Adiós a Ernesto Baraibar o (“Lo último, el refranero”)

29/01/2020 - 22:45 Redacción

Artículo publicado en Nueva Alcarria en marzo de 1998

La semana pasada, en la misma página, en la que coincidían casi semanalmente, Salvador Embid hablaba de la Vida y la Muerte y Ernesto Baraibar de la influencia social de los medios de comunicación. El preocupado por el Gran Problema era Salvador, sin embargo, quien lo ha afrontado días más tarde, y ahora podría escribir de él con más conocimiento de causa, ha sido Ernesto. Le he usurpado el título de su sección, aunque modificándolo, porque, en su caso, ya no es lo primero, sino “lo último, el refranero”, cuyos adagios y paremias nos acompañan y subrayan durante la vida todas las  actividades y situaciones.

También lo hacen, naturalmente, con la muerte, pero por lo general de una manera tan despreocupada, tan de humor negro, a veces tan cruel, que son refranes para aplicárselos a los otros, mientras no se trate de familiares o entrañables amigos, como era para mí Ernesto Baraibar de Gardoqui. Y no era tanto amigo por el trato personal y el roce frecuente, que siempre era menor de lo que ambos hubiésemos deseado, como por sus condiciones personales; por el afecto y el respeto que me producían su discreción, su modestia –siempre excesiva-, su timidez para exponer una petición o una queja, sobre todo cuando algún artículo suyo se retrasaba más de lo debido en ser publicado.

Sus artículos destilaban un humor fino y sin hiel, y exigían un gran trabajo de preparación por la numerosa bibliografía que manejaba, de la que sabía extraer el dato preciso para sus reflexiones y comentarios. Partiendo del pretexto de los refranes, que en su primera época constituían la esencia de sus artículos, Baraibar supo hacer un interesante repaso de nuestra historia contemporánea, preferentemente de los antecedentes y desarrollo de la Guerra Civil de 1936, que bien pudieran haber constituído un libro.

Como dice el refrán, que ya recogía el Marqués de Santillana, “muerte no venga que achaque no tenga”, Ernesto Baraibar andaba últimamente bastante delicado, por lo menos a sus amigos nos lo parecía, pero él nunca se quejaba. Aparecía por la Redacción de vez en cuando, como hacemos los que ya no tenemos una relación laboral que nos obligue a más, y lo hacía silenciosamente, y de la misma manera desaparecía. La última vez que lo ví, pocos días antes de ingresar en la clínica madrileña en que ha fallecido, recuerdo que fui yo quien dio a conocer en su presencia puesto que él la callaba, la agradable noticia de que había sido galardonado con el título de Socio de Honor de la Biblioteca Provincial. Ernesto se limitó a subrayarla con una sonrisa, aunque la satisfacción notábamos que le rebosaba. La fecha de entrega de esta distinción se iba a dar a conocer poco después, pero él ya no tendrá la alegría de recogerla.

Su sección, quizá menos leída de lo que merecía -pues su título, mantenido invariable creo que durante más de treinta años, despistaba un poco-, desaparecerá con sus últimos artículos. En principio dejará un hueco en estas páginas, pero ya se sabe que no hay nada más perecedero que un periódico. Una firma, la suya, pero igual algún día sucederá con la mía, repetida cientos de veces, quizá millares, no tardará en ser olvidada, porque no hay gente más inconstante que los lectores, que a veces ni saben ni recuerdan el nombre del autor que tantas veces han leído.

Pero, como se decía ya en La Celestina, “los muertos abren los ojos a los vivos”, por lo que los amigos de Ernesto Baraibar procuraremos no olvidarle para que con nosotros hagan algún día lo mismo. Pues ya se sabe, y nadie mejor que sus lectores,que “todo tiene remedio, menos la muerte”. Y ¡ay de la muerte, que no quiere presente”. Se cumple así, verdadera y definitivamente para nuestro inolvidable Ernesto, que “lo último, el refranero”