Semana Santa


Si experimentamos la invitación a celebrar la Semana Santa, es por pura gracia de Dios.

El año pasado, debido a la rápida propagación de la pandemia, no pudimos celebrar los oficios de la Semana Santa en los templos, aunque sí la hemos celebrado y vivido en nuestros domicilios, acompañando al Señor en su sufrimiento y en su triunfo sobre la muerte gracias a los medios de comunicación y de las redes digitales.

Este año, aunque tengamos que suspender las procesiones por las normas sanitarias, si Dios quiere podremos actualizar los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo en los oficios sagrados que tendrán lugar en nuestros templos. Aquellos, que no puedan acudir a las iglesias, podrán vivir estos misterios centrales de la vida de Jesús y de nuestra fe desde sus hogares.

Si experimentamos la invitación a celebrar la Semana Santa, es por pura gracia de Dios. Si vamos a los templos o, por razones ponderadas, nos quedamos en nuestros domicilios, lo importante es que experimentemos en lo más profundo del corazón el amor, la misericordia y el perdón de Dios hacia toda la humanidad.

En nuestro interior podremos experimentar siempre la presencia divina que nos habita, pues no somos nosotros los que buscamos a Dios, sino que es siempre Él quien nos busca y quien sale a nuestro encuentro para convivir con nosotros. Si le dejamos traspasar la puerta de nuestro corazón, podremos experimentar su amistad, acoger su amor y aprender el servicio, constatando que Él desea estar siempre con nosotros.

Desde el Domingo de Ramos hasta la Vigilia Pascual, Jesús, que es el camino, la verdad y la vida, nos invita a caminar con Él para descubrir su entrega voluntaria en manos de sus enemigos por amor al Padre y por el perdón de nuestros pecados. En silencio meditativo, hemos de estar disponibles a la acción del Espíritu Santo para contemplar con gratitud la obra redentora de Jesús y su cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre para alcanzar así la vida nueva para todos los hombres.

En nuestra oración, hemos de tener especialmente presente el sufrimiento y el dolor del Señor en los millones de hermanos que son perseguidos o mueren a causa del hambre, de las guerras y de la confesión de su fe. Además, no debe faltar tampoco el recuerdo ante el Señor por los enfermos del coronavirus, por el personal sanitario, por quienes han muerto a causa de la enfermedad y por sus familiares.

Cada día de la Semana Santa, como los restantes días del año, la mirada del cristiano debe estar puesta en la Pascua del Señor, en su victoria sobre el pecado y la muerte. Los cristianos no somos llamados al seguimiento de un héroe, sino al seguimiento de Aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos para ofrecer vida, amor y esperanza a quienes lo celebramos vivo y confiamos en el cumplimiento de sus promesas.