
Ecologismo modernista
Félix Rodríguez de La Fuente y otros divulgadores consagrados de la naturaleza y del alma rural en España se habrían sonrojado leyendo estos días periódicos de Valencia y Galicia.
Resulta que vecinos de la antigua zona de Blasco Ibáñez y de la moderna Travesía de Vigo, con demasiadas luces pero navideñas, han denunciado a la policía una misteriosa alarma que no les dejaba pegar ojo.
Se trataba de un ¡piu! insistente, machacón, a modo de móvil atascado. Algunos creían que podría provenir de sensores averiados, electrodomésticos en las últimas, e incluso bromas de dudoso gusto.
Tras una ardua investigación, los responsables municipales han resuelto como culpable de robarles el sueño y el sosiego a un pequeño emplumado: el autillo (Otus scops), un reducido pero matón búho europeo, que nos visita desde mayo a septiembre.
Quienes hemos seguido a esta simpática rapaz sabemos que canta y alegra las noches de forma incansable y monocorde durante la época de celo, en busca de pareja o para no perderla ni su territorio arbolado.
La anécdota revela que hemos llegado a un ecologismo modernista que también confunde el canto de los grillos y chicharras o el croar de las ranas con una alarma. Y los cantos del cuco con los de abubilla.
Como si nos hubiéramos desacostumbrado al lenguaje primitivo de la Tierra. “Hemos dejado de escuchar a la Naturaleza. Tal vez nos lo tendríamos que hacer mirar”, advierte el colega, geógrafo y naturalista César-Javier Palacios.
Durante mi noviazgo rescaté de entre la enruna en Hinojosa a un autillo pequeñajo herido pero tiesote. Lo alimenté y devolví a La Dehesa. Años más tarde hice lo propio en Labros con otro recogido por unas niñas. Enternecedores. El pintor Fernando Granell los plasmó magistralmente en el cartel de una marcha con luna llena.