'Mi crimen de Pioz'
He dudado mucho antes de poner el título, que va entre comillas, porque por un lado alguien lo tildará de sensacionalista, y no faltará quien lo juzgue de mal gusto por la alusión que supone a la reciente tragedia.
He dudado mucho antes de poner el título, que va entre comillas, porque por un lado alguien lo tildará de sensacionalista, y no faltará quien lo juzgue de mal gusto por la alusión que supone a la reciente tragedia. Pero no he podido resistirme a su coincidencia con un crimen en el mismo pueblo y la misma urbanización que incluí hace seis años en mi libro Leyendas y Relatos de Guadalajara. Es una fantasía más de las casi seiscientas, entre cuentos, relatos e historias que conforman mis libros, todas, como mis artículos, sobre Guadalajara. El libro dedica diez páginas a relatar el crimen de un aficionado a la Literatura, que la ha descubierto al jubilarse. Vivía en Madrid en un primer piso de una calle de mucho bullicio, lo que le impedía concentrarse. Buscando tranquilidad, decidió comprar un chalé pareado no lejos de Madrid, Y lo encontró en una urbanización de Pioz, la provincia de su mujer, todavía vacío el chalé de al lado. Y mientras esperaban la llegada de su vecino, el matrimonio madrileño se dedicó a disfrutar a fondo de su nueva vivienda, tan distinta en todo de la anterior. Desde la terraza, a medio kilómetro, veían un castillo del siglo XV que servía de contrapunto a un paisaje boscoso de chaparros y carrascas que comenzaba en su misma puerta y llegaba hasta el borde de la vega del Tajuña. Al escritor, que se sentía niño en la soledad del monte, le daba por cantar ópera, dada su afición a la música, confiando en que nadie le oiría. Aunque alguna vez le sorprendió un aplauso al dar el “do” de pecho. Le gustaban especialmente Verdi y Bizet y la profundidad musical de Mahler y Haynd Y así pasó casi un año, temiendo que el otro chalé lo ocupase una familia de niños gritones. Y se alegraron al saber que lo había comprado un matrimonio sin hijos. El nuevo vecino les pareció correcto y educado, pero unos días después, el silencio y la quietud de la mañana se vieron alterados de repente por un potente clarinazo que rompió la tranquilidad de la urbanización. Porque resultó que el nuevo vecino era trompetista de la Orquesta Nacional y preparaba oposiciones para solista, lo que le obligaba a ensayar continuamente. Y ahí comenzó todo. Al escritor, que perdió los nervios y empezó a sufrir insomnio, le diagnosticaron una creciente psicopatía, hasta que un día (abreviando el relato), tras muchas discusiones con el músico, le rompió la cabeza con el sólido garrote que usaba para pasear, harto de sus trompetazos a cualquier hora y sin sordina.