Desacuerdos

14/06/2025 - 17:40 Jesús de Andrés

Al puro estilo Pimpinela, con aspavientos y total afectación, se pelean en público Donald Trump y Elon Musk. En las redes sociales, que es como decir en medio de la calle. No llegan al nivel de Paquita la del Barrio, llamándose rata inmunda, animal rastrero y esas cosas, pero casi.

Caen, de nuevo, las acciones de Tesla, se frotan las manos los malos del planeta, encantados del suicidio de la primera potencia, y asistimos todos, atónitos, al espectáculo. Releo, en busca de respuestas, la magnífica biografía que Maggie Haberman dedicó al presidente estadounidense, El camaleón. La invención de Donald Trump, en el que disecciona al personaje realizando un retrato psicológico en profundidad. No he podido leer ninguna de las dedicadas a Elon Musk, pero es conocida su evolución, desde los malos tratos infligidos por su padre a su errática vida familiar y sus problemas psicológicos. Uno y otro comparten ambición, afán de protagonismo, un narcisismo supremo. Para ambos, leyes y normas no son más que trabas innecesarias para imponer su santa voluntad. Los dos se dejan arrastrar, como hemos visto esta semana, por su temperamento colérico y violento, que a veces puede parecer calmado, pero que brota a poco que se les pinche. Dos gallos en un mismo corral. Qué podía salir mal.

Se pelean también, una vez más, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, que si mafioso, que si tú más mafioso, que si corrupto, que si para corrupto tú. Se convierten los trámites parlamentarios, las sesiones de control al Gobierno, en un toma y daca, en un intercambio de insultos y faltas de respeto, de ninguneo y despersonalización. En este caso, los que se frotan las manos son los grandes beneficiados, los que coinciden en sus cálculos estratégicos con los malos globales, los empeñados en derribar el liberalismo aquí y allá. La situación política, tras la deriva de las últimas semanas, está más abierta que nunca. Puede que tengamos elecciones este año, o puede que Sánchez decida agotar la legislatura, no sería de extrañar. Lo que se antoja casi imposible es que quienes debieran estar llamados a entenderse se pongan de acuerdo. En las décadas que llevamos de democracia, quizá nunca como hoy habíamos vivido una coyuntura tan decisiva, tan trascendental en lo internacional. 

Hoy más que nunca es fundamental llegar a acuerdos desde los principios que nos unen, en la defensa de nuestra cultura en peligro, esa a la que acosan precisamente los que dicen ser sus defensores. Las elecciones llegarán, cambiará el Gobierno, lo marca el ciclo político. Si no son capaces de ponerse de acuerdo, y no se pondrán, tocará negociar con quienes quieren derribar las murallas. Lástima de desacuerdo.