Ya puedes llorar por mí, Argentina
Tengo la suerte de tener una familia ‘hermana’ nacida de la amistad que forjaron nuestros respectivos padres. Se conocieron en uno de los viajes que el mío hizo por razones universitarias. Ambos eran juristas.
La cita original corresponde a las arengas populistas de Eva Perón tras la victoria de su marido en las elecciones presidenciales de 1946. La he cambiado intencionadamente porque precisamente huyo de los radicalismos de uno y otro signo que en poco o nada convienen en un régimen de libertades y en un Estado de Derecho. Tampoco hay que olvidar que ambos Estados han gozado siempre de una buena relación, además de la diplomática, a pesar de incidentes como el de ahora. Pero no hay que olvidar lo que nos ayudó Argentina al acoger a muchos inmigrantes tras nuestra guerra civil y proveernos de víveres y alimentos en su condición de despensa de Iberoamérica.
Tengo la suerte de tener allá una familia “hermana” nacida de la amistad que forjaron nuestros respectivos padres. Se conocieron en uno de los viajes que el mío hizo por razones universitarias. Ambos eran juristas y entre ellos nació algo más que una buena relación en condición de amigos, un sentimiento común sobre multitud de temas más allá que los doctrinales. Esa confraternidad, que compartieron también sus esposas e hijos, con los cuales mantenemos en la actualidad el mismo cariño y afecto, tejió estrechos vínculos que en la actualidad seguimos alimentando. Alguno de los veteranos que lean este artículo pueden acordarse del prócer de los Tonelli -así se apellidan-, el gran Ideler pues participó varios años en las jornadas que se organizaban en Sigüenza a través del Centro de Estudios Seguntinos. No en vano, Ideler Santiago Tonelli, llegó a formar parte de los gobiernos del presidente Raúl Alfonsín como ministro de Justicia, en paréntesis estable y moderado de la Argentina democrática entre tras las dictaduras de Videla y siguientes y el regreso kitcneriano al peronismo.
Digamos que él y mi padre compartieron vidas paralelas en su condición de juristas, docentes y políticos, siendo afines en ideas, talante y tolerancia. No es de extrañar que sus tres hijos varones, cuya madre, Carmen Garganta, descendía de La Rioja, como la mía, intimaran con mis hermanos y conmigo, sobre todos los varones, prolongando ese paralelismo de tal forma que llega a sorprender. Los hijos mayores de ambas familias, los primogénitos, Pablo y Antonio, qué les voy a decir: responsables, comedidos, alertas siempre de los desmanes de los pequeños, con una estelar hoja de servicios y, sin duda, vástagos de los que un padre puede estar orgulloso. Aunque el ávido lector pueda intuir algo de chanza, he de reconocer que, efectivamente, ambos son ejemplares como personas y profesionales.
Mi amistad de los dos pequeños, Alejandro -Alito para los amigos- y quien esto escribe, es igualmente cómplice. Somos más permisivos con nosotros mismos y espontáneos con los demás. Recuerdo el verano en que Alito vino a pasar unos días a Sigüenza, revolucionando la noche, fomentando las iniciativas deportivas, derrochando simpatía y a buen seguro despertando algún suspiro femenino.
Como ven, las dos familias nos consideramos hermanadas y sufrimos por los vaivenes que la historia y la política sacuden nuestras respectivas naciones. Leo que el gobierno español ha retirado -en mi opinión en una medida excesiva- a nuestra embajadora en Argentina. Si las relaciones dependieran de un Tonelli y un Galiano, no pasarían estas cosas.