No es oro todo lo que reluce ni todo es como parece

24/02/2024 - 11:37 Celia Luengo/Periodista

Somos una cadena de transmisión, no creamos, no producimos, no fabricamos, sólo intercambiamos. No sabemos cuánto tiempo durará esta fiebre de la compra en remoto o si las guerras y conflictos internacionales no terminarán arruinando este sector logístico y con ello miles de empleos.

Guadalajara ha apostado, apostó en su día, por ser un centro logístico de referencia en nuestro país. Nuestra situación geográfica estratégica en el eje que une Madrid con Barcelona y con el resto de Europa así lo hacían conveniente. Eso hizo que en pocos años los campos de los alrededores de la capital antes sembrados de cosechas de trigo y de cebada dejaran paso a otras plantaciones, esta vez de naves interminables donde cientos de trabajadores se afanan por ordenar y empaquetar mercancías que en breve nos llegarán a la puerta de nuestras casas de manos de un mensajero. El porqué de este cambio está claro y lo hemos visto estos días, el campo lamentablemente no es rentable mientras que la logística sí lo es, al menos para algunos.

A día de hoy no sé si esta apuesta fue acertada o no y aunque algunos creyeron que sería la solución a todos nuestros problemas de desempleo y generación de riqueza, yo no lo tengo tan claro. Logística, actividad que planifica, gestiona, controla el almacenamiento y envío de bienes en una cadena de suministro, simplemente eso. Somos una cadena de transmisión, no creamos, no producimos, no fabricamos, sólo intercambiamos y eso tiene sus riesgos. No sabemos cuánto tiempo durará esta fiebre de la compra en remoto o si las guerras y conflictos internacionales no terminarán arruinando este sector y con ello miles de empleos. Lo hemos visto estos días con la crisis del mar Rojo, un conflicto que amenaza la economía y la seguridad mundiales dada la importancia de esta ruta comercial.

Pero hay otro aspecto que hoy quería tratar aquí antes de irme por las ramas, la calidad del empleo que estos sectores generan y que me hace reflexionar. Primero porque Guadalajara ha vuelto a situarse en 2023 a la cabeza de las provincias con más siniestralidad laboral, registrando una media cercana a los 12 accidentes diarios, cifra que a mí personalmente me parece elevadísima y que digo yo que algo tendrá que ver con el sector más floreciente en esta área. Los movimientos repetitivos y muy lesivos, los sobreesfuerzos para manipular cargas, las prolongadas jornadas de trabajo, las botas de seguridad que me aseguran, y yo lo creo, son una tortura, hacen que trabajos como estos sean difíciles de soportar a determinadas edades. Como lo son muchos otros, albañiles, fontaneros, camareras de piso y muchos más que no pueden dejar un trabajo que les da de comer pero que se ven con verdaderas dificultades para realizar. Y entonces juzgamos y tachamos de vagos a aquellos que ya no pueden más y que abandonan y terminan subsistiendo con los 480 euros mensuales que el Estado concede a los desempleados de larga duración. No digo yo que entre ellos no haya vagos, igual que hay autónomos que trabajan en “B” o empresarios que defraudan, pero no creo que sean la mayoría porque vivir con 480 euros al mes hoy es prácticamente imposible por muchas cábalas que hagamos.

Cuando rondamos los 60, año arriba año abajo, nos volvemos invisibles en el mercado laboral. Llevamos toda la vida cotizando, soportamos como nadie al resto de la sociedad porque aportamos mucho y recibimos muy poco, colaboramos al mantenimiento y sustento de nuestros hijos, cuidamos de nuestros padres, no tenemos ninguna ayuda y, sin embargo, aún nos quedan muchos años de trabajo por delante. Y tenemos un miedo añadido, el de perder el empleo (aquellos que lo tengan) porque encontrar otro puede ser misión imposible. Lo veo muy de cerca, en amigos y conocidos que vuelven cada día a casa agotados, con la espalda destrozada y sin poder dar un paso más, eso día tras día cuando la empresa les reclama, sea por días, por meses o si hay suerte para toda la vida.

No, no es oro todo lo que reluce, no veo que la logística haya traído especial riqueza a Guadalajara, no veo que los ingresos millonarios que las administraciones públicas reciben en concepto de impuestos se vean reflejados en la mejora de la ciudad.

Tampoco veo que ese sector haya generado puestos de trabajo de calidad, más bien veo empleos precarios, de meses o incluso de días, que exigen disponibilidad total porque un no significa cerrarte las puertas para siempre, en los que ir al baño está controlado y cronometrado. Empleos que nos llevan a una deshumanización total y que a mí, que viví los campos de trigo y de cebada que rodeaban nuestra ciudad, me hacen añorar tiempos pasados y me hacen pensar en la necesidad de incidir en los trabajadores como seres humanos, no como máquinas, con obligaciones pero también con derechos, algunos de ellos fundamentales.

Y además, en el caso de Guadalajara, también me hace pensar si es inteligente poner todos los huevos en la misma cesta o si, por el contrario, deberíamos diversificar nuestra actividad en otros sectores y no centrarnos en uno cuyo futuro es algo incierto, quizás algunos deberían darle alguna vuelta.