Del Lyceum Club a Tendilla (II)


La situación de Carmen Baroja era similar a la de otras mujeres pertenecientes a las clases media y alta de su época que habían estudiado, tenían criterio propio, eran conscientes de sus talentos y, sin embargo, vivían en una sociedad llena de restricciones para ellas.

 A finales de septiembre del año pasado, publicamos la primera parte «Del Lyceum Club a Tendilla», una vindicación dedicada a una mujer extraordinaria, Carmen Baroja Nessi, a pesar de que su figura siempre quedó eclipsada por la de sus familiares.

Es normal que el apellido Baroja se asocie casi exclusivamente al gran Pío; es lo que tiene ser la hermana pequeña de un genio de la literatura. Más llamativo resulta, al menos a mi entender, que algunas decisiones de Carmen Baroja se atribuyan a otros parientes.

Así, durante mucho tiempo, en Guadalajara hemos presumido de que el mismo Pío Baroja poseía unas tierras en Tendilla, aunque este apenas pisara sus supuestas propiedades. La realidad es que, como ya vimos en las postrimerías del último verano, el vínculo con este pueblo lo estableció Carmen, que fue la que decidió en 1947 comprar casa y terrenos allí.

La miseria de la posguerra agudizó el ingenio de la menor de los Baroja, quien pensó que invertir los ahorros familiares en las actividades agrarias les alejaría de pasar el hambre que asolaba España, cosa que hasta para quienes contaban con haberes resultaba difícil sin caer en el estraperlo.

Grupo de socias del Lyceum Club. En el centro de la fotografía puede verse a Carmen Baroja, que se encuentra a la izquierda de Victoria Kent. Fuente: Mundo Gráfico 1931.

La confusión a la que se ha aludido no me parece ofensiva y hasta cierto punto comprendo que se produjera, pero sería justo admitir que también pone a las claras cuál era la posición secundaria que se reservaba a las mujeres. En este sentido, en la primera parte de este artículo escribimos lo siguiente:

(…) la figura de Carmen Baroja, como la de tantas mujeres, quedó invisibilizada por las de los varones de su familia, fuesen los hermanos o su propio marido, quien no veía con buenos ojos la participación de su esposa en espacios decididamente feministas, como el Lyceum Club madrileño. Ella misma se quejaba de las limitaciones a las que como fémina tenía que enfrentarse, siempre en un papel subalterno, incluso de la escasa valoración que sus actividades creativas suscitaba en su propia familia, de la que, no obstante, fue el pilar que la sostuvo.

La situación contradictoria de Carmen Baroja era similar a la de otras mujeres pertenecientes a las clases media y alta de su época que habían estudiado, tenían criterio propio, eran conscientes de sus talentos y, sin embargo, vivían en una sociedad llena de restricciones para ellas. En resumen, querían derechos para las mujeres.

La misma Baroja lo expresó a la perfección cuando en sus memorias dejó una frase corta, sencilla, pero llena de significado: «Era la época del feminismo. Yo era francamente feminista».

Así, entre 1918 y 1922 el feminismo español logró vertebrarse a través un número importante de asociaciones de mujeres que tenían como emblema la demanda del voto y los demás derechos políticos, pero que también reclamaban legalizar el divorcio, acceder a todas las profesiones, acabar con el concepto de ilegitimidad de los hijos habidos fuera del matrimonio, erradicar la prostitución, etc.

La dictadura de Primo de Rivera supuso un freno a esta explosión reivindicativa, favoreciendo sin disimulo el denominado «feminismo católico» de la Acción Católica de la Mujer, de tendencia clerical, inmovilista y tradicional. Pero la lucha sufragista no fue huera y en 1926 se crea el Lyceum Club de Madrid, siendo una de sus fundadoras nuestra Carmen Baroja.

El Lyceum Club se concibió a imagen de otras sociedades femeninas que ya existían en Europa, siendo la primera de ellas la constituida en Londres en 1904 por Constance Smedly. En el caso de España, la presidencia recayó en María de Maeztu, que también era la directora de la mítica Residencia de Señoritas.

Se trataba de una entidad apolítica y aconfesional. En cuanto a lo primero, el ser apolítica, en su seno convivían mujeres de ideologías diversas; y respecto a lo segundo, el declararse aconfesionales, les valió los más duros ataques de la prensa conservadora.

Los fines del Lyceum Club consistían en defender los intereses morales y materiales de la mujer; fomentar el espíritu colectivo, facilitando el intercambio de ideas y la compenetración de sentimiento; y organizar obras de carácter social, así como conferencias, cursillos, excursiones, etc.

Para poner todo en marcha se crearon seis secciones: Social, Musical, Artes plásticas e industriales, Literatura, Ciencias e Hispanoamérica. Carmen Baroja se encargó de las Artes, para lo cual disponía de una sala de exposiciones en la que las mujeres artistas, que en su mayoría no accedían a las galerías y espacios expositivos habituales, podían exhibir su obra.

La verdad es que las exposiciones no eran solo muestras artísticas, pues los objetos presentados se ponían a la venta. De esta manera, las artistas conseguían una retribución y con la repartición del beneficio, el Lyceum accedía a una fuente de financiación.

El Lyceum Club desapareció tras la Guerra y la dictadura se incautó de su patrimonio. Muchas de sus socias murieron exiliadas y otras fueron represaliadas por el «régimen». Algunas mujeres como Carmen Baroja no fueron víctimas de la represión, pero sí de un triste exilio interior hasta su muerte en 1950.