Toda una vida buscando encontrarme conmigo mismo


No propugno disociarnos de la realidad, inventándonos otra que nos dé coherencia interna, estaríamos amparando el delirio naciente de la mente enferma

No sé si vale la pena. 

Una existencia dedicada al estudio del ser humano, apreciando su lucha contra la adversidad, sabedor como sabe que una cosa es lo que es, y otra lo que debiera ser.

Casi todos, y casi siempre, con lealtad a la esperanza. Paradójicos, nos sabemos subjetivos como especie, pero nos consideramos a nosotros mismos como objetivos y casi casi, en posesión de la verdad. Y es que tendemos a considerarnos mejores que la mayoría. 

Desde la ciencia empírica que es la Psicología e investigando con rigor podemos trasmitir desde la psicohistoria de la humanidad, con las huellas mnémicas de lo vivenciado por las generaciones anteriores; hasta claves para un bienestar vital, dependiente en gran medida de la calidad de las relaciones, de la utilización del: “Háblame de ti”.

Pues como dijo Freud ya en 1917 en su Introducción al psicoanálisis: “Las palabras provocan afectos emotivos y constituyen el medio general para la influencia recíproca de los hombres”.

Exploremos en los abismos de lo humano, un ser desconcertado, capaz de hacer con otros seres humanos, lo que hizo en Auschwitz. “Y si pudiese encerrar a todo el mal de nuestro tiempo en una imagen, escogería esta imagen que me resulta familiar: un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una huella de pensamiento”. (Primo Levi).

Seres con lenguaje que brotó de la necesidad de transmitir nuestro pensamiento a nuestros prójimos. 

Somos una pretensión, nos nacen, pero hemos de propiciarnos la vida. No son pocos los angustiados por no saber del sí mismo.

 Disponemos de tiempo de ocio para recogernos en nosotros mismos, para humanizarnos, para salvarnos de nuestro fondo insondable. 

  En la soledad lectora, reconstruyamos nuestra personalidad, por un rato vivamos para pensar, no a la inversa como cotidianamente. Permitámonos ensayos mentales, penetremos en la esencia. Apartémonos de la vulgar opinión, compartamos lo delicado, lo sutil.  

  Dibujemos la topografía de nuestra intimidad. Caminemos dialógicamente, con mente perspicaz recordando a Ortega cuando nos comunicaba que las ideas se tienen, en las creencias se está. Apliquemos un fino oído psicológico para acceder endoscópicamente no tanto a nuestras entrañas sino a esa nebulosa denominada alma. 

Hagámoslo, sabedores de que la verdad no tiene bandera, que precisamos de fe en los ideales y voluntad del carácter, audacia en las iniciativas y templanza impuesta por las condiciones circundantes.

Individuos, y es desde nuestro Yo, conocedor, actor, espectador y hacedor, que no podemos decir “yo no soy”.

Atravesemos las palabras, mero teatro ante los demás y escenario necesario para el autoengaño. Porque cada cual ¿es más de uno?, y es que somos más extraños a nosotros mismos, de lo que creemos. Nos rodean sentimientos roedores y aún alucinaciones afectivas.

Pareciera que todo es posible, hasta el renacimiento psicológico. Marquémonos metas, eliminemos cosas. Aprendamos de los viejos a vivir el presente, a desprendernos de los temores inútiles, a relativizar la importancia de las opiniones de los otros, a instalarnos en una gozosa ligereza.

Ahora que atisbamos la penumbra del alma, nos cabe soñar que estamos despiertos. No propugno disociarnos de la realidad, inventándonos otra que nos dé coherencia interna, estaríamos amparando el delirio naciente de la mente enferma.

Se trata de que nuestros sueños no se les cumplan a otros, de intuir la belleza que se encuentra en la trastienda, de quedarme solo, para intentar saber qué fue de mí.

Todos tenemos una pizca de locura, somos una inmensa minoría que realizamos examen de conciencia, para encontrarnos con alguna sorpresa largamente esperada, y ahí nos convertimos en traductores de nosotros mismos, para compartir palabras y silencios.

Imaginemos la vida en que vamos a ser, pongamos en marcha el futuro desde este presente preñado de pasado. Captemos los marcos conceptuales, partiendo de la suprema dignidad de la persona. Miremos por encima de nuestro propio espacio vital, comprometámonos con ideales que nos son comunes a los humanos y que nos elevan el espíritu.