Primer barreno en Zorita

27/02/2020 - 22:27 Luis Monje Ciruelo / Periodista

Artículo publicado en Nueva Alcarria en diciembre de 2010

 

El seis de julio de 1965, a las 12’30 de la mañana, no éramos más de cien personas las que asistíamos en el paraje El Pobillo, de Almonacid de Zorita, a la explosión del barreno inicial para la construcción de la primera central nuclear española. Oprimió el disparador el ministro de Industria, Gregorio López Bravo, en presencia, entre otras personalidades, de los presidentes del Consejo de Seguridad Nuclear, de Unión Eléctrica Madrileña, promotora (luego Unión Fenosa y hoy Gas Natural Fenosa), y de Westinghouse, cuya licencia se utilizó. A nadie se le ocurrió pensar en ese momento en que algún día tendría que llegar el desmantelamiento de la pionera planta nuclear, como nadie piensa al nacer un niño que algún día tendrá que morir.

Y, naturalmente, ese día llegó para la nuclear bastante antes de lo que se pensaba y con peores modos de los que se merecía. Porque la central de Zorita cumplió a la perfección la misión que se le había encomendado, sin ningún accidente en sus 38 años de funcionamiento. A costa, eso sí, de invertir más en medidas de seguridad que lo que había costado la central. Lo lógico habría sido que se cerrase recibiendo el aprecio general por el servicio prestado a la nación, y no, como ocurrió en abril de 2006, con el menosprecio de las instituciones del Gobierno, no sé si por rechazo de la energía nuclear o por ser una obra de Franco, lo que no sorprendería a nadie. Los españoles, en cambio, y muchos alcarreños en particular, si no echamos las campanas al vuelo por haber sido elegida Guadalajara para situar esa novedosa técnica de producción de energía eléctrica, tampoco nos sentimos ofendidos.

 

Sin rechazo popular
Y no hubo rechazo popular en los comarcanos, aunque tampoco hubiese sido posible exteriorizarlo en una dictadura, que, por muy blanda que fuese ya entonces, no lo hubiese tolerado. Quizá, en el fondo, pensábamos los alcarreños que con la primera central nuclear española en la provincia dejaríamos de ser para los madrileños los paletos del “corto” de Guadalajara.

Había, sí, disconformidad en el ecologismo, entonces más bien clandestino, pero nadie puede decir que hubiera oposición o miedo en la población de la comarca. Y si algún resquemor había en la zona por aquello de que la bomba atómica y la central nuclear tienen un fundamento común, desapareció cuando se vio que el poblado para ingenieros y empleados se construía a unos pocos centenares de metros de la nuclear. “Si los técnicos y sus familias van a vivir tan cerca –pensaron- el peligro de las radiaciones no debe de ser tan importante”. Y las gentes del entorno vivieron tan tranquilas. Y encantadas por los grandes beneficios que proporcionaba a la comarca. Y luego se comprobó que tampoco la central nuclear influyó en el índice sanitario de la zona.

Porque asistí a todos los avatares de la central de Zorita, luego denominada “José Cabrera” en honor del presidente de Unión Eléctrica que decidió su construcción, me he sentido siempre cercano a ella, y, por eso, tal vez mi objetividad para juzgar sus pros y sus contras no sea la deseable en quien tiene que opinar sobre sus problemas. Pero me respaldan los miles de habitantes del entorno de la nuclear, a los que molestó el demagógico calificativo de “vieja cafetera” que el presidente Bono le aplicó a la central, quizá para justificar su prematuro cierre el 30 de abril de 2006, dos años antes de las previsiones de funcionamiento, que eran de cuarenta años. Hoy propugnan algunos técnicos que la vida de las centrales nucleares se prolongue hasta más de sesenta años, basándose, por supuesto, en las rigurosas medidas de seguridad que se les exige.

 

¿Dos nucleares en el solar de Zorita?
La central de Zorita comenzó a enviar sus primeros kilovatios a la red eléctrica nacional el 17 de julio de 1968 en un alarde de eficacia laboral y técnica, pues su construcción duró apenas tres años desde el primer barreno. Franco la inauguró el 12 de diciembre del mismo año, como me recuerda el llavero, con una pizca de uranio incorporado, que se repartió ese día y que desde entonces he utilizado para el coche.

El desmantelamiento de la nuclear de Zorita se inició el 15 de enero de 2009 y concluirá en 2016. Ya van retiradas casi 3.000 toneladas de escombros, aunque todavía no se ha comenzado a desmontar el corazón de la central. No hay que repetir, por sabido, que el cierre por razones políticas fue mal recibido en la zona, sobre todo porque las compensaciones previstas no han llegado, por lo menos hasta ahora, en la medida anunciada. Aunque de ninguna manera se alcanzarían los 300 puestos de trabajo directos y 6.000 indirectos que llegó a proporcionar la central. Por eso son muchos los que apoyan y justifican, por los beneficios que reportaría al pueblo y a la comarca, la valiente petición del Ayuntamiento de Yebra para que el almacén de residuos nucleares, ATC, se ubique en su término municipal. Aunque tanto les moleste a los políticos, a algunos solamente de apariencia.

Y mientras decide el Gobierno adonde irá el almacén de residuos, en la zona de Zorita se vive con la esperanza, no exenta de escepticismo, de que pueda llegar a ser realidad el proyecto de la gran industria de construir, no una, sino dos centrales nucleares en el solar y terrenos de 65 hectáreas que deja la desmantelada nuclear “José Cabrera”, y que son propiedad ahora de Gas Natural-Unión Fenosa. Frente a los 150 megavatios de Zorita, las proyectadas centrales tendrían 1.000 megavatios de potencia cada una. Sería una inversión privada de 4.000 millones y su energía iría destinada exclusivamente al autoconsumo de los socios. Es una experiencia llevada a cabo con éxito en Finlandia y Francia, y que difícilmente será aceptada por el Gobierno de Zapatero. Por lo pronto, el ministro de Industria opina que no es el momento. Pero ahí queda el proyecto en espera de otros tiempos.