Nieves y recuerdos de Checa

15/01/2021 - 18:23 Luis Monje Ciruelo

Recuerdo que cuando se publicó la ley de Enseñanza mixta, que juntaba en una misma clase chicos y chicas, fue Checa el primer pueblo que la aplicó.

Al ver revolotear los copos de nieve y acariciar los cristales tras los que me encuentro inmovil mirando la calle, la imaginación vuelve a mi mente de niño de nueve años en 1.934, alumno de Primaria en  las escuelas de Checa a donde fue destinado mi padre como Guardia Civil. Las grandes nevadas eran tan habituales en aquella comarca que muchas mañanas tenían que abrirnos una senda para poder ir a clase. Junto a la nieve, vuelve a mi el grato recuerdo de aquellos profesores, que disfrutaban profundamente enseñando. Con especial cariño recuerdo los nombres de mis profesores: don José Moya de 1º y don Alarico de 2. Ambos eran tan amantes de su trabajo que, cuando concluía el horario escolar, se llevaban dos o tres niños aplicados a su casa para darles clases particulares gratuitas con vistas al Ingreso en el Instituto. Y su esposa le ganaba en simpatía con los niños e incluso les daba de merendar. Y no digo esto de oídas porque yo era uno de ellos.

Recuerdo que cuando se publicó la ley de Enseñanza mixta, que juntaba en una misma clase chicos y chicas, fue Checa el primer pueblo que la aplicó, y las madres checanas protestaron intentado echar a los dos profesores al pilón de la fuente. Como aquello alteraba la paz de la aldea, intervino Guardia Civil y la normativa acabó aplicándose sin problemas.

    En aquel tiempo llegaron órdenes a mi padre de establecer un servicio de vigilancia nocturno en un pajar frente a donde, años después, se construyó el nuevo cuartel-palacete de la Guardia Civil debido a su estratégica situación en el cruce de Checa hacia Orea. La posible presencia de malhechores no era una fantasía, pues el presidente Companys se había declarado independiente y aquella era una posible ruta de acceso para anarquistas.  Los guardias, al no tener electricidad en el pajar, no podían escuchar la radio y pasaban la noche a oscuras envueltos en su capote aguantando el frío como podían. Recuerdo el miedo familiar a que diesen de noche el alto a un coche de malhechores y disparasen a mi padre a bocajarro. Ese crudo invierno, la pareja de armas de mi padre en Checa, con la que patrullaba las sendas del monte, cruzando un sendero de la presa que ocultaba una falsa cornisa de hielo camuflada por la nieve, tras un crujir y un grito, parte la senda se hundió en la presa del molino, junto con el guardia, su fusil y el correaje. Cuando mi padre logró rescatarlo, sufría tal hipotermia, a diez grados bajo cero, que no pudo jamás recuperarse.