Antonio Machado III. La saeta

14/04/2019 - 17:38 Ciriaco Morón

Frente al Cristo del madero, el que anduvo en el mar es el Cristo vivo que nos aconsejó estar siempre vigilantes contra la propensión a la caída en la banalidad.

 En Semana Santa se oye la Saeta de Antonio Machado, cantada por Joan Manuel Serrat. Muchas personas la escuchan como celebración de la fe del pueblo “que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras para subir a la cruz”. Sin embargo, el poema, lejos de ser un canto devocional es una declaración del poeta contra “la fe de sus mayores”. Conviene recordar los últimos versos: “Oh, no eres tú mi cantar;/ no puedo cantar ni quiero/ a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar”. El Jesús del madero es el Cristo crucificado que, según la fe católica, redimió a la humanidad precisamente con y por su muerte en el madero: sacrificándose voluntariamente por todas las personas. En el poema de Machado el Jesús inmóvil clavado en la cruz es el símbolo de una España inmóvil y de todo lo que él asocia con la España conservadora: “esa España inferior que ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza”. Frente al Cristo del madero, el que anduvo en el mar es el Cristo vivo que nos aconsejó estar siempre vigilantes contra la propensión a la caída en la banalidad, el tópico y el ataque al prójimo. Es el Cristo que, por supuesto, no se consideró Hijo de Dios, sino que fue un hombre santo, entregado al servicio de toda la humanidad, pero que derramó sangre por sus dudas en la oración en el huerto. El Jesús del mar es en Machado el que se meció inseguro en la superficie de las aguas, el que, como dijo Unamuno en años posteriores (1933), quizá no creyó en la inmortalidad del alma (San Manuel bueno, mártir, 1933). El mar en Machado tiene tres sentidos fundamentales: 1º, Dios o el infinito y la inteligencia humana que tiene una capacidad ilimitada de dialogar con cualquier otra persona inteligente, incluso con Dios mismo: “¿Qué es esta gota en el viento/que grita al mar soy la mar?” La gota es este ser humano, poquita cosa, pero que en cierto sentido alcanza el nivel de Dios. 2º, la muerte: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir: gran cantar; entre los poetas míos/ tiene Manrique un altar”. 3º, La existencia humana como drama de tener que realizarnos por caminos que a veces se pierden en el boque y llevan consigo el peligro del error. La estructura de la vida humana en Machado es tener que hacer decisiones fundamentales sin que nos acompañe la razón y, por consiguiente, la seguridad del acierto. Normalmente pensamos que las decisiones libres se toman después de madura deliberación. Pues bien, el poeta no acepta ese esquema; lanza irónicos elogios a la función iluminadora de la inteligencia, pero al final denuncia su fracaso: “Luz del alma, luz divina; faro, antorcha, estrella, sol (elogios): un hombre a tientas camina, lleva a la espalda un farol” (decepción). Es la misma idea expresada en los versos más popularizados: “Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar”. El farol de nuestra espalda es la mirada que sigue a las decisiones fundamentales de la vida: actitud positiva o negativa ante ella, decisión religiosa, decisión en amor y decisión profesional. Sobre estos cuatro pilares, que no son hitos fijos sino boyas móviles, se fundan las decisiones derivadas y secundarias que ya pueden ser dirigidas por la razón. Pero las cuatro decisiones fundamentales se toman como un salto arriesgado cuando apenas conocemos su resultado: “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”.