Nada más valioso que la amistad

18/02/2017 - 12:53 Manuel Ángel Puga

“Hemos de reconocer que ningún pensador de la Antigüedad dejó tan alto el pabellón de la amistad como Séneca”

Desde tiempos remotos la amistad siempre fue considerada como un tesoro, como uno de los valores humanos más preciados. Debido a ello hemos de conservarla por encima de todo, máxime cuando vemos que los valores parecen derrumbarse… Claro que hablamos de la amistad auténtica, de la verdadera, porque en el mundo de la amistad siempre hubo (y habrá) engaños y traiciones.
    Muchos han sido los filósofos y escritores que desde la Antigüedad han expresado su opinión sobre la amistad. Así, Platón se refiere al camino que los amigos han de recorrer y dice: “No hay que dejar crecer la hierba en el camino de la amistad”. Evidentemente, si en el camino de la amistad crece hierba es porque no se frecuenta bastante, lo cual es señal de que las relaciones amistosas corren el riesgo de desaparecer.
    Quizá teniendo en cuenta el camino del que habla Platón, se suele afirmar que la amistad no está al final del camino, sino que es el mismo camino. Los amigos son caminos, porque la amistad se va haciendo a medida que recorremos el camino. También en la amistad “se hace camino al andar”. Mientras los amigos viven van construyendo el camino de su amistad. Cuando uno de ellos muere, el otro lo continuará, entrelazando recuerdos y oraciones. Los amigos de verdad son caminos hacia la eternidad… La verdadera amistad no acaba con la muerte, sino que la trasciende hacia el más allá, hacia la eternidad.
     Cicerón concedió gran valor a la amistad, hasta el punto de escribir la obra “De amicitia” (Sobre la amistad). Del alto concepto que Cicerón tenía de la amistad dan fe estas palabras suyas: “Los que quitan la amistad de la vida es como si privasen al mundo del sol: ningún don de los dioses inmortales es mejor que ella”. No se puede expresar mejor el daño que hace quien traiciona al amigo, quien quita la amistad de la vida. Y de esta manera pone fin a su tratado “De amicitia”: “Esto es cuanto tenía que decir sobre la amistad: os animo a que valoréis la virtud – sin la cual no puede existir la amistad – hasta tal punto que penséis que, a excepción de ella misma, no hay nada más valioso que la amistad”. A excepción de la virtud, nada hay más valioso que la amistad.
    Con todo, hemos de reconocer que ningún pensador de la Antigüedad dejó tan alto el pabellón de la amistad como lo hiciera Séneca. En efecto, para el filósofo y pedagogo cordobés buscar un amigo es una tarea muy delicada, porque si se busca un amigo es “para tener por quién poder morir, para tener a quién acompañar al destierro, oponiéndome a su muerte y sacrificándome por él”. ¿Se puede tener un concepto más alto de la amistad? Difícilmente; tanto es así que para él la amistad es un sentimiento superior al del amor. Séneca lo justifica con estas palabras: “Quien es amigo, ama; quien ama, no siempre es amigo; de aquí que la amistad resulte siempre provechosa mientras que el amor a veces hasta es perjudicial”… La amistad implica amor, pero no a la inversa. Se puede amar sin sentir amistad; sin embargo, el verdadero amigo siempre ama.
    Por supuesto que, además de estos autores clásicos, hay otros muchos escritores que inmortalizaron frases sobre la amistad. Así, Baltasar Gracián dice: “Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. ¡Qué gran verdad! Los amigos que tenemos constituyen un fiel reflejo de nosotros mismos y son nuestra mejor tarjeta de visita. Cierto lo de “dime con quién andas y te diré quién eres”.
    Por su parte, Leonardo da Vinci nos dejó una frase que bien pudiera ser considerada como un breve tratado sobre la amistad: “Debes reprender al amigo en secreto y alabarlo en público”. La amistad exige prudencia y discreción para perpetuarse. Nadie quiere tener amigos imprudentes o indiscretos.
    Sir Francis Bacon escribió una sentencia que podría ser una interesante interpretación matemática de las relaciones amistosas: “La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”. Es bien cierto que la alegría aumenta cuando se comparte con el amigo mientras que la tristeza disminuye.
    Y al final del camino, cuando hemos llegado a la ancianidad, los amigos – los pocos que ya quedan – se hacen imprescindibles. Son esas amistades que a lo largo de los años soportaron fuertes vendavales, manteniéndose firmes porque firmes eran sus raíces. Son esos amigos que en los momentos difíciles permanecieron a nuestro lado, pendientes de nosotros, sin que muchas veces nos percatásemos de ello… Son esos amigos que nos tendieron la mano cuando, ya cansados, heridos y decepcionados, sentimos la tentación de abandonarlo todo, de encerrarnos en nosotros mismos, envueltos en las negras sombras del pasado.