, publicado por la Diputación de Guadalajara en 2014, pero que ha llegado a mis manos en 2017. Como anuncia el título, es un libro “de circunstancias”, ideal de toda lírica, según Goethe; pero el poema no puede agotarse en mera narración o descripción anecdótica: tiene que superarla en la realización de una experiencia universal. Por eso, Antonio Machado definió el poema como “palabra esencial en el tiempo”, donde “esencial” significa verdad vivida o digna de ser compartida por una comunidad y en cualquier coyuntura. Para no seguir hablando en abstracto, copio un soneto escogido al azar:
    
    “A una parra” (Santuario de la Vir        gen de la Hoz).
    Con qué dulce volar la rama espesa
    de tu parral, oh virgen en clausura,
    por un delgado pámpano se apura
    a hacerse vino de tu santa mesa.
    La vieja sangre de la Biblia, ilesa,
    dentro del dócil vegetal madura
    y en el silencio de la estancia pura
    derrama, peregrino, una promesa.
    Promete-¡oh tierno tallo de espe         ranza!-
    un día darte la cosecha entera
    de su primer racimo transparente,
    enseñándotela, pues no te alcanza,
    dentro de la sagrada vinajera
    de algún misacantano adolescente.
    
    No tenemos espacio para describir el tema, que sería algo así como contar el argumento del soneto: la parra en el umbral de la ermita, el pámpano, esperanza de convertirse en vino y en sangre del Señor, etc. Lo poético del poema reside siempre en un sentimiento sincero que el poeta transmite a los lectores, y los invita a compartir. En este poema un segundo elemento lo da la naturaleza: parra, pámpano, racimo transparente; dondequiera que hay paisaje natural hay belleza. El tercer primor del soneto es la vivencia del tiempo en sentido secular: el pámpano es un tierno tallo de esperanza, vida humana en el tiempo, que siempre aspira a su cosecha entera, a su plenitud. Y como se trata del santuario de la Virgen de la Hoz, la dimensión religiosa. La uva se convertirá en sangre de Cristo por las palabras de un misacantano adolescente. Cuando Suárez de Puga compuso este poema “de circunstancia”, quizá no fuera papa todavía nuestro actual pontífice. Pero ahora, cuando el Papa Francisco transmite el mensaje de juventud y alegría como nota de la fe católica, todo sacerdote es un misacantano adolescente, ilusionado. Después de este breve comentario surge la pregunta: ¿Qué grado de educación, refinamiento personal y anhelo de perfección puede darnos la gran poesía con la exigencia de lectura lenta y goce en el castellano más original y elegante? La poesía, dijo Heidegger, traza una escala entre la tierra y el cielo, los mortales y los dioses. Heidegger era muy helenizante; los alcarreños podemos decir: entre los mortales y Dios.