El loco del pelo rojo

12/02/2022 - 15:40 Emilio Fernández Galiano

Algunos famosos se ponen a pintar “abstractos” porque no tienen ni idea de pintar o dibujar. Ignorantes, no saben que a la abstracción se llega desde la realidad.

Hace unos días me senté frente al televisor para ver en “Cinemascope” la película que da nombre a esta colaboración, protagonizada por Kirk Douglas (Vicent Van Gogh) y Anthony Quinn (Paul Gauguin), dirigida por Vincent Minnelli. La emitieron en La 2, cadena a la que recurro con frecuencia por eliminación, llevándome gratas sorpresas. 

El mundo del arte es primordialmente convulso, como un parto, al fin y al cabo toda creatividad conlleva un “alumbramiento”. El perfil del artista suele ser polémico, contradictorio, apasionado y en muchas ocasiones atormentado. Otra cosa, y no tiene nada que ver, es el marketing que cada uno le de a su carrera artística. Aspecto que me interesa mucho menos pues en la mayoría de los casos es un adorno para simular cualidades de las que se carecen, principalmente la de no encontrar su propia realidad. Ya he escrito en alguna otra ocasión que personas que presumen de entender este mundo me aconsejan salirme de un estereotipo clásico –normal, diría yo-, respondiéndoles que a lo mejor el revolucionario soy yo al no cumplir con muchos patrones en teoría necesarios o previsibles. Algunos famosos se ponen a pintar “abstractos” porque no tienen ni idea de pintar o dibujar. Ignorantes, no saben que a la abstracción se llega desde la realidad. 

Sí me apasiona lo que piensa el pintor, sus dudas, sus conflictos o sus agobios –no sólo económicos, la mayoría de las veces-. El mérito de la película a la que aludo es que el protagonista es “creíble”, auténtico, por lo que las actuaciones de Kirk Douglas y de Anthony Quinn resultan convincentes. Hablan de cómo interpretan lo que ven, cómo pretenden trasladarlo al lienzo, sus dudas para transmitir lo que sienten. Ese proceso es el que motiva al artista pero, ¡ay!, amigo mío, por el que tanto se sufre. 

  Sin duda el binomio talento/sensibilidad es imprescindible. Que luego hay que desarrollarlos o que te pillen las musas trabajando, no son más que frases más o menos resultonas que visten la desnudez del pintor cuando se enfrenta al dichoso binomio. El amor, la pasión, las mujeres o los hombres, el alcohol –en aquella época la absenta generaba furores- quedan bien recogidos en la película, situándolos en el plano de la inspiración, tercera pata del taburete mágico. 

Tanto Van Gogh como Gauguin vivieron más tiesos que un pincel seco. Sólo después de sus respectivos fallecimientos se valoraron sus obras, siendo hoy reconocidas como geniales. Ninguno en sus vidas fueron conscientes de su condición de genios, tal vez el francés sí lo reconocía en el holandés. Mas ambos se valoraban. Un artista sin vanidad, cojea.  Y hasta se tratan detalles técnicos a la hora de cómo utilizar el color y los trazos de las pinceladas en cada estilo. Los dos,  autodidactas, con alguna formación básica, pero lejos de cualquier doctrina academicista. Y desinhibidos. Sólo el miedo puede limitar los naranjas del pelirrojo o sus azules infinitos. El miedo o el hambre. De ahí tanto artista prostituido poniendo hasta la cama.  Van Gogh apostó por lo auténtico, su propia realidad. Qué curioso, una realidad por la que enloqueció. Y por la que murió.