Guadalajara en los Caminos de Sefarad
Una de las fortalezas de España ha sido la de haber tenido una fuerte cohesión de las razas y religiones que la han habitado, y en sus sinergias haber conseguido fraguar un Estado fuerte y avanzado.. La España judía es un bien de nuestra cultura hispana. Guadalajara es parte de esos Caminos de Sefarad.
Los “Caminos de Sefarad” son hoy uno de los reclamos turísticos, por culturales también, de nuestra España infinita. Hasta 21 ciudades forman parte de ese conjunto que es una asociación pública bajo la denominación de “Rutas por las Juderías de España”. Desde Ávila a Tudela, pasando por Hervás y Toledo, en la Cataluña actual (Besalú o Tortosa), y en la Andalucía de Jaén y Córdoba, han quedado tantas huellas de los judíos que habitaron y construyeron España, que por las calles de esas ciudades podemos ir siguiendo su latido en forma de unas placas doradas en las que la palabra Sefarad en caracteres hebreos forman el mapa de la península Ibérica.
Guadalajara tuvo una densa historia judía. Desde el momento en que el emperador Tito asoló Jerusalén en el primer siglo, los judíos se distribuyeron en inmenso exilio por todo el mundo conocido. A Hispania llegaron y formaron sus grupos en épocas del imperio romano, de los visigodos, de los musulmanes y luego en época cristiana. Solo con el edicto de los Reyes Católicos de 1492 se dio por concluida, oficialmente, su participación social en la nación a la que ellos llamaron siempre (y aún la siguen llamando quienes son herederos de los últimos expulsados) Sefarad, la patria de los sefarditas.
En la actual provincia de Guadalajara hubo muchos lugares en los que vivieron y trabajaron los judíos. Reunidos en barrios densos y cerrados, constituyeron aljamas que fueron respetadas en sus leyes, en sus costumbres y lenguaje por todos los regidores hispanos. Siempre acechados, regularmente vistos, desconfiando de sus prácticas religiosas, tan particulares y numerosas, el hecho es que a la nación dieron figuras de relieve, avances científicos y sociales, y energía comercial. En 1391 se desató una persecución muy dura contra ellos, iniciada en Écija por el arcediano Ferrán Martínez, y de ese progrom que mató a muchos se sucedieron otros que casi aniquilaron a los judíos en Andalucía y buena parte del sur de España. En Guadalajara no llegó la demanda, y siguieron viviendo como desde siglos antes. Es más, quizás mejor todavía, porque fueron muy arropados por los Mendoza que en buena parte del territorio ejercieron de señores o dueños feudales de ciudades y villas.
Fragmento de muro con decoraciones en yeso de la sinagoga del Prado de los Judíos de Molina de Aragón.
La ciudad de Guadalajara tuvo una aljama muy importante, y numerosa, que llegó a ser la cuarta de Castilla, en orden de pago de impuestos. La parte baja de la ciudad, centrada en la calle mayor de la aljama (que se corresponde exactamente con la actual calle de Benito Hernando o del Museo) fue sede de una rica sociedad sefardí. De esa calle salían otras como el Horno de San Gil, o la cuesta de Calderón (donde estaba la sinagoga mayor o de los toledanos) frente a otra más pequeña, que ahora se llama calle de la Sinagoga. La calle de Santa Clara delante del convento, era también judía, y más abajo, hacia la muralla había mucha población hebrea que, tras el edicto de conversión, siguió albergando a judíos bautizados y por eso se le denominó el Barrio Nuevo (hoy Ingeniero Mariño). En esos lugares se hacía una vida judía plena, y productiva. Por allí vivieron gentes como Jehuda ha Lebí ben León, uno de los maestros de la Cábala, que empezó aquí a escribir su “Zohar” o Libro del Esplendor. Y personajes como el rabino Mosé Arrragel, quien llevado del maestre de Calatrava don Luis Guzmán se fue a Maqueda a terminar su “Biblia de Alba”. O como Salomón Moisés Alqabes, y Abraham bar Isaac ben Gartón, impresor y grabador respectivamente de la segunda máquina de imprenta instalada en España. También por la aljama guadalajareña vivieron algunos de los Bienveniste (Yuçaf primero, luego Abrahem) que fueron arrendadores de las rentas reales, mas Isaac Abencazón y Samuel Elem. Sin olvidar a los administradores de las rentas de los Mendoza, que en ellos fiaron sus cuentas, y que dejaron sus nombres (Abraham Gavison, Judá Alasar, o David de la Hija) en muchos documentos de mayordomías y conservación de sus haciendas. De los más señalados fue si duda Samuel ha-Leví, quien de parte del rey Pedro I se hizo cargo de las rentas de la monarquía, usando el castillo mendocino de Hita como lugar de almacenaje seguro de sus recaudaciones.
