El secreto de un retrato (y de un rescoldo)

28/01/2017 - 12:38 Emilio Fernández Galiano

El pintor Emilio Fernández-Galiano relata para NUEVA ALCARRIA los pormenores de la entrega del retrato que ha realizado al Académico seguntino Javier Sanz Serrulla, en la víspera de San Vicente.

Media España debería conocer la magia de la celebración seguntina en honor a su patrón, San Vicente. La otra media lamentaría perdérsela. Al margen de lo espiritual, no es exactamente una celebración popular de una fiesta popular, no. Ni es popular ni quiere serlo, de ahí su magia. Es restringida porque está reservada para algunos elegidos, porque al fin y al cabo es una celebración privilegiada.
    Sus orígenes se remontan ni más ni menos que a principios del siglo XII, cuando el Obispo Bernardo de Agén, venido de la ya desaparecida región francesa de Aquitania, paró en Sigüenza un 22 de enero para recuperar el castillo al moro y consagrarlo al santo del día. Superando el olvido del tiempo, la festividad se ha convertido en la celebración con más esencia seguntina, alejada del inevitable atractivo turístico de la ciudad y moldeada a imagen y semejanza de sus habitantes. La hoguera que se prende la víspera en la plazuela de la Casa del Doncel, junto a la iglesia de San Vicente, como no podía ser de otra manera,  reúne el alma de todos ellos, mezclando espiritualidad, folclore y ambiente festivo. Se pasea al santo escoltado por el mitrado y demás clérigos, corporación municipal, autoridades civiles y militares y una gran representación del censo. Los dulzaineros entonan la memoria de José María Canfrán y aportan al acto la emotividad que se palpa. Los cofrades participan y organizan y los pocos extraños asisten atónitos a la magia cautivadora. Las luces rojizas de la hoguera alumbran en la penumbra los rostros sonrientes y aportan el calor que anuncia que el invierno, el largo invierno, no va a poder con ellos. Un cuadro majestuoso.
    No es casual que mi amigo Nacho Sanz me pidiera que entregara su encargo ese día. Y así lo hice, transgrediendo la rebeldía del artista, nos fastidia ser obedientes. Y en la víspera del santo, junto al mejor ramillete de amigos, cumplí mi promesa para oprobio de los genios –ya no lo seré-. Y Nuria lloró, y Carlos Cabrera, mi entrañable Charly, sentenció mientras contemplaba al académico: se parece más el del lienzo. Era el homenaje a un sabio, los sabios son buenas personas por esencia. Y el autor se emocionó en silencio. No por haber hecho un retrato que gustó, sino porque el retratado es su amigo. Un privilegio. En la víspera de San Vicente.
    Epílogo.Y el retratado retrató con su cámara el silencio de después. Y dejó su reflexión al pie de la fotografía:
“Tan solo el rescoldo. Lo demás es ya historia, dura, la del día a día. El gran milagro es que amanezca. Pero el dinosaurio eterno que vive bajo la ciudad aún tiene sangre para mover la cola. Caiga otro siglo. Vamos. Dios paga esta ronda"

Javier Sanz Serrulla