Los vecinos de Escariche se reúnen en torno a la hoguera de San Antón

16/01/2017 - 16:20 Redacción

Es una de las fiestas tradicionales más sentidas por los vecinos del pueblo. Los escaricheros alargan las Pascuas hasta este día que tradicionalmente se disfrutaba hasta en cuatro jornadas en las que la alegría es la protagonista del inicio del año.

'Hasta San Antón, Pascuas son', dice el refrán, que llevan a rajatabla en Escariche. El Santo, cuya onomástica corresponde al 17 de enero, es el patrono del pueblo, y por eso, desde tiempo inmemorial, en la villa alcarreña lo celebran a lo grande, con alegría, para empezar el año con fuerza. Como cuenta Josefa Moranchel, otras fiestas “eran más de iglesia”, pero ésta era más bien “todo baile”. Se ríe la abuela escarichera que a sus ochenta años cuenta con un humor envidiable.

Escariche sigue honrando a su patrón en la que es una de las fiestas más concurridas del año. Los escaricheros han vuelto a llenar todas las casas del pueblo. Para empezar, ayer, sábado, se juntaron  temprano, por la mañana, para ir a cortar la leña con la que formar una enorme pira con la que prender luego la hoguera de San Antón.  Antes, eran los quintos del año quienes se encargaban de arrancar los tocones más impresionantes de la vega, y traerlos hasta la Plaza Mayor para darle fondo de armario a la candelada. El resto, como ahora, lo acercaban voluntarios del pueblo, apoyados por el Ayuntamiento.

A partir de las doce de la mañana, en el Centro Cultural, monitores voluntarios proponían actividades variopintas para los más pequeños, incluido un taller de pintacaras y de diferentes manualidades para recordar, también a los niños, que  en Escariche, este fin de semana es especial. Por la tarde, a partir de las 17:30 horas, hubo proyección  de cine en el Centro Cultural y, un poco antes de que la alcaldesa de Escariche, Carmen Moreno, prendiera la hoguera de San Antón, la villa alcarreña hizo gala de su tradición taurina.

José Cuellar, concejal de festejos, lanzaba al aire los cohetes anunciadores del encierrín. Aparecían entonces los mozos del pueblo empujando los carretones, persiguiendo con temple a los niños y niñas, y buscando sus quiebros, como hacen los recortadores de La Alcarria y del Tajuña, la cuna de esta disciplina.

A partir de las ocho y cuarto de la tarde,  la alcaldesa encendía el fuego. La pira, que acumulaba cuatro remolques completos de leña, casi cuatro mil kilos de madera, y tenía casi tres metros de altura, comenzaba pronto a calentar el gélido ambiente de la noche alcarreña. A esa hora, el mercurio señalaba un único grado positivo. Cuando el fuego se hizo ascuas, el Ayuntamiento, como viene haciendo desde hace años, invitó a los escaricheros a un tentempié, que ellos mismos se asaron sobre la lumbre, allí mismo, en familia, a base de panceta y chorizo, servido por la carnicería Rimo, de Mondéjar. Fueron la propia alcaldesa y los concejales Teresa Sacristán, José Cuellar y Carlos Fernández quienes se encargaron de repartirlo.

La costumbre era celebrar hasta cuatro días de fiesta. La víspera, o sea, el 16 de enero, día de San Fulgencio, los solteros rondaban a las mozas por el pueblo. De cada casa se llevaban una longaniza o una torta de chicharro, dulce típico de San Antón, que luego se comían al día siguiente en buena armonía, reproduciendo los cánticos.  La misma noche de San Antón, eran los casados quienes hacían lo propio. También había  dos bailes, el de los mozos, y el de los casados, donde lo que sobraba era  buen humor, para empezar  el año como se debe, y terminar bien las navidades.  El primero se hizo muchos años en el Bar de la tía Fausta. A la salida del pueblo, se hacía el otro, en el Bar de  la señora Luciana.  Era ella quien se encargaba de que ningún soltero, o soltera, pasara al de los casados, y, para prevenirlo, se armaba de una zarza con la que amenazaba a los que estaban fuera de lugar. “Pero las chicas éramos entonces tan guitarras como lo son ahora, así que, a la de tres, le dábamos un empujón, y pasábamos dentro”, sigue Josefa.

En los bares, se jugaba a las cartas, al mus, a la brisca y al subastado. “Había quien, en los cuatro días de fiesta, no salía de ellos.  Y alguno se arruinó jugándose los cuartos”, dice Pedro Calvo, otro de los veteranos del pueblo. Además de la víspera, había otros tres días más de fiesta, todos bautizados: el de San Antón, San Antonillo, y el Chiquitillo.

No hay onomástica sin dulce, así que, además de las deliciosas tortas de chicharrones “a las que a mí me gustaba añadir un poquito de anís”, dice Josefa, se cocinaban también unas cestas grandes de bollos mantecados, cuya masa se hacía en casa, colocándose ordenadamente sobre un papel de estraza, para después rematarlos en el horno común del pueblo. También venían puestos de confiteros a Escariche, en los que Josefa, con un abrigo de pieles,  ponía los brazos sobre la madera para que se le pegaran a él las almendras garrapiñadas. “Luego los niños me las cogían del abrigo”, ríe la abuela.

Antes, y ahora, la comida típica de la fiesta es el cocido de San Antón, bien suculento,  con albóndigas, rabo de cochino y oreja, “aprovechando que el cerdo estaba bien fresquito, en muchas casas aún recién matado”, dice Josefa. A partir de ese momento, la matanza se conservaba, como oro en paño, para proveer de calorías los trabajos del campo. “Los chorizos para cuando los segadores iban a trabajar, y los huesecicos en sal, para aprovecharlos todo el año”, sigue la escarichera.

El mismo día de San Antón, el cura bendecía a las mulas, o muletas, compradas ese año, venidas de Maranchón en muchos casos, pero también de otros lugares más lejanos, como Lérida, recuerda algún abuelo. Era trabajo de los labradores domarlas y acostumbrarlas a las tareas del campo después. Entraban por una de las puertas del atrio de la Iglesia de San Miguel y salían por la otra, ya rociadas por el hisopo con agua bendita. La talla de San Antón, de madera, procesionaba y aún lo hace hoy.  Esta mañana volvía a salir a hombros, por el mismo recorrido de siempre, que circunvala la Plaza Mayor. El párroco local, Hilario Murillo, ha rociado a cuantas mascotas han querido traer los escaricheros.

Punto final a las navidades

El día de San Antón le ha puesto el broche de oro a unas navidades que comenzaban, desde el punto de vista municipal, con la celebración de la segunda San Silvestre escarichera, en la que setenta deportistas de todas las edades salían en dirección a Fuentenovilla, hasta la Peña Parda, en un recorrido de diez kilómetros. Por la noche, no fueron pocos los que despidieron el año 2016 bajo el reloj del Ayuntamiento, al son de sus campanadas. Y, por último, Roberto López,  Marina Delgado, Marta García, Lidia del Moral, Andrea Plaza,  Marta Recio y Ana Tobar, jóvenes voluntarios, organizaron la Cabalgata de Reyes para deleite de los niños y niñas más pequeños, puesto que además, se molestaron en decorar el Centro Social. El día de la Cabalgata, sus majestades, recogieron las cartas de los niños, y además, entregaron un regalo a cada uno de los que se acercó a saludarlos.