Salir en otoño
Al llegar el Otoño se acentúa el deseo de salir por la provincia para disfrutar de las transformaciones de la Naturaleza.
Al llegar el Otoño se acentúa el deseo de salir por la provincia para disfrutar de las transformaciones de la Naturaleza. Ya hace días se advertía en algunas arboledas la disminución del verdor de las hojas altas, no sé si por la prolongada sequía o a consecuencia del emperezamiento de la savia. Y todos los años, como si yo fuera el dueño de nuestros bosques, invito a los alcarreños a viajar para que disfruten, como lo hago yo, de las transformaciones cromáticas de montes y valles. Y es que con los primeros barruntos del otoño la naturaleza empieza a revestirse de melancólica belleza. Los amigos de la naturaleza la encuentran atractiva hasta en la severidad de los campos bajo la escarcha o en los páramos con la sequía. Y es que quizá lo que nos admira es la grandiosidad del horizonte, y la singularidad de su silencio, por contraste con el ajetreo de la ciudad y sus ruidos permanentes. Al entrar en el otoño, la mayoría de los árboles, excepto pinos, encinas y olivos, de hoja perenne, empiezan a mudar su color hacia tonos más suaves, con predominio del amarillo en las vegas y valles de la Alcarria, y matices rojizos en la Serranía. Pero no hay que precipitarse a salir, porque esos efectos no llegan hasta mediados de octubre por lo menos. Por algo los pintores prefieren como modelo el campo de Castilla en otoño mejor que la monotonía invariable del verde de los paisajes norteños. Puestos a elegir un paisaje otoñal, una visita obligada sería al Parque Natural del Hayedo de Tejera Negra, lindando con las provincias de Madrid y Segovia, a donde los aficionados acuden desde mediados de octubre con tiendas y sacos de dormir hasta agotar la capacidad de acampada del lugar. Ante el temor de que la presión humana resulte excesiva, aunque el parque tiene 1.600 hectáreas de accidentadísima topografía, la Delegación de Montes ha prohibido el acceso de coches y los peatones tienen que solicitar un permiso de entrada. Avanzado el otoño, andar por el hayedo es como pisar una alfombra de crujientes hojas. Cuando el parque alcanza su máximo atractivo adquiere un indescriptible color rojizo, y sus hojas como encendidas se complementan con el rúbeo otoñal del brezo y de la gayuba. Entonces es cuando el ganado que se dejó suelto en las alturas al llegar la primavera, comienza a bajar al valle ante la proximidad del invierno con sus grandes nevadas y la creciente amenaza de los lobos. Y lo hacen con las nuevas crías nacidas y crecidas en la soledad de los montes.