Corazón de Nadal
Nuestro mejor deportista no habla solo por los hechos y sus triunfos, es solidario sin alardear como lo ha demostrado tantas veces.
Por Emilio Fernández Galiano
Hubo un tiempo que ser español suponía ser campeón de algo. En fútbol, baloncesto, balonmano, ciclismo, motociclismo, atletismo, natación, gimnasia y hasta en deportes tan poco habituales entre nosotros como el bádminton, patinaje artístico o Fórmula 1, increíble. Se nos miraba con envidia y nuestros vecinos los franceses no daban crédito de nuestros éxitos. El tenis, con Nadal como punta de lanza, se clavaba en su tradicional chovinismo por el cual se llegaba a dudar de lo evidente mediante simuladas sospechas insostenibles. Años después el único que aguanta de la Armada Invencible es el manacorí, para resignación residual de los gabachos.
Como nuestro viejo imperio, España se desmorona entre independentistas y populistas y el sol se pone en cada loma. Digo bien, España, porque nuestro país es lo que es por mucho que nos lo quieran cambiar. Con su Constitución, que consagra la monarquía parlamentaria, su unidad y permanencia y la independencia del poder judicial. También su Carta Magna contempla su propia reforma, y hasta de la forma de Estado, pero cumpliendo las normas previstas para ello. No valen atajos, ni trampas, somos un Estado de Derecho. Estaría bueno que para finiquitar el franquismo se hiciera de la Ley a la Ley y ahora no sirviera nada de eso.
Rafael Nadal, desde la prudencia, no oculta su simpatía por nuestra monarquía, especialmente su admiración por don Juan Carlos, porque Nadal es un guerrero de largo recorrido y sabe como nadie lo que es el tiempo y una trayectoria desde que en 2005, bien joven, el más joven, ganara su primer Roland Garros. 19 años recién cumplidos le contemplaban y ni si quiera su impertinente juventud le alteraba su equilibrio y humildad ante tamaña heroicidad. Pienso en alguno de nuestros dirigentes actuales, con bastantes más años, y me sonroja su infantilismo ante la madurez impropia de nuestro mejor tenista.
Claro que Nadal, sin embargo, cuando oye el himno nacional, su himno, se emociona, lo siente, porque tiene sentido de Estado y bastante más desarrollado que el de muchos de los miembros de la clase política, que por sentir, sólo sienten el deseo de venganza y revancha, como si nuestra sociedad no hubiera ya solucionado desde hace tiempo el rencor entre las dos Españas. Mientras nuestros padres de la patria se dedican a descoserla, el balear, desde el esfuerzo, la constancia, el equilibrio y la competitividad, une los girones que sus políticos dejan en nuestra maltratada piel de toro. Y al ver a Nadal jugar –y ganar- hasta le felicitan.
Nuestro mejor deportista no habla, salvo por los hechos y sus triunfos, y es solidario sin alardear como lo ha demostrado tantas veces. Sólo un poco de su corazón y su espíritu sería suficiente en muchos de nuestros políticos para ahorrarnos el disgusto y bochorno que cada día nos llevamos en los telediarios. Hasta cuando llegan los Deportes.