Un recadito para el Rey


La que fue señora de nuestra villa y amante del rey Sabio, doña Mayor Guillén, se venga en efigie de la esposa del monarca, retratándola como una diabla alumbrando un ser de su misma especie con corona y centro, emitiendo de esta manera un recado para el soberano de lo más original.

Aunque confieso que le enviaría alguno en nombre de personas monárquicas y republicanas que conozco, ese recadito con el que he titulado el artículo no es para el emérito, sino para Alfonso X el Sabio, y tampoco lo mando yo, sino doña Mayor Guillén de Guzmán.

Nos han hablado muchas veces del valor expresivo y didáctico del arte del románico, así que les pido observen una de las imágenes que acompaña el texto, concretamente la de la diablesa dando a luz. ¿Ven que está pariendo un rey?

Podría tratarse de un icono burlón o, también, de una representación del mal propagándose sobre la Tierra; pero para los que somos de Cifuentes el significado es más claro que el agua de La Balsa: la que fue señora de nuestra villa y amante del rey Sabio, la ya mencionada doña Mayor Guillén, se venga en efigie de la esposa del monarca, retratándola como una diabla alumbrando un ser de su misma especie con corona y cetro, emitiendo de esta manera un recado para el soberano de lo más original.

A pesar de la inflexible normativa que Alfonso X dictaminó para las mujeres y su vida amorosa, él disfrutó de una intensa experiencia extramatrimonial y de una larga descendencia fruto de esas relaciones. De entre todas ellas, destaca por encima de todas la que sostuvo con doña Mayor, quien pertenecía a una de las familias más notables y linajudas del reinado de Fernando III el Santo, padre del infante Alfonso.

Fruto de este amor de juventud nacería doña Beatriz, bautizada con el nombre de su abuela paterna, que se convertiría en reina de Portugal al contraer matrimonio con Alfonso III (una unión controvertida tanto por la procedencia de la nueva reina, como por el hecho que el regio marido hubiera repudiado a su anterior mujer, Matilde de Bolonia). Beatriz de Castilla, lejos de olvidar las tierras alcarreñas en las que vivió, impulsó la construcción de la iglesia cifontina del Salvador ya iniciada por su madre y en cuya portada románica −la puerta de Santiago, pues por ahí pasa el camino xacobeo de la Lana−, encontramos unas bellas arquivoltas en las que se haya la figura demoniaca antes señalada.

Puerta de Santiago y detalle de la iglesia de El Salvador de Cifuentes, y sepulcro de doña Mayor de Guzmán, en Alcocer.

Por cierto, Blanca de Portugal, primogénita de la pareja real portuguesa y nieta de doña Mayor Guillén de Guzmán, vendió el término de Cifuentes (con mucho lío de por medio que no viene al caso detallar) a su pariente el infante don Juan Manuel, quien ordenó edificar el imponente castillo que preside la villa, objeto de unas recientes intervenciones arquitectónicas y arqueológicas dirigidas a la consolidación de la torre del homenaje y los restos del albacar para evitar su ruina.

Volviendo a doña Mayor y don Alfonso, parece ser que mantuvieron su idilio hasta que aquel se casó con Violante de Aragón, hija de Jaime I. A partir de ese momento, nuestra protagonista abandona el ambiente cortesano y se dedica a la gestión de los privilegios y donaciones con las que el rey quiso reconocerla, como rentas, molinos y tierras situadas en La Alcarria.

Cerca de Alcocer, de donde también era señora, funda en San Pablo del Monte un convento de clarisas dedicado a Santa María de la Encarnación, siendo allí donde morirá y será enterrada. Años después de su fallecimiento, se le construyó una escultura yacente policromada de madera, considerada una de las joyas funerarias de la Edad Media.

En 1905, el periódico El Briocense relata que en el año 1732, como consecuencia de una serie de avatares en el convento, se descubrió que el cadáver de la fundadora estaba incorrupto, corriéndose la voz de que se había encontrado el cuerpo de una santa. Lo cierto es que la momia de doña Mayor todavía se conservaba a comienzos del siglo XX, respecto de lo cual existen varias crónicas que desde el siglo XVIII alaban la belleza del sepultura y, aunque suene truculento, también de la finada.

Por desgracia, todo esto desapareció en la Guerra Civil; sin embargo, para solaz nuestro, quedan las fotografías del sepulcro tomadas por Ricardo de Orueta en 1919, las cuales nos permiten admirar el semblante serio y sereno de doña Mayor en una obra sobria y sencilla, al tiempo que majestuosa por sus grandes proporciones. De ella sabemos que las tres tonalidades predominantes eran el dorado, el rojo y el blanco y también que a mediados del XIX, la escultura y la momia sufrieron transformaciones −y no a mejor precisamente− a través de un repintado y un cambio de ropaje, tal como hizo constar la entonces abadesa.

En este año en el que se conmemora el octavo centenario del nacimiento del Alfonso X el Sabio, no estaría de más que también hiciésemos honores a esta gran mujer que fue doña Mayor Guillén de Guzmán, benefactora y excelente señora de muchos enclaves de nuestra querida Alcarria, entre ellos Cifuentes. No nos sobran de referentes históricas y doña Mayor bien merece ser una de ellas.

PD. Quién sabe si por casualidad, estrategia o deseo de recordar a su amada, el rey Alfonso creó en Gualda (hoy perteneciente al municipio de Cifuentes) el Concejo de la Mesta en 1273; y a Cifuentes regaló dos ferias, la de San Blas en febrero y la de San Simón y San Judas en octubre, manteniéndose hoy en día la tradición esta última (pandemia mediante, claro está).