
Aquelarre
A finales del siglo XVI, tres casareñas fueron procesadas por la Inquisición acusadas de ser brujas.
No hace ni quince días estuve en el municipio campiñero del Casar celebrando las Candelas, unos festejos que van más allá del fervor religioso para acercarnos a la cultura popular y al sincretismo que caracteriza a la mayoría de las religiones.
Recuerdo con mucho cariño ir con mi madre a la misa de la Candelaria, que rememora la presentación de Jesús en el templo, para recoger la velita que simbolizaba la luz. De hecho, el 2 de febrero no solo se celebran las Candelas, sino que esta se entrelaza con la festividad celta del Imbolc, pues ambas ensalzan la luz que se va abriendo paso tras los oscuros días del invierno.
Aparte del sentido trascendental que las personas creyentes den a la fiesta, esta viene a explicarnos que a pesar del frío la vida en la tierra comienza a despertar. Además, si no estoy equivocada, en esta época nacen los corderillos y, por tanto, las ovejas empiezan con la lactancia.
Es por ello que muchas de las tradiciones vinculadas a las Candelas o a Imbolc se encuentran relacionadas con ciertas costumbres nutritivas, como compartir huevos y leche. Asimismo, el Imbolc no puede desligarse de santa Brígida, la patrona de Irlanda, llamada Brígid antes de la cristianización de aquella isla.
Fragmento de Aquelarre, de Francisco Goya (1798).
Por eso santa Brígida ˗o Brígid, según se vea˗ cuida los partos, la lactancia y, en general, la maternidad y la vida. Es la diosa del hogar, pero también del fuego transformador y sanador, así como de la chispa de la inspiración, siendo su símbolo un caldero (no por casualidad también es patrona de los herreros).
Me gustaría hablarles del lugar en el que se aloja Brigid ˗Kildare (traducido del gaélico como «templo junto al roble )- donde habitaban diecinueve sacerdotisas de las cuales cada día una debía velar por que el fuego sagrado siempre se mantuviera encendido, pero eso me obligaría a desviarme de adonde deseo llegar, que es a la historia del Casar y sus brujas.
A finales del siglo XVI, tres casareñas fueron procesadas por la Inquisición acusadas de ser brujas. Según relatan las actas inquisitoriales, en el Casar se produjeron varios infanticidios que desencadenaron el terror y la desconfianza hacia las mujeres más sospechosas, aquellas que por sus circunstancias no se sometían a la autoridad de un varón.
Un gran número de personas encausadas por brujería (pues la Inquisición juzgaba muchas más situaciones, como la bigamia, la homosexualidad, la judaización, etc.) no eran más que mujeres viudas, mayores y pobres, o sea, mujeres rozando la marginalidad que, según apuntan diversos estudios, en muchos casos también podrían atravesar por problemas vinculados a la salud mental.
Lo cierto es que estas mujeres vulnerables y seguramente excéntricas fueron la diana de las sospechas en un contexto en el que se buscaban chivos expiatorios ante acontecimientos que desataron el pánico y, en paralelo, la persecución de las personas diferentes. La Inquisición reforzaba ese clima de obsesión contra los herejes animando a la delación (aun sin pruebas) y practicando el principio de culpabilidad, por lo que era frecuente que las personas procesadas confesaran pecados no cometidos para aminorar las torturas a las que se las sometía.
Esta fue la situación de Catalina Mateo, que bajo tormento confesó haber ejercido la brujería junto a Juana Izquierda y Olalla Sobrino. Catalina contó que las otras dos amigas la invitaron a participar en sus actividades y que se untaban los pies y las manos con un ungüento (probablemente un alucinógeno) tras lo que se les aparecía un macho cabrío, o lo que es lo mismo, un cabrón, que las llevaba volando por las casas, atravesando paredes, haciendo fechorías y secuestrando recién nacidos para sacrificarlos.
La realidad es que entonces el infanticidio no era inusual, lo que no significa que estuviera aceptado. Una parte importante de esos homicidios se conectaban con el maltrato a las mujeres, incluyendo la violencia vicaria, pero también con los embarazos no deseados y las violaciones. Sea como fuere, el asesinato de bebés empezó a relacionarse con curanderas, hechiceras, libertarias, herejes… o sencillas mujeres excluidas de la sociedad que no necesariamente tenían que haber ejecutado pactos con el diablo.
La confesión que Catalina hizo ante el vicario de Alcalá no la refrendó en el auto de fe que tuvo lugar en Toledo el 9 de junio de 1591 con la presencia del rey Felipe II, donde advirtió que confesó atenazada por la tortura y que en sus prácticas heréticas se vio condicionada por su casi indigencia.
Las pruebas contra las tres brujas debieron ser tan endebles en cuanto a la maldad de sus acciones que el inquisidor inició una investigación sobre lo sucedido y al final les impuso el castigo más leve posible, el de la abjuración de levi, que consistió en el destierro y poco más. Realmente esta sentencia las pudo salvar la vida teniendo en cuenta el rechazo que la vecindad sentía por ellas, pues fueron acusadas por dieciséis testigos.
Volviendo al siglo XXI, qué sensación de fracaso provoca el ver que estos comportamientos de señalamiento se sigan repitiendo sin más fundamento que los bulos y la manipulación. Me quedo con la luz de las Candelas o del Imbolc deseando que la ciencia, el conocimiento y, sobre todo, la razón iluminen el camino de la solidaridad, la igualdad y la libertad para todo el mundo.