
Marcial
De vez en cuando la vida, como dice Serrat en aquella inolvidable canción, te hace un regalo, se despliega como un atlas a color, te besa en la boca.
Este lunes acudí a Calatayud y tuve ocasión de clausurar la edición de este curso del Club de Lectura “Marcial” en el centro, magníficamente dirigido por Joaquín Simón, que la UNED tiene en la ciudad bilbilitana. Coordinado por Manuel Micheto, por allí han pasado este año escritores de la talla de Manuel Vilas, Antón Castro o Ignacio Martínez de Pisón, para que se hagan una idea, y la sesión final consistió en una conversación en torno a la literatura, el cine y el teatro a cargo de tres zaragozanos de pro: José Luis Melero, bibliófilo y escritor, Luis Rabanaque, actor y escritor, entre otros muchos dones, y Jesús Marchamalo, periodista y escritor, en este caso, como les gusta bromear, en vías de conseguir definitivamente la nacionalidad zaragozana, aunque méritos y cualidades no le faltan.
Digo que fue un regalo porque ya el comienzo fue toda una declaración de intenciones. Pepe Melero, como portavoz de la terna, inició el acto señalando que estaban allí para celebrar la vida, reivindicar la amistad y apostar por la felicidad, todo ello en una conversación sobre libros, bibliotecas y otros gozos. A partir de ahí, establecido el nivel, comenzó una sucesión de intervenciones plagadas de erudición, saber y buen humor que agradeció el público, menguado por la amenaza de tormenta pero encantado de haber asistido. El discurso de Bernardo Atxaga rescatado por Marchamalo de una papelera, según la versión de Melero, la fiesta de la pegada del cromo que organizó Pepe Sacristán para celebrar que, décadas después, acabó una colección iniciada en su infancia, y tantas otras anécdotas, hicieron el milagro de condensar hora y media en un suspiro. Felices como un niño cuando sale del colegio.
Marcial fue un poeta romano, hispano, que nació en Bílbilis Augusta, la actual Calatayud. Cultivado en gramática, orientado a las letras, en algún momento se lamentaría de haber desempeñado un oficio con el que no pudo hacerse rico. No lo fue en dinero, aunque tampoco le fue tan mal, pero sí lo fue en lo que él denominó “las cosas que hacen feliz”, que son las importantes. A saber, entre otras, y en versión reducida: “hogar con lumbre continua, ningún pleito, poca corte, siempre la mente tranquila, sobradas fuerzas, salud, igualdad con los amigos, noche libre de tristezas, sin exceso en la bebida, contentarse con la suerte sin aspirar a la dicha, y finalmente, no temer ni anhelar el postrer día”. Tomemos nota, apostemos por la felicidad, reivindiquemos la vida.