Vagos y maleantes en el Gran Hotel Budapest


En la actualidad los papeles tradicionales de la derecha y la izquierda se han invertido caprichosamente. Así, los primeros parecen más pacifistas que Mahatma Gandhi mientras a los segundos les da por prohibir.

La ley que da su nombre a esta colaboración se aprobó en tiempos de la II República, por más que muchos piensen que es una ley franquista si bien, bajo la dictadura, se amplió a personas cuyas conductas suponían determinadas “desviaciones”.  Entre la primera, aprobada en agosto de 1935 -ya entonces se recurría a trucos para legislar a hurtadillas- y la de 1954, se regulaba el comportamiento de determinados grupos sociales: vagabundos, borrachos, gente sin oficio y homosexuales, en la última versión. Bajo estos perfiles, hoy, escasos artistas podrían subsistir. En vigor hasta agosto de 1970 -otra vez en plenas vacaciones-, fue sustituida por la de Peligrosidad y Rehabilitación Social, incluyendo en el rebaño humano a inmigrantes ilegales, prostitutas y drogadictos.  Noviembre de 1995 supuso el final de trayecto de este periplo normativo en el que el legislador pretendió proteger a la gente de bien de la caterva de indeseables.

En la actualidad, los papeles tradicionales de la derecha e izquierda se han invertido caprichosamente. Así, los primeros parecen más pacifistas que Mahatma Gandhi mientras a los segundos les da por prohibir, ya sean toros o acceso a los hoteles, considerándonos a todos presuntos malos y maleantes. A partir del 2 diciembre en el caso de los viajeros, entre otros, los hospedajes deben cumplimentar, además de los datos esperables del establecimiento y de identificación del huésped, otros más delicados como correos electrónicos, horas exactas de entrada y salida, número de habitaciones, identificación del medio de pago, caducidad de la tarjetas, números de cuenta, la fecha del pago de la reserva, si la habitación tenía o no internet o la relación entre los viajeros, en el caso de que uno de ellos fuera un menor. Cuanta más información, más posibilidades de que se filtre a los malos; parece un contrasentido. El romanticismo se está acabando en los vuelos, trenes y hoteles y el viajar se va a convertir en una amenaza nada gratificante.

 

Siendo niño cualquier vuelo o travesía entre railes, junto a la llegada al hotel de turno, era una aventura bien sugerente. Muchas películas se desarrollan en ubicaciones como las comentadas. Me viene a la cabeza ahora la del “Gran Hotel Budapest”, una deliciosa cinta de 2014 producida por Estados Unidos y Alemania, que se desarrolla en torno al robo y recuperación de una obra renacentista. Muy premiada por diversos certámenes como los Globos de Oro o los Oscar de la Academia, está considerara como una de las mejores obras del siglo XXI. El humor, la sensibilidad de algunos de sus protagonistas, un misterio por resolver y la tierna decadencia de una Europa entre guerras, hacen de esta pieza un clásico cinematográfico. 

Si la nutrida clientela hubiera tenido que pasar por la burocracia que nos quieren imponer para alojarte en un hotel, no hubiera podido existir una trama tan atractiva. A no ser que los guionistas nos hubieran convertido a todos en vagos y maleantes en el Gran Hotel Budapest. El título sigue siendo válido.