Sin velos
Lo cierto es que muchas mujeres musulmanas, sea cual sea el país al que pertenezcan, no cuentan con la opción de no cubrirse, unas veces por razones legales y otras por no verse excluidas de su comunidad.
La situación de las mujeres iraníes, que nos encogía el corazón hace tan solo unas semanas, no ha mejorado y la de las afganas empeora día a día desde la entrada de los talibán en el verano de 2021. Las circunstancias en las que se desenvuelven sus vidas siguen siendo peligrosas a pesar de que hayan desaparecido de los medios de comunicación y con ello, también de nuestras inquietudes.
La brutal muerte de Masha Amini, quien fue detenida por la policía al no llevar el velo como establece la ley, desató una oleada de protestas que dio la vuelta al mundo. Miles de mujeres se movilizaron en las calles de Irán quitándose los velos y asumiendo el riesgo de una represión atroz, uniéndose a ellas un importante número de hombres solidarios con su causa y disconformes con el régimen de los ayatolás.
Lo cierto es que muchas mujeres musulmanas, sea cual sea el país al que pertenezcan, no cuentan con la opción de no cubrirse, unas veces por razones legales y otras por no verse excluidas de su comunidad. Es por eso que me parece igual de funesto que se embrolle el fundamentalismo islámico con la totalidad del islam, como que bajo el paraguas del multiculturalismo se acabe justificando la opresión de las mujeres.
El libre consentimiento −trátese del velo o de cualquier otro asunto− supone mucho más que la aceptación de hacer algo; también implica que el negarse a ese algo no genere consecuencias dañinas. En el caso de nuestro país, conozco a mujeres que han decidido llevar velo como manera de reivindicar su presencia en una sociedad en la que se sienten ignoradas, desplazadas; sin embargo, son muchas las españolas musulmanas para las que tocarse con un velo no es un decisión tomada con libertad, pues si quisieran no vestirlo tendrían que enfrentarse a represalias.
Mash Amini.
En nuestro modelo de ciudadanía occidental hay mucho que mejorar, no debemos obviarlo. Gran parte de nuestro bienestar y comodidades se relacionan con la explotación de las personas y los recursos de otras zonas del planeta más desfavorecidas (por no hablar de las crecientes desigualdades internas). Aun con todo y estando de acuerdo en que la migración enriquece y renueva las que se han denominado sociedades abiertas, esto no puede ser un pretexto para acreditar ciertas costumbres que atentan contra los derechos humanos de las mujeres, desde la mutilación genital femenina (que en España es un delito) a otras conductas en apariencia inocuas, pero cargadas de un simbolismo que apunta a la supuesta inferioridad de las mujeres.
Todo esto que comento, desde el planteamiento del falso consentimiento al velo como signo de opresión sobre las mujeres, constituye una de las preocupaciones básicas del feminismo, tanto que, en nuestra Guadalajara de 1903, la ilustre feminista Isabel Muñoz Caravaca ya escribió sobre Fátima, una marroquí de diecisiete años que fue localizada en Sevilla tras huir de Tánger buscando más libertad (y eso que en la España de entonces no es que hubiera mucho albedrío para las mujeres).
De las palabras de Muñoz Caravaca en «Crónicas Momentáneas» (la sección que tenía en el periódico alcarreño Flores y Abejas), se deduce que la prensa otorgó a las noticias de los hechos concernientes a la «mora Fátima» −así es como se la llamó en los medios de comunicación− más espacio a romantizar la huida y ensalzar la belleza de la afectada, que a ofrecer un enfoque fundamentado en la dignidad humana. No obstante, la decisión del Gobierno español de deportarla originó abundantes reproches: los socialistas anunciaron una manifestación, el Consejo Nacional de las Mujeres de Francia escribió una carta a la reina madre (María Cristina), la colonia extranjera en Tánger censuró el retorno… La indignación social fue tomando tal calibre que obligó a las autoridades a informar de que no era cierto que la chica se escapara de un harem, que era menor de edad y que su familia se había comprometido a no maltratarla. La verdad es que las explicaciones, en vez de apaciguar los ánimos, contribuyeron a crear más versiones contradictorias.
En medio de esta confusión, razonó Muñoz Caravaca que quizás no fuera correcto hablar de la condición de menor de la joven, pues no había menores donde las féminas nunca alcanzaban la mayoría de edad. Además, y admitiendo los problemas a los que se enfrentaban las europeas en cuanto a sus derechos, se preguntaba el porqué de la terrible desigualdad en la que vivían mujeres como Fátima, al tiempo que exponía con retórica si era la religión la que establecía tales inequidades o, por el contrario, eran consecuencia de las leyes humanas y no de las divinas.
En fin, con estas reflexiones realizadas hace ciento veinte años por Isabel Muñoz Caravaca concluimos la vindicación de hoy. Mi humilde opinión, siempre dispuesta a ser rebatida y complementada, es que no se es más tolerante por aceptar acríticamente algunas prácticas culturales, sean estas endógenas o exógenas. Diversidad y pluralidad son imprescindibles en una sociedad democrática, pero tienen el límite de los derechos humanos, y estos no se pueden ejercer en libertad si de por medio hay coacción, violenta o no.