Hita y su judería, por Toro de Juanas.
Si la aljama de Guadalajara, con sus más de mil almas en ella residiendo, fue la más densa de la actual provincia, no le fue a la zaga la de Hita, otra de las grandes en la Baja Edad Media, con muchos judíos que la fueron poblando, la mayoría de ellos al servicio de los Mendoza, que desde finales del siglo XIV cuando ya eran los más acaudalados vecinos de la Alcarria, fueron haciéndose con señoríos y bienes inmuebles. Los Mendoza confiaron siempre en los judíos, y el apoyo fue mutuo, de tal manera que sabemos cómo estos señores de la tierra tuvieron a judíos como médicos, como administradores, y como artistas que se encargaron de construir edificios, palacios, decorando muros y tejiendo filigranas en sus techumbres. Tuvo la aljama de Hita un territorio apartado del resto de habitantes cristianos, usando muchos de ellos los bodegos del cerro. Tras la expulsión de los judíos a finales del siglo XV, muchos se quedaron en Hita, cambiando sus nombres y apellidos, siempre en el grupo de honrados colaboradores mendocinos, tejiendo un grupo social, el de los conversos o cristianos nuevos, que aún está por delimitar (ver mi trabajo en Nueva Alcarria de 4 noviembre 2022).
En muchos otros lugares hubo aljamas. De algunas no ha quedado más que el recuerdo documental, pero de otras sí que nos han llegado estructuras urbanas, y edificios que constatan un hecho claro: que Guadalajara entera estuvo habitada de judíos, y que esta tierra debe ser considerada una parte muy importante, clave incluso, de la Sefarad que hoy se quiere destacar en el recuerdo.
Mose ben sen Tob de León, cabalista judío que vivió en Guadalajara.
De esos lugares, hay que referir a Zorita, en la gran puebla de la orilla derecha del Tajo, al otro lado del puente; a Alcocer, donde no cuajó finalmente ese núcleo convivencial. Pero también, desde luego Sigüenza, que en sus viejas y pobladas ruas de las Travesañas (alta y baja) tuvo y aún mantiene bien visibles muchas casas judías, en Pastrana, donde recientemente se ha identificado la sinagoga, o en Molina de Aragón, de cuya judería queda el recuerdo urbanístico y aún el testimonio arqueológico que en el “Prado de los judíos” ha aflorado en recientes prospecciones.
Aún en más lugares hubo aljamas judías: en Atienza, por ejemplo, y con deducción lógica porque en plena Edad Media fue uno de los espacios castellanos de mayor movimiento de dinero; en Brihuega también, confirmando el favor y la protección que de los arzobispos toledanos siempre recibieron; en Cifuentes, donde aún queda el recuerdo de su sinagoga en un viejo edificio del centro histórico, así como en Almoguera y en Uceda.
Hay estudios muy concienzudos sobre el tema de la presencia de judíos en Guadalajara durante largos siglos. Tales los libros de Layna Serrano, los estudios de Cantera Burgos y Carrete Parrondo sobre la Judería de Hita, algunas páginas memorables de Cuenca/del Olmo sobre sus personajes, y la monografía “La Edad Media en Guadalajara y su provincia: los judíos” del profesor Gonzalo Viñuales Ferreiro. En todo caso, la intención de haber traído hoy a estas páginas este recuerdo de los judíos españoles, es la de poner de manifiesto la conveniencia, y aún la necesidad, de que Guadalajara también sea incluida en esos “Caminos de Sefarad” en los que tantas páginas ha escrito y tantos nombres y memorias ha dejado extendidas. Los viajeros de hoy estarían encantados de saberlo.