Atmósfera depresiva


La ciudadanía nos hemos habituado a las malas noticias, además, el cambio continuo de normas genera desconcierto, por lo que no son pocas las personas que tienden a aislarse y evitar contactos. 

Hemos pasado del miedo al agotamiento y a una generalizada melancolía, o tristeza social, y es que las medidas contra la pandemia adoptadas, no han resultado eficaces, por lo que la frustración y el sentimiento de indefensión, aumentan. 

Sabemos que hemos de retomar la vida, que no vale con sobrevivir, pero todos estamos sujetos al impacto colectivo-psicológico que cual alud nos abruma. 

Si tomamos el pulso mental, apreciamos que crece la ansiedad, la depresión, y la desesperanza hacia el futuro. 

La ciudadanía nos hemos habituado a las malas noticias, además, el cambio continuo de normas genera desconcierto, por lo que no son pocas las personas que tienden a aislarse y evitar contactos. 

Por contra, hay quien ningunea o ignora las medidas de protección y lo hacen sin saberlo, como mecanismo de negación de lo que está pasando. 

No nos es fácil alimentar la ilusión, disfrutar de la vida, de el aquí y ahora. Nos cuesta hacer frente al cambio, a la incertidumbre, al sufrimiento con valentía, pero lo que nos queda es la actitud ante esta vida que no hemos elegido y aún, el continuo aprendizaje. 

Sí, son muchas las personas que están inquietas, irritables. A los seres humanos nos gusta hacer planes, pero el denominado destino (confundiendo casualidad con causalidad) nos lo ha desbaratado. 

Nos cabe, y no es poco, cultivar el mundo interior, modular y transformar las emociones en sentimientos, desarrollar la comprensión y la empatía, buscar recursos y alternativas de forma creativa, persistir en afrontar los retos y agobios diarios. 

Son tiempos para desarrollar aún más las habilidades socioemocionales e interpersonales, desde el auto-conocimiento, hasta la regulación. Tiempos para conectar cerebro y corazón, para cuidar el cuerpo, y realizarse preguntas que faciliten razonar adecuadamente. Y desde luego, para fomentar valores y virtudes, como el compromiso y la generosidad. 

Valoremos lo que tenemos, tengamos presente lo esencial, seamos agradecidos, cultivemos en lo posible el espíritu positivo, rodeémonos de personas (aunque sea de forma virtual) que aporten alegría y humor, sin ocultar sufrimientos. 

Tomemos decisiones, seamos responsables en el consumo, reciclemos, interioricemos que el planeta no nos pertenece. 

Este virus nos ha enseñado y a todos sin excepción la fragilidad de nuestra existencia, nos golpea con la muerte en la distancia, en la soledad definitiva y sin acompañamiento. 

¿Cómo posponer en algunos casos y situaciones los reencuentros emocionales? Es antinatura, aunque deba de ser y antepongamos el deber. 

La pandemia nos obliga a gestionar las emociones, a poner el foco en lo que podemos hacer nosotros. 

Estamos obligados a crecernos ante la adversidad, y es que las circunstancias nos vienen dadas, pero podemos influir en cómo las afrontamos. 

Activémonos, seamos creativos, invitemos a un necesario optimismo responsable y a una esperanza inagotable. Apoyémonos mutuamente, con familiares, amigos, vecinos. Demos cabida a la ilusión y facilitemos la eclosión de la solidaridad. 

Los aprendizajes vividos han de enseñarnos a ajustar expectativas con realidades, a evaluar lo que nos acontece y acogota, a procesarlo, a reinventarnos. 

Aprendamos a vivir con la vida tal y como es, imprevisible, injusta, dolorosa y no le pidamos a la existencia, más de lo que la existencia humana puede dar. 

Cuando salgamos de esta, la recuperación emocional y económica llevará años, y lo que es peor, en el camino, algunos se quedarán irreversiblemente (muertes, secuelas psicofísicas, hundimiento de empresas). 

Hagámonos pues eco de las palabras de Tedros Adhanom. Director General de la O.M.S. “Los líderes mundiales deben actuar con rapidez y decisión para invertir más en programas de salud mental que salvan vidas, durante la pandemia y más allá”.