Los paisajes del Henares en torno a Jirueque


Es Guadalajara una tierra de paso, valiente de caminos, preñada de perspectivas. Ahora nos toca mirar tierras en torno al Henares con un libro de rutas en torno a Jirueque con el que nos acaba de sorprender el catedrático de Literatura don Pedro Carrero Eras.

Hay un mundo de libros (una colección de títulos) que se apiñan en torno al enunciado de “viajero a pie”. Porque de las variadas formas de viajes (una de ellas, –todos los sabéis– es soñando) la de ir a pie es la más antigua, y sin duda la más humana.

Ahora nos cuenta Pedro Carrero (que es colaborador de este periódico Nueva Alcarria desde hace algunas docenas de años) cómo ha visto la provincia, sus pueblos, a través de los caminos que él hace, a pie, desde Jirueque donde tiene casa, a los alrededores más mediatos.

En el inicio del libro, van unas palabras mías, porque me pidió el prólogo. Siempre trato, en los prólogos que me piden, de hablar de lo que trata el libro, pero nunca de su autor, ni de hacer la crítica del contenido. En este, se me ocurrió hablar de lo que supone el camino como metáfora de la vida, y de su valor como acceso a la sabiduría, y a la ciencia. Decía así, entre otras cosas: “La canción de Antonio Machado, heredera de saberes más antiguos, dice “Caminante, no hay camino: se hace camino al andar”. Esta materia del caminar debería incluirse entre las artes liberales a las que la Antigüedad clásica nos dispuso con generosidad. Superar en el grado que podamos la Gramática, la Retórica y la Dialéctica del Trivium, y la Matemática, la Música, la Geometría y la Astrología del Cuadrivium. Y asumir la conquista de ese arte que todos deberíamos practicar, y aún dominar, en otras cuatro materias a las que debe ofrecerse el hombre que camina: la geografía, la meteorología, la botánica y geología. Añadiría, en un Quintivium hipotético, la meditación reflexiva. Ciencias que nos enseñan a reconocer la Naturaleza en la que andamos, y a plantearnos nuestra presencia en ella, y hasta alguna enseñanza para el futuro, para la mejora de nuestra personalidad y el aliento de lo que nos queda de vida”. 

Bosquecillo áureo en la ribera del Henares.

En un dialogo silencioso con el mundo, Carrero va desde Jirueque a Jadraque, pero a veces se alarga a Bujalaro, a Matillas, a las Cendejas, y en ocasiones arriba al Santo Alto Rey, o se baja a Valdearenas. Son muchos los lugares que visita, y todos ellos son alcanzables a pie: circunstancia esencial del viaje, un paso detrás de otro. En algunos casos, como el capítulo que dedica a la divagación en torno a la posible existencia de una pantera suelta por los sembrados y encinares de nuestra tierra (retroceded a febrero de 2018) afina aún más en la desubicación y el tono abstracto de lo que supone caminar sin más y esperar la visita de un ser inconcreto.

En este libro, el profesor Carrero Eras demuestra no solo la elegancia de su escribir, sino la finura, la hondura esencial de su pensamiento. En alguno de sus capítulos toca de refilón temas de la actualidad (que todos sabemos que es lo más pasajero del mundo) y se adentró en alguna consideración política, o social. Pero advirtiendo de la contingencia del hecho y de sus opiniones. Porque lo que de verdad impresiona, y llega dentro, y se guarda en el recuerdo, construyendo la vida, son las sensaciones que se reciben, en el aire, en el suelo y en el paisaje. Son caminos en solitario, pero nunca aburridos, porque a veces el caminante discute consigo mismo. Y otras evoca pasajes literarios, autores, obras sustanciales, estilos y metáforas.

El autor y un amigo ante la iglesia románica de Bustares, en su camino al Alto Rey.

Da gusto leer a Pedro Carrero Eras, porque todo en su lenguaje rezuma tranquilidad, certeza y conformidad con lo vivido. Se encuentra con gentes, de vez en cuando, con las que cruza unas palabras, o camina un trecho. Las gentes de los pueblos, que saben lo justo y esencial de la vida. Que son sabios por experiencia, sin notas a pie de página. Con ellos habla del tiempo (en los pueblos, si son observadores, sus habitantes saben más de meteorología que Roberto Brasero), habla de economía (de la de a diario y ad aeternum) y de normas ministeriales, para las que no se acaba nunca el asombro, de lo disparatadas y cambiantes que son. Desde luego que no habla con nadie de la Agenda 2030, invento del “demonio del Norte” para la que nadie se prepara, porque en estos campos de Guadalajara los que quedan se morirán antes de que se aplique. Carrero nos lleva de la mano con sus descripciones y sus reflexiones, ayudado por paisanos que encuentra, y sobre todo soportado por su gran saber, su experiencia larga, y su recto y cabal sentido de las distancias, de los pasos de las nubes y de la consistencia de los caminos.

Los caminantes de Pedro Carrero por las orillas del Henares.

He tenido este libro, que Carrero titula “En el campo deleitoso: Otras caminatas desde Jirueque” como una de las lecturas del verano. Que lo he paseado a la orilla del Mediterráneo alcanzando otras obras que me faltaban de Almudena de Arteaga, de Jorge Molist, de Sergio del Molino e Isabel Allende. Me he alegrado de encontrar un autor que tanto ha tenido que ver con nosotros (fue profesor en la Escuela de Magisterio, hoy Facultad de Ciencias de la Educación, y en la Escuela de Mayores de la Universidad de Alcalá). Tiene Pedro Carrero un pacto hecho con algunas fuerzas telúricas que le hacen estar siempre en la misma edad y postura mental, analizando con viveza la realidad y evocando con precisión los escribires de otros. Y, sobre todo, que ha sabido poner a Jirueque, y al tramo medio del Henares por nuestra provincia, en la carga literaria de esta tierra que a veces tiende a hundirse del peso acumulado en tantos siglos. Estoy seguro que este próximo curso, las instituciones culturales que van adensándose en Guadalajara, tendrán la oportunidad de contar con él, con el dictado sereno de su juicio preciso, con la elegancia sutil de sus citas literarias, siempre adecuadas al paso que lleva. Carrero Eras es hoy un lujo de cultura escrita en nuestra tierra.