Soledad y depresión entre la gente


En Europa el número de personas que viven solas está creciendo de forma significativa, siendo que la mayoría de estas personas son personas mayores 40 años, lo que ya es significativo de por sí de cara al futuro.

En la actualidad, la soledad en la tercera edad es uno de los principales problemas en nuestra sociedad, llegando a afectar a casi la mitad de la población con más de 80 años. Conforme envejecemos, la pérdida progresiva de los refuerzos sociales (la disminución de la actividad o del ocio, la pérdida de amigos, etc.), culturales y familiares pueden desembocar en un aislamiento social.

En Europa el número de personas que viven solas está creciendo de forma significativa, siendo que la mayoría de estas personas son personas mayores 40 años, lo que ya es significativo de por sí de cara al futuro.

La soledad tiene una influencia muy concreta en el bienestar psicosocial de las personas mayores y también se encuentra relacionada con las enfermedades crónicas y las tasas de salud deficitaria.

Según datos del IMSERSO, 6 de cada 10 personas que viven solas sufren soledad no deseada. Sin embargo, el aislamiento social no es el único factor que puede hacer a una persona sentirse sola, ya que la soledad subjetiva puede darse independientemente de la cantidad de contactos sociales que tengamos.

Unas relaciones negativas con la familia, prejuicios sociales donde el adulto puede sentirse excluido de la sociedad, el síndrome del nido vacío que se produce generalmente cuando los hijos deciden emanciparse y se distancian de los padres, la perdida de un ser querido ya sea su cónyuge o amigos u otras personas del entorno, son algunos de los factores de riesgo de la soledad no deseada. 

La soledad también puede darse por ciertos dolores y patologías propias de la tercera edad que empujan al mayor a aislarse por falta de ganas de relacionarse, de salir de casa o por sentirse triste y deprimido.

Todo esto muestra la importancia de poner en marcha planes de acción e intervención contra la soledad en las personas mayores, lo cual es responsabilidad de todo el núcleo (familiar y social) de estas personas, así como de las instituciones, y no exclusivamente de quien la sufre. 

Como herramientas para paliar la soledad podemos utilizar la tecnología que ofrece nuevas formas de conectarnos con los demás que pueden ayudarnos a sobrellevar la soledad. 

También se puede colaborar en el voluntariado, el cual además de fomentar las relaciones sociales, reduce el estrés y los sentimientos de depresión. Los viajes del IMSERSO, actividades en centros cívicos, pertenecer a colectivos o asociaciones… 

Para aquellas personas que no tengan forma de moverse de sus casas, también existe la opción de tener visitas a domicilio o contar con la teleasistencia domiciliaria, para entablar conversación.

La compañía y el apoyo son fundamentales para prevenir que las personas mayores se sientan solas.

Esta falta de contacto con otras personas puede ser a su vez la causa de otras afecciones como la depresión, el deterioro cognitivo o la aparición de otras patologías físicas o psicológicas. Es por eso que ser capaz de conocer cómo afecta la soledad en las personas mayores es relevante, pues nos ayudará en gran medida a prevenir su aparición.

La depresión la padece un índice de población con más de 65 años, entre el 10% y el 15%, aunque el número puede ser incluso mayor cuando se tiene en cuenta el espectro total de los síndromes depresivos.

En el anciano la depresión se presenta de forma atípica en muchas ocasiones, en un complejo contexto médico y psicosocial, lo cual dificulta su diagnóstico y explica el infratratamiento que existe para este trastorno en este grupo de edad, también porque se asume que es normal que las personas mayores estén deprimidas.  

Los síntomas depresivos en este grupo etario, se manifiestan a través de irritabilidad, mostrando molestias poco específicas o con quejas físicas difíciles de definir, y no con los síntomas que cualquier persona no cualificada esperaría.  Por ello es importante conocer que en la etapa geriátrica se debe prestar atención cuando se producen más quejas de tipo somático, apatía, sentimiento de soledad y desesperanza, y también una menor verbalización de tristeza vital como tal.

En esta población, la depresión es un factor de riesgo de discapacidad funcional y puede anticipar una mortalidad prematura porque: las personas con depresión son más proclives (entre dos y tres veces) a padecer dos o más enfermedades crónicas y tienen entre dos y seis veces más probabilidades de sufrir, al menos, una limitación en sus actividades diarias en comparación con grupos más jóvenes. 

Para prevenir debe mejorarse el conocimiento del personal sanitario, también el de la atención primaria, pues es primordial que sepan detectar a tiempo la depresión en este grupo de edad.  

Prevengamos y hagámoslo con el esfuerzo que ello conlleva, teniendo en cuenta los factores de riesgo específicos (exclusión social, soledad, patologías físicas, duelo, etc.).