Antisemitismo y otros anti

31/01/2020 - 11:58 Ciriaco Morón Arroyo

¿Es posible que todavía conozcamos brotes de racismo y antisemitismo? A muchos (desgraciadamente no a todos), los crímenes nazis, y por supuesto, la simple razón, nos han curado de ese salvajismo.

 Un amigo generoso, que aprecia mis ideas y estilo, me ha escrito extrañado de mi largo silencio en Nueva Alcarria. En estos casos coqueteo con mi edad y respondo que ojalá mi silencio sea solamente largo y no perpetuo.  El 27 de enero, estamos celebrando la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. En El Mundo ha publicado un artículo el hijo de Ángel Sanz Briz, recordando el papel de su padre en la protección de los judíos en 1944, cuando era encargado de negocios en la embajada de España en Budapest. Hará unos 20 años les traduje a mis vecinos judíos de Ithaca, N. Y., el Dr. Nosanchuk y su esposa Bárbara, un largo artículo sobre Sanz Briz. En él se describían las estratagemas de nuestro admirable diplomático para salvar vidas amenazadas por el crimen. Comenzó fundándose en la ley del General Primo de Rivera de 1924, incitada por el Dr. Pulido, que concedía la nacionalidad española a todos los sefardíes. La República había derogado esa ley con todas las promulgadas por el dictador, pero los nazis no lo sabían. 

  Otro paso formidable fue multiplicar el número de supuestos sefardíes, acogiendo a todos los judíos perseguidos. Y como el joven diplomático solo tenía permiso para dar 200 pasaportes españoles, creó una clasificación que al terminar el 200 original iniciaba un 200 abc, luego un 200-1, 2, etc. Así llegó a salvar a más de cinco mil judíos. En este trabajo le ayudó un admirable colaborador italiano, que merece la más honrosa mención: Giorgio Perlasca. Se suele decir que Sanz Briz actuó por cuenta propia contra la postura del franquismo, pero eso es falso. En 1944 era ministro de Asuntos Exteriores el general Gómez Jordana, enemigo de los nazis y colaborador del embajador norteamericano Carleton Hayes. Y cuando murió Jordana, su sucesor desde agosto de 1944, Lequerica, siguió en la misma actitud.De hecho, el embajador Hayes cuenta que Franco dejó pasar por España a todos los judíos que pudieron huir de Francia, y como Franco, desde luego, no los quería entre nosotros, les abría el camino a Marruecos. Hacia el año 1965 tuve yo en Filadelfia una alumna judía, Margaret Turanski, y me contó que al entrar en España de adolescente, la albergaron en un convento de monjas de Vigo. Pero llegó el domingo y le dijeron que era la hora de misa. Ella declaró que era judía; entonces las monjas pusieron el grito en el claustro, buscaron nuevo albergue por toda la ciudad y, como no lo encontraron, la alojaron en la cárcel. Bien: lo anterior es historia honrosa (Sanz Briz) y anécdota monjil; lo importante es la inmensa pregunta que se impone para nuestro presente y futuro: ¿y nosotros? Quizá no caeríamos nunca en la perversión de Hitler o de Stalin; pero ¿es posible que todavía conozcamos brotes de racismo y de antisemitismo? A muchos (desgraciadamente no a todos), los crímenes nazis, y por supuesto, la simple razón, nos han curado de ese salvajismo. La simple razón: el reconocimiento de la otra persona en cuanto persona al margen de color, religión o cultura. Yo he tenido trato especial con eminentes judíos, colegas en la Universidad de Cornell. De hecho, he traducido a nuestra lengua los libros de Benzion Netanyahu, admirable estudioso del judaísmo español, especialmente Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (1995), magna obra que traduje con otro maestro, el profesor Ángel Alcalá (e.p.d.). Cuando Netanyahu me dedicaba sus libros, después de elogiar mi trabajo como estudioso, solía añadir: “amigo leal”. Un domingo por la tarde me llamó y me dijo: “Te iba a llamar esta mañana, pero he supuesto que estarías en misa”. Ni yo anti-judío ni el judío anti-católico; dos personas que se respetaban como personas al margen de todas sus diferencias.