Oraciones fúnebres

01/11/2020 - 12:02 Lara de Tucci

Dedico este artículo al libro Oraciones fúnebres del obispo, filósofo y orador francés del siglo XVII (1627-1704) Bossuet.

Por las festividades de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, creo oportuno (saliéndome de las noticias del momento; sólo referidas al coronavirus y al conjunto de los políticos, con sus actuaciones discordantes) dedicarle este artículo al libro “Oraciones fúnebres” del obispo, filósofo y orador francés del siglo XVII (1627-1704) Bossuet. Pues es una obra suya muy famosa que no se sale del contexto de las citadas fechas religiosas. Este autor escribió otros libros, como, por ejemplo, “Tratado del Conocimiento de Dios y de sí mismo”. Pero en “Oraciones fúnebres” Jacobo Benigno Bossuet “celebra”, por así decirlo, la muerte, el tránsito de la vida terrenal a la Vida con mayúscula de una serie de personajes más o menos históricos, más o menos conocidos, que merecieron el esfuerzo de su atención literaria.

Bossuet era de inclinaciones ortodoxas y, en determinadas ocasiones, apoyó fervientemente al rey Luis XIV en los enfrentamientos de dicho monarca francés con los protestantes. Precisamente, una de las muertes que “celebra” este autor en su libro es la de la esposa de Luis XIV, María Teresa de Austria; hija, de poco más de veinte años cuando se casó, de nuestro monarca Felipe IV. Mujer de gran consideración para el autor y para el pueblo, dados los acentuados valores de humildad, de bondad y, por qué no decirlo, dados también los atractivos físicos de fémina agraciada que en ella concurrían; atractivos que levantaban admiración en su entorno real.        

  Esta obra de “Oraciones fúnebres” plasmaba vivencias, poco conocidas algunas de ellas, de personajes de cierto renombre, pero yaciendo ya en panteones construidos artísticamente y con lujo en otros casos concretos; estando sus despojos humanos cumpliendo inexorablemente con las leyes desconcertantes de la muerte. Despojos, sí. Pero fijémonos en las trazas del llamado Halloween; una tendencia que hemos adoptado de fuera desde hace unos años y que está “enterrando”, nunca mejor dicho, nuestras tradiciones; desfigurándolas y, por otra parte, mostrando abiertamente caretas, disfraces, ataúdes, figuras harapientas, todo ello “decorado” con telarañas; rasgos que hacen de los despojos de nuestros cementerios recordada naturaleza de lo que el mismo Halloween nos muestra festivamente en tan señaladas fechas.

Decía que de la muerte de María Teresa de Austria, Bossuet idealizó, para sacarlas de su real sepultura, su talante señorial, su grandeza y enorme composturas humanas, su dignidad de comportamiento en lo personal y, además, el ejemplo de su ánimo para sobrellevar las adversidades que le tocaron vivir. Hasta tal punto fue así, que Bossuet realzó prodigiosamente, con sus cualidades humanas, incluso la brillante blancura física de la reina; muerta ya ella y, sin embargo, sumamente recordada, sin que, por otra parte, el óbito desfigurara su rostro. Pues “dicha blancura, símbolo de la inocencia y del candor de su alma no ha hecho otra cosa, en referencia a lo sublime, que pasar al interior, donde la suponemos -comenta el autor- en una realidad revestida de Luz divina. Por otro lado, la sinceridad de su corazón, sin disimulo ni artificio, la habrán colocado ante Dios para ejemplo de los hombres”.

En explicación de todo esto, cabe escribir, acerca de esta reina de la Casa de Austria, que con resignación y paciencia verdaderamente cristianas aguantó los muchos amores profanos de Luis XIV: una serie incontable de amantes con las que el rey absolutista la humillaba hasta la saciedad, con acentuado escándalo de toda la Corte y de la entera Francia. Y en otro sentido, ya propio de las desdichas humanas y desventuras personales, soportó con singular entereza, propia de su condición de católica, las desgracias, una detrás de otra de las tempranas muertes, con poquísimos años, de cinco de sus seis hijos. Tuvo tres varones y tres hembras. 

Siendo el mayor, el Delfín (título en Francia semejante a nuestro Príncipe de Asturias) el único que se salvó de una muerte prematura; pero que no vivió mucho más tiempo tampoco; pues aunque sobrevivió a la madre, de la Casa Real española, nunca llegaría a reinar, sorprendiéndole la muerte antes de alcanzar el Trono francés. Aunque sí escuchó el Delfín, que tenía el tratamiento de Monseñor, la “Oración fúnebre” de Bossuet acerca de su madre; pronunciada en San Dionisio el uno de septiembre de 1683.