Sigüenza tiene a uno de los pocos restauradores gráficos del país
Carlos García trabaja con todo tipo de documentos gráficos.
Carlos García regresó, hace dos años, a la ciudad que le vio nacer. A Sigüenza llevo consigo su maleta de restaurador gráfico. Es uno de los pocos que hay en el país. Después de formarse en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales en Madrid se puso a trabajar por su cuenta y gracias a su tesón hoy Sigüenza cuenta con un “hospital” para libros y documentos.
Este seguntino también ha trabajado para instituciones públicas e incluso ha sido inspector de conservación preventiva en museos, en el Jardín Botánico. En el Reina Sofía estuvo de jefe de equipo de manipulación y montaje. También ha impartido numerosos cursos de encuadernación que quiere repetir en Sigüenza.
Cuando un documento llega al taller de Carlos, lo primero que hace desmontar la encuadernación “Ya hemos llegado al cuerpo del libro en sí, y ahora tenemos dos partes diferenciadas, que trabajaremos por separado.” Así, la encuadernación original como no es funcional se pondrá encima de la nueva. Estas cubiertas se fabrican con pieles de cabra de distintos colores, e incluso papeles. “Estos papeles los compro a una vieja amiga catalana, cuyos diseños son exclusivos y muy costosos”. Las pieles las corta con una chifla para hacer el reborde, “todo lo hago de forma tradicional”.
Después, recupera el cuerpo del libro, que de inmediato es limpiado. Es en este momento cuando inspecciona “las hojas que pueden tener faltas o fallos, manchas que se pueden limpiar o incluso hojas que están rotas.” Cuando están rotas coloca una pieza de papel Japón de color similar para que no se note.
Una vez hecho, empieza a coser con hilo encerado “para que corra bien y no lastime el papel.” Lo hace en un telar antiguo, donde hay que poner un “par de guías, que van a unir todo el bloque entero en cuadernillos”. Posteriormente, une la pasta y las hojas. Algunos propietarios le piden que les haga una caja para guardar simplemente las hojas, que también hace con sus propias manos.
El último paso es dar color a la pasta. García enciende su placa para calentar el sello “a 100 grados.” Una vez alcanzada la temperatura marca con unas tiras de oro todos los ribetes del libro. Y por fin, el libro estaría listo para entregar al cliente. Carlos reconoce que se ha perdido el interés por conservar un libro, ya que todo esta digitalizado, por lo que la mayoría de los que confían en él “son de los de antes”.